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Entre el relato y la performance. O amor dos infelizes

Siempre me fascinó la capacidad que tienen los cuentos, las leyendas, los relatos… para generar imágenes en nuestra mente y cómo esas imágenes producen sensaciones que pueden, incluso, estimular una respuesta emocional.

Esa capacidad de la palabra para hacer brotar la imaginación y el pensamiento.

Hay quien dice que pensamos con palabras y que si no tenemos palabras no tenemos pensamiento, porque la palabra es pensamiento y viceversa.

Sin embargo, la existencia (el «pienso luego existo») y la experiencia, creo yo, son algo más amplio que comprende espacios ignotos que están más allá de la conciencia y de lo verbal.

Incluso me atrevería a afirmar que un olor, un sabor, una luz, un sonido inarticulado o que no se somete a la notación musical clásica, pueden también hacer brotar la imaginación y el pensamiento.

Incluso me atrevería a afirmar que podemos pensar con imágenes y sin conceptos o palabras.

Pero, bien, yo no soy un filósofo ni un sabio para estar aquí afirmando o negando nada.

Vengo aquí, a plasmar en letras sobre esta pantalla en la que estás leyendo, algunos pensamientos a partir de análisis de espectáculos y obras teatrales. Y como el teatro es una experiencia humana que se alimenta de la vida y del arte para ser arte, no queda otro remedio que pensar también sobre la vida y el arte.

En fin… A lo que iba. Eso: que siempre me fascinó la capacidad que tienen las palabras para estimular películas en nuestra imaginación.

Cuando alguien te cuenta una historia, si esa historia está mínimamente bien construida y bien contada (bien dicha, bien emitida), entonces tu mente se abre y todo comienza a cobrar vida y a moverse.

También me resulta fascinante, por el contrario, como en el teatro realista la inflación o la sobrecarga verbal detiene la acción. Ahí la palabra descriptiva o ilustrativa hunde el devenir dramático y quiebra la identificación y la ilusión realista.

La epicización del drama establece una distancia respecto a la ilusión realista y nos sitúa ante la propia realidad teatral de la «performance», de la actuación en sí misma.

Resulta curioso como la propia acción de decir un texto: contar una historia, sin representarla mediante acciones dramáticas que creen esa ilusión de realidad, estimula otras partes de nuestro cerebro más ligadas a la imaginación que a la identificación empática. Aunque la imaginación no esté desvinculada de la emergencia de emociones.

Así tenemos que si a la propia acción real de CONTAR UNA HISTORIA (sin representarla), le añadimos otras acciones escénicas lumínicas, para generar atmósferas o estimular a partir de la temperatura, el cromatismo y otras cualidades de la luz, y también le añadimos acciones coreográficas y con objetos para estimular a partir del propio movimiento del cuerpo y del dinamismo espacial que se genera entre los objetos y el cuerpo (el cuerpo como objeto, más que como sujeto, y el cuerpo como espacio cambiante), entonces tendremos un cóctel teatral que suma a la imaginación, estimulada por el texto, otras sensaciones producidas por la contemplación de esas acciones escénicas lumínicas, coreográficas y objetuales.

Una dramaturgia que prescinde del «drama», entendido aquí como ese modelo compositivo destinado a crear ilusión de realidad, para ceñirse a la propia realidad de lo escénico y sus estímulos.

El 14 de diciembre de 2014 asistí a la última función, en la Sala Mala Voadora de O Porto (Portugal), de O AMOR DOS INFELIZES de la Cía. Teatro Bruto. Según parece, el último espectáculo con el que se despide esta compañía teatral portuguesa después de muchos años de trabajo.

O AMOR DOS INFELIZES es el ejemplo que da pie a la reflexión inicial de este artículo.

Es el relato de la historia cruel de una infeliz, una mujer enana, que es perdonada por el pueblo debido a su desgracia.

La enana sufre, le duele el cuerpo pequeño y le duele la situación en la que se encuentra. Sus dolores y su disminución le valen la simpatía y la caridad de sus vecinas y vecinos.

Solo comete un error la enana: desear a algún hombre y quedarse embarazada.

El cumplimiento de este deseo, ese ápice de goce y felicidad, la va a convertir en un ser despreciable a los ojos del pueblo (una especie de Dogville, de Lars von Trier, quizás).

Se acabó la piedad y el buen trato con ella. Ahora que ha hecho algo que cualquier otra mujer hubiese hecho, ahora que se ha igualado al resto de las mujeres de la vecindad, ya no merece más que el rechazo.

Y el destino la castiga con la muerte cuando da a luz a aquel niño fruto de sus sueños.

El relato se vuelve parabólico en su ironía trágica invertida: aquí la protagonista no es una heroína que pase de la felicidad a la infelicidad por un error, sino una desgraciada a quien un asomo de placer y felicidad le acaba costando la vida.

O AMOR DOS INFELIZES es una adaptación del segundo capítulo de la novela O FILHO DE MIL HOMENS de Valter Hugo Mãe.

El espectáculo de Teatro Bruto, dirigido por Ana Luena, consiste en la performance de Margarida Gonçalves como narradora que nos cuenta la historia, trufándola de juegos simbólicos en los que la acción corporal, sonora y lumínica, con la ayuda de unos paraguas, recrea (sin representar) imágenes evocativas y poéticas que hacen eco con la fábula.

El contacto directo con el público, el uso de un atril y de un micrófono en algunos de los pasajes, buscan poner en evidencia ese recurso a la narración oral, al género de las/os contadoras/es de historias.

Sin embargo, la expresión de la actriz le proporciona un cierto tono identificativo muy próximo al drama, sin caer en el drama.

Este matiz colabora en generar una tensión rítmica entre la distancia del relato y la proximidad humana del conflicto del personaje referido de la enana.

Ahí florece una extraña mezcla de humor y ternura y, por veces, se produce la rara sensación de que la actriz-narradora es la enana del cuento, cuando, en realidad, todas/os somos, en algún aspecto de nuestra vida, unos enanos y enanas.

¿Quién no tiene alguna disminución que intenta esconder? ¿Quién no se siente enana o enano alguna vez? ¿Quién no ha sentido la simpatía y la adhesión de los demás en la desgracia y su dureza y desdén en la felicidad?

Pues eso: ¡FELIZ 2015 AMIGAS/OS!

Afonso Becerra de Becerreá.

(O AMOR DOS INFELIZES estará el 22 de enero de 2015, a las 20,30 h., en el Salón Teatro de Compostela, por si a alguien le interesa.)

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