¿De qué sexo es la palabra?

El teatro destruye el tiempo

Sábado de noche, me llama un joven director al que le hice una tutoría en una beca, quedamos en vernos, conversar, él me dice que estuvo leyendo mis apuntes y que necesita verme.

Los dos establecimos un vínculo artístico y personal, hemos hablado y reflexionado sobre el tráfico constante que es la vida y la creación. Los materiales que se cruzan, lo complejo que es enamorarse de un proyecto y no involucrarse con los que forman parte de la aventura, ¿cuál es el límite de la entrega?¿Hasta dónde la libido te permite frenar una cosa para dar paso a la verdadera?

Nos encontramos, y me cuenta sobre un proyecto de investigación basado en los amores de su vida, y en cómo se gestan las relaciones en el campo laboral, aquello que no hay nada más erótico que trabajar juntos, más si pensamos en la conjunción: pasión con pasión. Sería o debería ser una redundancia, exceso de miel o algo así, pero creo que lo que sucede es que cuando uno trabaja destruye el tiempo, no hay relación ni con el horario, ni con la velocidad natural de los procesos, ni con la maduración. Uno es tomado y arrasado, el tiempo es algo ajeno, ordenado, y clasificado para que las personas que no pueden o no saben esperen que otros les ordenen el tiempo propio.

Mis tiempos de vida están pautados por mis tiempos de producción, y lo que funciona en la creación escénica, en la vida es complejo, intenso, porque los demás rapidamente sienten miedo, se intimidan, piensan que tenés un vestido de novia en la cartera, dispuesta a «cazar», cuando en realidad es la voracidad de vida, y la administración de una realidad propia, sin la barrera organizada por otros: el tiempo cronometrado. Todavía no. Mis tiempos de sentir son mis tiempos escénicos, mi obsesión por el ritmo, mi obsesión que me hace estar pendiente solamente de lo que tengo que resolver escénicamente , un personaje, un parlamento, hasta que no sucede no cambio de pensamiento, la dirección energética está toda concentrada en resolverla, el mundo puede derrumbarse al lado mío, no hay nada que haga que me distraiga del objetivo. Empiezo a quedar atrapada en ese sistema salvaje de producción, la obsesión no tiene final, te rodea la cintura como un largo brazo que viene del más allá, y no te suelta hasta darle lo que querés: resolver el conflicto. El asunto es que uno adquiere un entrenamiento, que no siempre aplica a la creación, porque en el medio vive, conoce gente, se relaciona y queda con la barrera quebrada. Y los demás en el desconcierto te arrinconan con el prejuicio y uno quiere ser aceptado, y tampoco eso quiere decir que conceda, sino que fracasa y fracasa en el error de intentar algo parecido a lo real, porque la ficción siempre está esperando del otro lado de la puerta, esperando que le des lo que estás dando al amante real.

La ficción siempre se esconde y te miente, en la violencia que mentir es lo más parecido a la verdad.

Marianella Morena

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