Sud Aca Opina

Energía

¿Qué pasaría si una mañana abriésemos los ojos tarde porque la televisión que teníamos programada para que nos despertase con las noticias amarillistas de la primera edición matinal no funcionó?

De mala gana tomaríamos nuestro teléfono inteligente que estuvo conectado toda la noche recargándose su batería para ver la hora y nos daríamos cuenta que terminó de descargarse.

Nos levantaríamos de mala gana, trataríamos de encender la luz pero esta tampoco funcionaría.

Por ser invierno y estar aún muy obscuro, a tientas iríamos hacia la cocina y como para tratar de salir de la pesadilla en la que parecería que estábamos entrando, trataríamos en vano de encender la cafetera eléctrica sin resultado.

Torpemente nos lavaríamos los dientes con el cepillo eléctrico que por falta de energía tendríamos que usar como manual.

Ni pensar en ducharnos porque el calentador tampoco funcionaría. Por la falta de calefacción, tendríamos que abrigarnos como si nuestro departamento fuese Siberia.

Después de haber insultado fuertemente a las circunstancias saldríamos a la calle rumbo al metro y después de presenciar varios accidentes automovilísticos por el no funcionamiento de los semáforos, al llegar a la estación de metro estaría cerrada por falta de suministro eléctrico en todo el sistema, con decenas de personas furibundas esperando la reposición del servicio.

Con el transporte público sobrepasado, llegaríamos atrasados a la oficina. La única ventaja sería que el reloj control tampoco funcionaría y menos los sistemas informáticos.

Sin poder usar el computador, tendríamos que volver a usar lápiz y papel para no perder la jornada laboral.

Después de unos días en esa condición, parte de la comida que guardábamos en el refrigerador ya se estaría pudriendo y por la psicosis generalizada, los supermercados no tendrían que vender primero por la falta de medios de control y después porque los saqueos los dejarían completamente desabastecidos.

Resistiríamos algunos días sin comer y las reservas de agua tratada se acabarían, teniendo que beber agua contaminada, con las consecuentes enfermedades oportunistas que encontrarían organismos debilitados y sin las defensas adecuadas.

La población urbana se vería fuertemente diezmada porque sin energía los medios de transporte no funcionarían y la producción rural se pudriría en el campo.

Millones morirían y como suele suceder en casos extremos, los supuestamente más débiles resistirían esta escases de energía.

Un perro de raza es enfermizo, incapaz de defenderse y absolutamente dependiente de su amo, mientras que un perro mestizo de la calle, sigue viviendo por la fuerza del habito a no tener nada y ser capaz de sobrevivir eternamente.

De igual manera, los teóricamente poderosos habitantes de grandes urbes, morirían al ser incapaces de auto sustentarse por no tener ni el espacio ni la experticia suficiente como para producir sus propios alimentos.

El agricultor perdido en un rincón olvidado de la geografía, ese sin acceso a nuestra supuesta modernidad, seguiría viviendo en su relativa precariedad, comiendo de su siembra y bebiendo de la vertiente.

La fuerza del débil se impondría sobre la del supuesto poderoso.

Pero como el ser humano es capaz de adaptarse a todo, teniendo el tiempo necesario para hacerlo, la vida sin energía se re establecería hasta volver a la condición actual en que aparentemente sirve más el dinero que compra, al conocimiento que produce.

Sin energía podríamos llegar al borde del exterminio pero siempre tendríamos esa energía vital a la cual echar mano, esa de la voluntad, esa del sobreponerse a la adversidad, esa de la creación capaz de encontrar nuevos caminos.

Solo cultivando la energía interna es que somos y seremos capaces de sobreponernos a toda adversidad.

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