Desde la faltriquera

Elencos estables

Cuenta la leyenda urbana que, cuando Jorge Lavelli fue invitado por el CDN para dirigir Eslavos de Tony Kushner (1997) con un magnífico elenco de siete actores, el francés-argentino comenzó los ensayos y al poco tiempo solicitó del director del Centro Dramático Nacional retrasar el estreno para dedicar unas semanas a realizar un trabajo de unificación de estilos. La dirección accedió y la escenificación resultó un éxito, que se prolongó hasta bien entrado el verano. Diez años después en 2006, Lavelli no revalidó estrategia y éxito en el María Guerrero con Decadencia de Steven Berkoff, interpretada por Blanca Portillo y Mario Gas.

De regreso a Eslavos, Lavelli sufrió en sus carnes la realidad interpretativa del teatro español: no existen elencos estables y en cada puesta en escena se observan notables diferencias de estilo, dentro de un buen nivel actoral. Algo intentó Marsillach en la fundación de la CNTC y Vasco después, pero se trató de empeños que no cuajaron ¿Las causas? Económicas, sin duda; pero también obedecen a la falta de una cultura de trabajo en equipo y a estimar a los elencos innecesarios por las instituciones. No incluyo dentro de esta apartado a las compañías que resisten, agrupadas alrededor de un creador y que mantienen un estilo propio que, por otra parte, desaparecen en el sucederse de los años.

La mirada comparativa a Europa suscita mucha envidia porque una amplia mayoría de países mantiene los elencos, ligados a centros de producción o teatros públicos, y con fórmulas diferentes evitan o suavizan la endogamia, y permiten la renovación o el tránsito de ida y vuelta de los actores.

Escribir sobre los elencos estables parece una obviedad, pero lo estimo necesario, porque cada producción es una vuelta a empezar y en aquellos Centros donde se conserva una madre (en términos vitivinícolas) se aprecia como los frutos se sazonan con prontitud y eficacia. Asimismo lo considero oportuno porque las generaciones que se incorporan al teatro como espectadores o hacedores, lo reflexionen y de vez en cuando lo reclamen, aunque sólo sea por ver si cuela en alguno de los nuevos gobiernos que, de aquí a finales de año, se formarán, si bien ningún partido lo lleva en sus programas.

Entre las ventajas evidentes se encuentran la homogeneización de una manera de interpretar, la investigación en común, la exhibición en régimen de repertorio… La calidad en una palabra, unida a la conformación de un estilo que imprima unas señas de identidad de eso que ahora se llama Marca, extensible a una Comunidad desde un País.

Los elencos estables garantizarían algunos temas más, todos ellos relevantes: Tener en activo a nuestros mayores, consiguiendo que aquellas obras que lo requieren cuenten con un reparto adecuado a la edad de los personajes; en el extremo contrario, recuperar la figura de los meritorios, porque es una lástima que promociones enteras de alumnos de escuelas de arte dramático pasen a la reserva sin haberlo intentado, y ya está bien de cuarentonas/es, en papeles concebidos para la década de los veinte; además se conseguiría la continuidad en el trabajo de aquellos que sobresalen.

Los inconvenientes son de concepto institucional y de presupuestos, pero también de cierta insolidaridad en la profesión, porque quieren aprovechar su momento y hacer televisión o cine del caro. Sin embargo, se hace necesario reproducir esta compatibilidad con marcos estatutarios bien experimentados más allá de los Pirineos; y convencer a algunos que el éxito de hoy puede ser hambre para mañana. Aquí se iniciaría el debate: ¿Salarios menores con un mayor número de intérpretes en activo? o ¿seguir con el sálvese quién pueda? Quede planteada la utopía y valga de recuerdo.

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