Mirada de Zebra

Empatía: nuevos estudios, viejas intuiciones

La empatía es la capacidad que tenemos los humanos para hacer nuestras las emociones de otros. Es una manera instintiva de comprender en carne propia la situación de la persona que estamos viendo o escuchando. El término proviene originalmente de la psicología, pero su significado se conoce en teatro desde hace tiempo. Al fin y al cabo, desde que el teatro es teatro, independientemente de las épocas y los estilos, siempre se ha buscado que aquello que sucedía en escena tuviese una resonancia particular en los espectadores. El actor, sea cual sea el marco estético en el que se encuentra, busca siquiera implícitamente trasladar las inquietudes que lo mueven por dentro (bien sea un personaje o él mismo), a las personas que lo observan. Persigue que el espectador se coloque en su lugar, sin que tenga que moverse de sitio. Busca, en definitiva, que el espectador empatice con él. Esta trasposición emocional que cotidianamente se llama empatía, en teatro ha recibido tradicionalmente el nombre de «identificación».

Recientemente desde el ámbito de la ciencia, se han realizado estudios de índole diferente que permiten comprender este proceso de empatía o identificación de manera más profunda y precisa. Uno de los estudios que ha tenido gran repercusión en el ámbito teatral es el descubrimiento de la neuronas espejo. El tema ya ha sido tratado en la versión impresa de la revista Artez , pero me permito utilizar las siguientes líneas para acercar el tema a los lectores descolgados. Las neuronas espejo son una serie de neuronas situadas en el cerebro que se activan cuando realizamos una determinada acción y también cuando vemos realizar una acción en otra persona. Es decir, si observamos a un individuo coger un objeto, nuestras neuronas espejo reconocen dicha acción y se activan, aunque dicha activación no nos lleve a realizar en el espacio la acción que vemos. En la activación de las neuronas espejo hay un matiz importante, particularmente interesante en teatro: la activación no ocurre ante cualquier acción, sucede sólo ante aquellas que tienen un objetivo concreto. Trasladado a la relación actor-espectador, se intuye que el espectador activa sus neuronas espejo frente a acciones que resultan reales dentro de la ficción escénica. El consejo que se extrae para el actor es fácil ponerlo en palabras, aunque complejo de llevar a la práctica: para que sus acciones tengan una resonancia en los espectadores, éstas tiene que ser claras, precisas y deben obedecer a una intención concreta.

El descubrimiento de la neuronas espejo amplía y matiza el sentido que habitualmente se confiere a la empatía o identificación. Tradicionalmente se ha tratado de un concepto muy ligado a la emoción. Recordemos que la palabra «empatía» tiene entre sus raíces la palabra «pathos», que en griego significa «sentimiento, emoción». Las neuronas espejo demuestran que en el efecto de identificación del espectador con el actor, no sólo hay una apropiación de las emociones que se observan, sino también de las acciones. Es decir, la empatía es algo que se articula tanto en el plano emocional, como en el de las acciones. O dicho de otra manera: ese trasvase emocional que denominamos empatía, se da también a través de las acciones. Esto puede parecer hallazgo sorprendentemente nuevo, pero es algo que ya intuían maestros como Stanislavski, Grotowski, Barba o Meyerhold, que centraron gran parte de sus investigaciones en el estudio de las acciones físicas.

Las neuronas espejo, como se ha explicado, muestran algunos mecanismos neurológicos de la empatía. Pues bien. Hace pocos días ha sido publicado otro estudio científico sobre la empatía, pero esta vez aplicando un prisma sociológico. Un grupo de investigadores ha observado que las personas que tienen un nivel económico y/o académico alto, tienen menor capacidad empática. Es decir, que cuantos menores recursos económicos se tienen, cuanto menor es el rango académico de un sujeto, mayor es su capacidad para percibir las emociones en personas ajenas.

Los resultados de este estudio, tan novedoso en el ámbito científico, tampoco son nuevos para las gentes de teatro. De ahí que, sabiendo de la especial sensibilidad de las personas más desfavorecidas desde el punto de vista socioeconómico, muchos hombres y mujeres de teatro han desarrollado exitosos proyectos escénicos, con perspectivas tanto artísticas como pedagógicas, precisamente en entornos humildes .Un ejemplo notable a este respecto es el de Augusto Boal, que se valió de las técnicas de representación (que movilizan la capacidad empática de las personas) para ayudar a colectivos oprimidos a reflexionar sobre su condición social y política, en busca de soluciones prácticas.

Es curiosa la paradoja. En su afán innovador, la ciencia empieza a poner nombres y números a una serie de complejos procesos, como la empatía, que en el teatro han sido siempre certeras intuiciones.

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