Y no es coña

Elegir es discriminar en positivo

Esta Semana Santa transcurrida en España entre tambores, saetas, espectáculos callejeros populares de supuesta inspiración religiosa que vienen de la edad media, he podido ir en Madrid a ver cada día uno o dos espectáculos teatrales que acababan su exhibición ayer domingo de pascua, porque es tradición que se empiece a partir de ahora una nueva temporada o sub-temporada hasta la llegada del verano, con la alteración de los ritmos de vida y el aumento de desplazamientos a las segundas residencias, o los viajes vacacionales.

 

He podido ir porque estaban programadas, los teatros abiertos y con ocupaciones rozando el lleno en muchos de los casos. Las obviedades tejen un manto de protección solar o lunar, depende del momento y la circunstancia. Porque resulta que dentro de mis capacidades pude elegir, decidí, por tanto, ir a ver unas obras, y dejar otras, muchas más en el caso de una cartelera amplia como la de Madrid, sin ir a verlas. Es una discriminación positiva, en el sentido de mi voluntad de hacer el seguimiento de autores, directores, temas o circunstancias, aunque me haya podido dejar sin ver otras propuestas escénicas, de la misma calidad, de una entidad semejante, con temas que pudieran interesarme igualmente. 

Hablo de una elección personal, dentro de una libertad de acción, y sabiendo que ir a una sala u otra significa potenciar indirectamente un montaje, o una sala, cosa que hago con consciencia clara, dentro de todas las circunstancias que concurren en cada acto de selección. Digo todo esto porque las programaciones de la inmensa mayoría de los teatros de las redes se programan a partir de la elección de una persona, que es la que debe optar entre decenas o cientos de posibilidades para ofrecer una actuación en la localidad donde tiene encargada esa responsabilidad. 

Con la profusión de ofertas similares, con lo apretado que está en términos económicos todo, la elección es cada vez más complicada, discrimina por la simple acción de tomar una decisión, no hay mucho margen, y por ello, y quizás por otros motivos, se asemejan tanto las programaciones entre los teatros de parecida entidad demográfica y condiciones escénicas. Lo que queda claro, a mi entender, es que los públicos de esas localidades no eligen, sino que les eligen sus programaciones. Y por mucho que intentemos buscar maneras imaginativas, parece de difícil eficacia conseguir que exista una colaboración más directa de los públicos, o de parte de esos públicos, en el proceso de selección de las programaciones. 

Mi elección fue ver obras que están dentro de una tendencia bastante visible en los teatros y salas madrileñas, el empoderamiento de los discursos feministas o la denuncia de la violencia sobre las mujeres, entre otras cuestiones. Por fin vi en el Pavón Kamikaze “Jauría”, el gran éxito de público y crítica que me pareció una ceremonia social importante, pero que debería explicarme largo y extenso para dar mi opinión sobre el propio hecho teatral, sin meterle condimentos de oportunidad, voluntad, solidaridad o denuncia.

Me pareció en la Sala Princesa el CDN un montaje magnífico “Espejo de Víctima”, dos textos que parecen dos partes de uno de Ignacio del Moral en donde plantea dramatúrgicamente dos situaciones en donde nada es tan obvio, nadie es bueno o malo del todo, sino que es en los matices y las evoluciones, la memoria y las circunstancias van descubriendo alteraciones que atrapan. Y estamos hablando de un abuso sexual con suicidio y una mujer afectada por un acto terrorista yihadista. Los cuatro personajes son magníficamente interpretados por Jesús Noguero y Eva Rufo, en dos personajes totalmente diferentes, opuestos, que logran encarnarlos con una solvencia destacable. Ayuda una puesta en escena de Eduardo Vasco muy apropiada y a favor de situaciones y desarrollo del texto.

La sala Nave 73 lleva un tiempo con unas programaciones que nos proporcionan espectáculos de gran interés, aunque no estén todavía en ese punto de excelencia que se intuye, pero que nos dejan vislumbrar creadores que nos despiertan expectativas. Basada en un hecho real, el suicidio de una joven italiana cuyo novio subió a las redes una escena de sexo y que se convirtió en viral, que la llevó al suicidio, es lo que nos cuentan en “Tiziana”, con dramaturgia y dirección de Javier Corral, que usa muchos más elementos que el relato seco de lo sucedido para hacer en escena un mundo de denuncia y de indagación que en ocasiones nos hiela la respiración y en otras encontramos que nos despista, que se va por otros derroteros, pero en cualquier caso que intenta trascender, que busca que la circunstancia de Tiziana Cantone nos haga reflexionar sobre el poder de las redes, de la crueldad de los memes, de tantas y tantas cosas que están en nuestro debate cotidiano, y se haga forzando estéticamente, con riesgos actorales considerables.

Vi más obras, algunas me dejaron mal cuerpo, otras, mala conciencia, las más nos ayudan a conformar una idea general optimista de que hay un nivel medio considerable en interpretación, pero que faltan tomar muchas decisiones en todos los órdenes del proceso productivo para que suba el nivel en los escenarios y que los públicos tengan variedad, diversidad y se atienda a los lenguajes de este siglo con estéticas adecuadas. No soy capaz de asumir sin contradicciones las obras exitosas de teatro comercial de calidad innegable en programaciones institucionales. Y mi relación con el teatro clásico español sigue siendo motivo principal de mis sesiones con mi terapeuta. O soy muy exigente o tengo mala suerte.

Hay muchas más cosas, pero están en este mundo teatral, por mucho que se empeñen algunos.

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