Desde la faltriquera

El tambor de hojalata, Grass / Perceval

La novela de Gunter Grass conmociona, entre otros motivos, por el trastorno psíquico de Matzerath que decide en su delirio paralizar el crecimiento a los tres años, para olvidar los espantos sufridos, en un intento de revivir de otra manera las atrocidades cometidas en su entorno. Oscar Matzerath no crece y junto al tambor de hojalata que le regala su madre para celebrar su tercer aniversario, rememora cuantos eventos monstruosos le han acaecido: unos de índole personal, la prostitución o el suicido de su madre, la muerte de su padre que no es el marido de su madre, y otras felonías; otros socio políticos, la tremenda sucesión de acontecimientos que atraviesan la historia de Europa entre 1920 y 1950, con detención en la llegada al poder de los nazis, empujados por un populismo tolerado por una sociedad bienpensante, que permite la ruptura de un sistema institucional y democrático, y engendra horrores, como la noche de los cristales rotos, el exterminio de judíos en Varsovia o los mítines nazis de caza de brujas.

El listado de horrores queda muy incompleto, pero Luk Perceval, el director belga afincado en el teatro Thalia de Hamburgo, decidió hace unos meses abordar la complicada adaptación de esta extensa novela que hoy continúa en el repertorio de dicho teatro. La escenificación conmueve, remueve las tripas, porque la dramaturgista, Christna Bellingen y el director seleccionan una serie de episodios, los más crueles e impactantes, y conservan y juegan a favor de la doble voz narrativa de la novela de Gunter Grass: la omnisciente que se escucha y cohesiona la narración teatral de una parte; y de otra, la voz del pequeño que narra o lanza gritos silenciados por la autocomplacencia de los verdugos o los silentes cómplices. Junto a la duplicidad enunciativa, algunos diálogos de episodios rescatados, representados sobre la escena. Este planteamiento caleidoscópico sorprende y atrapa, pero cuando se decanta por el redoble del tambor o por un sutil cambio de escena, desagarra la atenta percepción del espectador. La música festiva (Lothar Müller) que se escucha en directo, pone un contrapunto, reforzando el aguafuerte goyesco.

De los múltiples recursos de Perceval destaco dos. La elección de Barbara Nüsse, una veterana actriz de una pieza, que, con su tambor, permanece frente al público en proscenio, dando la espalda a ese gran espacio de representación, al tiempo que grita al vacío de la platea (espectadores aterrados y cómplices por el silencio) y narrando cuando lo requiere su personaje. La semiótica del cuerpo de la actriz de edad avanzada, vestida como un niño de tres años, recuerda la locura de Matzerath durante el tiempo de la representación.

El otro hallazgo es el signo de la representación, el espacio escénico que el espectador se encuentra al entrar en la sala: unos tendederos de cuerdas de suelo a bambalinas con ropa blanca, sábanas y manteles colgados. ¿Qué significación?: ¿ventilar? ¿secar? ¿esconder? La primera escena es clave: la cuerda más baja, libre de ropa, se ocupa con ropa que cuelgan los seis intérpretes tapándose y ocultando las acciones. El pequeño tamborilero, separado y en proscenio, no verá cuanto se desarrolla al otro lado de la inocente ropa blanca: las acciones de unos y las omisiones de otros; la complicidad en una palabra que oculta la barbarie, desvelada por el narrador y algunas escenas que, iniciadas y encubiertas tras la ropa blanca, finalizan con su crueldad ante el público.

Perceval ha buscado la isotopía, «el conjunto de categorías semánticas redundantes que subyacen en el texto dramático y hacen posible una lectura uniforme y única, después de la resolución de ambigüedades» (Greimas), y una vez encontrado este concepto básico, sobre él asienta el sentido de la escenificación. El hallazgo de este signo en El tambor de hojalata permite la persistencia en la recepción, la capacidad para mantener la atención y concentrar la intención del espectador, porque el signo durante el espectáculo continuamente permite el tránsito del visible significante (la ropa tendida) a la alegoría significada (las atrocidades escondidas en la nebulosa del recuerdo); de la acción inocente (secar los atuendos) a la ocultación de las monstruosidades, provocadas por el comportamiento humano, que manipula con ingenua retórica perversas intenciones.

José Gabriel López Antuñano

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