La voz antigua

El Teatro no es un producto

«El teatro no es un producto y los espectadores no son consumidores»

Ese fue el lema de una campaña desarrollada hace un tiempo en Polonia para concienciar a los espectadores de que asistir al teatro no era uno más de los modos capitalistas de consumo, sino una experiencia que va más allá del mero intercambio mercantil.

Parece ser que el concepto de teatro-producto es un concepto global en esta sociedad capitalista.

Una sociedad capitalista, que llena de fisuras, poco a poco va destruyendo los elementos más básicos su tejido social: la salud, la educación, la cultura, la protección jurídica de los más necesitados, la tolerancia hacia el otro. Una sociedad en la que los elementos fascistas están cada día más presentes. Este fenómeno, el de crecimiento de la violencia fascista-nacionalista de extrema derecha, presente en toda Europa, es especialmente preocupante en Polonia, donde grupos de jóvenes que portan símbolos fascistas-nacionalistas, abogan por una sociedad de tolerancia cero. En un país con una historia como la Polaca, es significativo y preocupante, que la extrema derecha esté construyendo los nidos para sus nuevas generaciones en las cunas de la intolerancia. Una intolerancia de la que veremos una muestra en tan solo unos días, el próximo 11 de Noviembre, día de la independencia polaca, un día que ha sido tomado y apropiado por grupos de jóvenes nacionalistas, que portando símbolos fascistas recorrerán las calles de las ciudades amedrentando a la gente con sus demostraciones de fuerza, trayendo antiguos y oscuros recuerdos de violencia, como si un rumor antiguo volviera a recorrer de nuevo nuestras calles.

Me pregunto dónde viene ese odio, de dónde nace esa necesidad de ser intolerante, esa necesidad de construir la propia identidad en la oposición, en la negación, en la destrucción de los derechos del otro. Y también me pregunto ¿dónde se sitúa el teatro en esa sociedad?, cuál es su función en un momento, en que si miramos hacia otro lado puede que ese otro lado deje de existir para convertirse en una nube oscura que nos envuelva a todos. Y me pregunto cuál es el papel de ese «espectador – no consumidor» en este clima de creciente violencia, si hay alguna manera de que ese espectador, activo en el teatro, y no aceptando el teatro como un producto de consumo sino como una experiencia vital, saque de ese activismo teatral a la calle y se convierta en un ciudadano activo, no espectador o expectante de la violencia no escénica que se da en su día a día.

Creo firmemente que el teatro no es un producto y que los espectadores no son meros consumidores de una realidad o de una ficción teatralizada tras la formalización de un contrato no escrito mediante el pago de una entrada. Y También creo que no debe existir un pacto escénico, que no debemos plegarnos a las características de un oficio y por ello respetar las líneas trazadas dentro del teatro, de la escena, en la relación actor-espectador, creo que esas líneas, si existen, están para ser cruzadas, tanto por unos como por otros. Es difícil, en la sociedad y en el teatro, construir sin líneas que compongan una estructura que nos permita existir más allá del caos y de los extremos, pero creo que en esa construcción es posible y que el teatro juega un papel fundamental en ella.

Un teatro de construcción de nuevos escenarios sociales, en los que la realidad escénica, pequeño banco de pruebas, sirva para construir una conciencia social más allá de la intolerancia, para que ese espectador-no consumidor, se convierta en un ciudadano-no intolerante que pueda construir junto a todos nosotros un lugar donde poder vivir más allá del miedo.

Y ese, es trabajo de todos, que cada un ponga su primera piedra y que no la use como arma arrojadiza de defensa.

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