Críticas de espectáculos

En familia/Eugenio Amaya/Aran Dramática

La familia corrupta ante el espejo  

«En familia», segundo espectáculo sobre la corrupción, de Aran Dramática de Badajoz, escrito y dirigido por Eugenio Amaya, que fue estrenado este año en el 38 Festival pacense, es otro paso hacia adelante de compromiso teatral de esta compañía con propuestas teatrales que elevan el listón de calidad de las producciones extremeñas. Actualmente, programado en gira por los teatros extremeños y del país, junto con el anterior espectáculo «Anomia», forma parte del interesante repertorio de la compañía visto como azote teatral a la reinante corrupción extendida en nuestro país: la del político (en «Anomia») y la del ciudadano común (en «En familia)»).

El texto «En familia», trata de forma ingeniosa la picaresca contemporánea de carácter latino entendida en sentido de que todos debemos mirar en el espejo si llevamos dentro un Lazarillo de Tormes (ese pillo de hace cinco siglos), poniendo en foco las graves consecuencias económicas, sociales y de imagen de este país en crisis y cada vez menos permisivo con los políticos, pero que sigue tolerando el concepto asumido en esa forma de vida de actuación aprovechada y tramposa a pequeña escala, a nivel individual, que se identifica con la economía sumergida -que algunos justifican como un paliativo a la precaria situación que atraviesan muchas familias-, frente a la corrupción que es esa práctica a gran escala, desde el poder y, siempre, superando la barrera de la legalidad (el tema que ya se trató en «Anomia» sobre la financiación de los gastos electorales a cambio de concesiones inmobiliarias irregulares).

Eugenio Amaya, esta vez, vuelca la mirada de ese teatro concebido como «arte social» -basado en la firme y activa responsabilidad cívica de desenmascarar la doble moral- en las corruptelas que se cuelan en los hogares españoles, en las familias donde abunda una delincuencia de personajes hipócritas, vistan o no traje y corbata, que sólo ven la paja en el ojo ajeno. Personajes de una cultura -y sensibilidad moral- que admite la trampa y la astucia cuando las cosas van mal, con el argumento de que «todo el mundo lo hace» y, mayormente, con la justificación en el político que rompe las reglas del juego para todos (al que en la televisión de su casa puede insultar y decirle eso de «y tú más»).

La obra, es una pieza tragicómica inspirada, hábil, bien armada, con diálogos naturales, expresiones certeras y perfiles bien observados de personajes, de la clase media española, envueltos en lances ­inesperados y tensión creciente, donde van aflorando los secretos y sospechas de la implicación en distintas formas de corrupción.

El montaje, que responde perfectamente a las ideas del texto, está inundado de humor irónico sobre la indecencia que viven hoy día esos personajes, y todo recreado en una excelente atmósfera de cotidianidad enredada de deseos, intereses y miserias que laten en una serie de tensas situaciones domésticas. La técnica sigue siendo cada vez más depurada en la dirección de actores, donde Amaya vuela a gran altura cohesionando la acción, unificando el estilo, matizando la dicción, armonizando el conjunto de modo progresivo y enriquecedor.

En la interpretación intervienen seis actores entregados que dan lo mejor de sí, llenando de organicidad sus roles. María Luisa Borruel (Alicia), que sigue al pie del cañón con un certero instinto teatral admirable de maña y arte, luciéndose como una madre que intenta colocar a su hijo en una entidad oficial amañando la oferta de empleo; Quino Díez (Fulgencio), actuando pletórico de recursos hilarantes muy bien perfilados, en un padre que vende una vivienda requiriendo que parte del pago se haga con dinero negro; Elías González (Miguel), impecable de matización, de compostura del personaje, demostrando un talento y oficio en progresión constante dando vida a uno de los hijos de Alicia y Fulgencio, un genio del ordenador con un contrato basura que le lleva a tener que complementar sus ingresos vendiendo droga; Beli Cienfuegos (Teresa), moldeando su rol, plagado de pequeños y formidables detalles cómicos, de una sirvienta doméstica que suministra al joven la hierba que su marido cultiva en casa; María Bigeriego (Luni), actriz de muy buen ver que cumple cabalmente su papel de novia desequilibrada de Miguel, al que pone los cuernos con el jefe consiguiendo prebendas; José Gandia (Julio), hermano de Miguel -liberado en Londres- exhibiendo naturalidad y verosimilitud desde una pantalla perfectamente sincronizada con la escena; y Pablo Bigeriego (Antúnez), mostrando pericia y seguridad dramática como un astuto y cínico abogado (citando frases bíblicas) al servicio de cierta mafia rusa que compra viviendas en el país, beneficiándose del ajuste de precios que ha motivado el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.

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