Críticas de espectáculos

El último amor de Lorca / Miguel Murillo / Ex3 Producciones

Atractivo y conmovedor espectáculo

El actor-empresario José Carlos Corrales, que tuvo un buen éxito de público en 2011 con «La última copla«, drama testimonial -de teatro y música- de Miguel Murillo dedicado al cantante de coplas Miguel de Molina, que planteaba con sensibilidad el tema del inhumano sistema de represión a artistas por su posiciones republicanas y por su homosexualidad tras la guerra civil, ha promovido -casi una década después- con la compañía extremeña Ex3 Producciones otro drama con similar contenido y casi las mismas características estéticas: «El último amor de Lorca«, dedicado a la figura de Federico García Lorca, que relata la relación –teatralmente inédita- de un amor desconocido en el mayor momento de éxitos de su teatro burgués convertido en adalid de una corriente de pensamiento de libertad, y que sufrió las mismas amenazas de quienes en 1936 se sublevaron contra la Segunda República, que finalmente desembocaron en el trágico fin del poeta.

 

La obra, que mezcla hechos reales y de ficción, reivindica el amor que siente el prolífico escritor granadino por el joven actor Juan Ramírez de Lucas, que conoció en 1934, y recrea el entorno social, político y musical de la época de la República en que se mueven los personajes. El tema esta perfectamente documentado, especialmente sobre hechos divulgados en la novela «Los amores oscuros» (2012) del andaluz Manuel F. Reina, que revela la última carta que escribió el poeta (fechada el 18 de julio de 1936) y retrata el convulso Madrid de los años treinta, de trasfondo brutal en las disputas políticas, y el hervidero cultural en que está una España a punto de explotar.

En el texto de Murillo se aprecia un laborioso trabajo de investigación más allá de lo que le pueda haber inspirado el biógrafo Ian Gibson en su «Vida, pasión y muerte«. La delicada historia de ese amor truncado que muestra el autor extremeño evocando los gozos, las penas, las frustraciones y la pasión resulta relevante en el tratamiento de los personajes, muy próximos a como los describen en sus obras los intelectuales -amigos de Lorca– en el exilio. Entre ellos, Ángel del Río, catedrático de la universidad americana de Columbia, en su libro «Vida y obra de Federico García Lorca» (1952), y su mujer la escritora y actriz puertorriqueña Amelia Agostini (que estuvo en la Residencia Femenina de Madrid, de María de Maeztu), con quien tuve el privilegio de hacer teatro en la Casa de España de Puerto Rico y de compartir tertulias en su casa de la playa de El Condado de San Juan (en 1973 y 74). Ese universo de un Lorca exquisito, simpático, ocurrente, cariñoso, de profundas reverencias, de extraña forma de andar y atropellada forma de hablar, como un niño precoz mimado por hadas locas está cabalmente reflejado en el texto de Murillo y en el espectáculo. Como también están muy bien significados los momentos de soledad, que encuentran en la metáfora de la sombra su mejor encarnación. La alegría y la tristeza, la fiesta y la tragedia, que son dos caras de la misma realidad y de una intimidad necesaria. Y la marioneta y la rosa, figuras con las que el poeta se identifica en sus versos, que convierte en vía para expresar su malestar, propiciado por las hipocresías sociales de la época.

El montaje, que ha necesitado sus arreglos de dramaturgia escénica por parte del director José Antonio Raynaud (y del mismo Corrales), sobre todo de las escenas donde son visibles los momentos de homosexualidad, que han buscado mostrarlos con una estética bella como manifestación de amor, logra un espectáculo bien armado –de teatro, música, canciones, bailes y poesía- en la que destaca la excelente interpretación de todos –bien arropada por los elementos dramáticos escenotécnicos- irradiando emoción popular.

Magnífico José Carlos Corrales, interpretando con máxima convicción a Lorca, además de cantar «con una espléndida voz de mozo rural«, según decía del poeta el musicólogo Adolfo Salazar. Muy bien Miguel Pérez Polo, dando vida a Juan Ramírez (fantástico el baile de un tango con Corrales). Concha Rodríguez borda el papel de Margarita Xirgu. Aquí, recitando a «Yerma» no es la excelente actriz cómica que conocemos sino la actriz de tensa fibra dramática que nos hace vibrar con emoción. Raquel Palma brilla como Maruja Argüelles, una cupletista atrevida, divertida, amiga de juergas y parrandas. Rüll Delgado, que hace del actor Andrés Morales (falangista en la ficción) esta soberbio en una escena de celos junto a Pérez Polo. Completan el elenco Ana Franco (Pura de Ucelay) y Javier Herrera (Otoniel Ramírez) que cumplen perfectamente sus roles.

¿No entiendo cómo esta magnífica producción no fue seleccionada para participar en la Muestra Ibérica de Teatro de Cáceres (MAE)?

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