Y no es coña

El repertorio

A uno le parece que en estos momentos hablar de teatro de repertorio sonaría como anacrónico. La convulsión es tan grave en cuanto a falta de perspectivas, de proyectos, que pretender que se establezcan valoraciones previas, se diseñe una dramaturgia de grupo, productora o teatro, es pedir un imposible. Lo vemos hasta en las unidades de producción institucionales que funcionan a base de criterios aleatorios, de mercado y no de objetivos diseñados para establecer un proyecto que se convierta en un legado, en una idea con proyección y capacidad de liderazgo. Todo se establece de manera casual, oportunista, sin una hoja de ruta, ni plan, ni discurso. Con cuatro ideas vagas vamos rellenando las programaciones. Y además parece que va muy bien, que se llenan los teatros, entonces, ¿para qué preocuparse?

El repertorio es un manifiesto, una manera de seleccionar una serie de obras, autores, tendencias que conformen una idea de la historia del teatro, de la configuración de una dramaturgia identitaria o de una serie de criterios estéticos que vayan definiendo una época, una historia, algo. Esto debería ser obligatorio en los teatros públicos con producciones propias, una auténtica «buena práctica», porque lo contrario es programar con criterios a-culturales, simplemente de una comercialidad diferente, sin progresión ni asentamiento de nada más que una gestión administrativa, gerencial, económica que se resume en una estadística de ocupación, pero sin valoración artística ni cultural. Y de paso se confunde a los públicos, se hacen contenedores de todo a cien.

Porque resulta curioso que en donde hay un auténtico repertorio es en los asuntos que desde la gestión cultural se intentan contextualizar su actividad, dotarla de contenidos teóricos que sirvan para establecer programas y planes. Digo repertorio porque al tener la oportunidad de acudir a diferentes lugares del planeta Tierra para participar en debates o como escuchante, resulta que hay una media docena de palabras mágicas, de conceptos fuerza que se repiten, se adaptan a cada lugar y crece una suerte de tejido adiposo al hecho teatral, cultural, creativo y artístico que funciona en paralelo y, en ocasiones, al margen de la realidad.

Mirado desde una perspectiva muy optimista se podría calificar como que actualmente la vanguardia reside en la gestión, pero si se vuelve a mirar, se encuentra una distancia enorme entre las formulaciones y los hechos. Y en el repertorio de internacionalización, búsqueda de públicos, ciudad y cultura, muy importantes, el asunto va más por la arquitectura, la museística que por la cultura de exhibición, las artes escénicas. Y todo viene exportado desde las realidades y experiencias de megaciudades europeas de larga tradición cultural institucional que se pueden aplicar de muy malas maneras en las grandes ciudades y alguna ciudad media, pero imposible de convertirse en un hábito generalizado.

Pero bueno, mejor que se puedan ir confrontando experiencias diversas, por si acaso un día es posible aplicar alguna de estas cuestiones, y se establecen en algún lugar, pueblo, villa, ciudad, región comunidad autónoma, nacionalidad o estado peninsular e insular alguna estrategia de largo alcance, que se plasme en un proceso constitutivo de un nuevo paradigma, de una LEY que regule estas prácticas. Y que se acuerden todos que sin cultura, no hay gestión cultural, y que en teatro, danza, y las artes preformativas, sin los actores o danzantes o músicos no hay posibilidad de convocar a los públicos, que son lo único necesario para hacerlo realidad. Los demás son accesorios, en algunos casos, importantes, pero no imprescindibles.

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