Desde la faltriquera

¿El público?, que pase

«Señor. // Qué. // Ahí está el público. // Que pase.» Se abren las puertas de La Abadía y entran espectadores de un día normal en el otoñal Madrid: una mayoría de personas en parámetros próximos a la edad de la jubilación; algunos, los menos, jóvenes con cierto pedigrí cultural por los comentarios que se escuchan a la entrada de la sala. Esperan (y desconciertan) actores vestidos de porteros o acomodadores con las rostros tapados por unas mallas. Dentro un espacio recubierto de arena sintética y brillante, una pequeña elevación hacia uno de los rincones cóncavos del peculiar escenario de La Abadía, una música atronadora de época, una inquietante proyección con focos móviles, de luz azul sobre los espectadoras, que perturban, y unas trampillas que se abrirán en el transcurso de la representación, en lugares singulares del escenario.

Lluis Pasqual estrenó este Lorca en 1987, en el María Guerrero, con el patio de butacas recubierto de aquella irisada arena del desierto de Libia que se necesitó transportar en aviones: impactante, preciosa y ¿necesaria? (aunque nos aproximábamos al 92 éramos un país rico). Después el montaje de Ricardo Iniesta en 2002, más sobrio. Y ahora en 2015, el de Alex Rigola. Ambicioso proyecto que penetra en el imaginario de Lorca y en la cabeza del poeta granadino: ¿el teatro imposible, que empezó a escribir en Nueva York en plena efervescencia surrealista en 1929, que continuó en Cuba, para terminar en España en 1930, goza hoy de una posible recepción entre el público habitual de teatro?

Esta pregunta que se formula Rigola, espera de una respuesta. El director filtra por su fantasía e inconsciente un texto que propone una sucesión de imágenes de muy diversa índole, trasladadas a diferentes sistemas de significación con todos los recursos de los que hoy dispone un director de escena, para la captación emocional y sensorial de los espectadores. Rigola no desencripta el complejo universo onírico de Lorca, ni lo ordena, ni mediante asociaciones mentales lo acerca al espectador; ni referencia las metáforas surrealistas que se escuchan.

Prefiere ser el mediador entre esa efervescencia caótica que anida el subconsciente del dramaturgo granadino y el espectador. Y prefiere, escenificar un texto en la España de 2015 ¿posible? / ¿imposible? tanto por una estructura dramática fragmentaria y casual, que no causal, como por un discurso discontinuo y proteico en las diferentes consideraciones o percepciones de las relaciones amorosas, que enhebra vagamente Lorca en ese montaje de Romeo y Julieta, que aletea en la mente del director (personaje de El público?).

El público aplaude con respeto, desconcierto o sorpresa. Más de uno se pregunta en voz alta (sic): pero esto ¿es de Lorca o una invención del director a propósito de …? Y en el otro extremo, los más jóvenes expresan su interés (y algunos su admiración / emoción) por un teatro visual y estético ¿posible por comprensible? o ¿imposible por hermético? Pocos quedan indiferentes, un logro: el proceso emotivo en la recepción se ha conseguido. Sin embargo, ¿detrás de la extrañeza, la curiosidad, la emoción, el placer estético y otros procesos sensoriales, se han extraído más consideraciones? ¿Suficiente despertar inquietudes? Y otra pregunta, el espectáculo ¿ha logrado traspasar la barrera del proceso emotivo al cognitivo?

Expreso muy dudas. En los de más edad les falta la causalidad del discurso y pocos disponen de conocimientos para desencriptar. Queda el impacto. Los otros, conectan con el frecuentado mundo de la imagen, pero sin traspasar el nivel de la admiración placentera o la huella sensorial. ¿Suficiente? Para Rigola, sí. Sin embargo, ante un espectáculo teatral de estas características ¿lo sensorial conduce a lo conceptual? En otros términos, ¿los impactos recibidos durante los noventa minutos activan las fuentes del conocimiento, cuando las impresiones espectaculares se remansan en la soledad del espectador? Por partes, creo que no, porque para activar a posteriori el conocimiento se necesita que en el momento de la recepción funcionen al unísono las funciones cognitiva y emotiva, interpretativa y emocional, intelectual y sensorial. ¿Es necesaria esta activación? Creo que sí, para una más amplia comprensión y emoción ante la propuesta.

¿Qué se necesita? que en la recepción del teatro (palabra más percepción ecuménica de una polifonía de signos como define Roland Barthes), el conocimiento preceda y guie la apertura emocional. De igual forma que al escuchar una sinfonía, la formación musical amplía las percepciones sensoriales / acústicas. ¿Se equivoca Rigola en su propuesta? No, pero el público de 2015 necesita conocer más conceptos básicos espectaculares y dramaturgísticos para traspasar la barrera del gusto; o mejor para que el conocimiento cimente y contextualice lo emocional. Es una cuestión todavía de educación. ¿se ha avanzado desde 1930? Sin duda, pero todavía queda un trecho, porque muchos sólo valoran un hecho estético sin una apoyatura conceptual de base. Medio camino.

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