Sangrado semanal

En los orígenes del mundo, flores rojas

Leo una delicada historia que pretende explicar, como si de un lejano cuento se tratara, el origen del origen del ser humano. Cuenta, esta vez, la leyenda que primero fue la mujer, antes de que ésta llevara siquiera tal nombre, una criatura íntimamente ligada al agua de mar, las rocas, la luna y las flores rojas. Concebían, gestaban y alumbraban por sí mismas en perpetuo y natural ciclo, tan ondulado como el vaivén de las olas.

Estas criaturas vivían en la Grieta, su hábitat natural, que es, además, el título al que da nombre a esta joya labrada por Doris Lessing con manos de orfebre. Este es uno de los libros más recientes de una mujer que nació en 1919 y que sigue entre nosotros. Se que no es cierto, porque lo he comprobado, pero me gusta imaginar que cuando le informaron de que acababa de recibir el premio Nobel de Literatura (esto si que es verdad), le pillaron en la calle con la cesta de la compra. La imagino en zapatillas de estar por casa y en bata. Como esos días en que uno baja a la civilización en «cama-calle», porque sólo va a comprar leche para el café de la mañana, tabaco o ese ingrediente concreto que falta para poder cocinar, sin ni siquiera atisbar que ese día puede ser especial.

Lo maravilloso de la imagen de Doris Lessing en zapatillas recibiendo la noticia del Nobel o incluso haciendo sus primeras declaraciones a los medios, ahí mismo, en plena calle, con las verdes cabelleras de los puerros asomando por la cesta de la compra es impagable, porque hace humano al genio.

Confieso que quiero beberme a Doris Lessing. Hasta la última gota. Quisiera inhalar la esencia de toda su literatura. Se me ha despertado un deseo ávido. Creo que seguiré por su primera novela «Canta la hierba», que se publicó en 1950. Tiene otra que se llama «De nuevo, el amor» y que hace tiempo está en mi estantería. La compré y leí años atrás sin saber que ella era ella. Lo hice porque aquel libro hablaba sobre amor y teatro.

Esta última creación suya se remonta a tiempos tan lejanos que incluso hay que imaginar cómo era el amor antes de que fuera el amor, tal y como hoy lo conocemos, y sólo menciona el teatro en una ocasión. Pero, ¡cómo lo menciona! Dice: Si aquella gente hubiera escrito obras de teatro sabríamos lo que sentían.

Es un historiador quien narra la leyenda, tratando, al mismo tiempo, de recomponerla en base a los legajos que posee y, en su intento, recuerda más a un arqueólogo que a un escritor que procura atrapar el origen de lo humano sobre el papel.

Cierto es que la palabra vuela y que lo escrito queda. Que a las danzas se las lleva el viento y que los huesos permanecen. Pero, al final, no dejan de ser formas de transmisión de la cultura. CULTURA. Gracias a ella, sabemos lo que sabemos y somos quienes podríamos llegar a ser. Que no se muera, que no se pierda. No dejemos que nos digan lo contrario ni nos quedemos sentados, agotados, aprovechando un recoveco del camino. La palabra escrita de una nonagenaria como Lessing devuelve confianza en la humanidad y vuelve a poner a la cultura en su sitio, por si nos habíamos olvidado del lugar en el que le corresponde estar.

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