La voz antigua

Entre lo visible y lo invisible

El Teatro es la esencia de lo visible y lo invisible, de lo que se ve y no sé ve, de las bambalinas poéticas en las entrañas el actor. Esencia destilada de las horas de trabajo. Esencia de las escenografías posibles, que se encuentran en los detalles de aquello que uno si pudo construir. Esencia de los cuerpos, que enfermos o no, lo dieron todo más allá de los límites. Esencia de la fuerza arrolladora que aboca al movimiento perpetuo, a la transmigración de las almas, poéticas, que giran una y otra vez sin cesar y sin descanso.

Nadie dijo que fuera a ser fácil; luchar significa que estamos vivos y que lo seguimos intentando. Luchamos para que la necesidad de hablar se haga realidad en escena, para que la creación pase la criba de la institucionalización de los conceptos, para que el desconocimiento de las herramientas de producción no nos aboque al silencio; lo seguimos y lo seguiremos intentando.

Cuando uno crea: desde la imagen, desde la idea, desde el cuerpo que busca la palabra; cree que es ese el proceso creativo, que el proceso de «crear» es lo que da valor al proyecto; pero cuando intenta que lo creado además de respirar empiece a dar sus primeros pasos, se da cuenta de que hay muchas otras cosas que uno no sabe, de que hay muchos otros procesos «creativos» englobados dentro del proceso de creación global, de que ninguno es más importante que otro porque todos son necesarios.

En el teatro, lo visible está en escena y lo invisible también.

Y desde esta visibilidad invisible hago un llamamiento a todos los procesos que se encuentran dentro del trabajo escénico: a los agentes que trabajan para que el encuentro entre el actor y el espectador se haga posible; a la gente que consigue que todo esté en su sitio y a su hora, a las personas que logran que el hombre que toca el saxofón en la calle haga sordina su canto para poder escuchar el tuyo en el escenario; a los técnicos de montaje, primeros en llegar y últimos en marcharse; a los técnicos de luces que hacen de la escucha del cuerpo del actor un baile imposible de luz en el escenario; a la producción a veces imposible de una pieza sin medios. Un llamamiento a las personas que con su amor y su apoyo desde la cercanía o la distancia hacen que los momentos de soledad se llenen de abrazos; Un llamamiento a la vida, porque definitiva, eso es el teatro.

Hace unos meses, un actor ya mayor que trabajó con un discípulo de Meyerhold hace tiempo, me dijo: «Así que vas a hacer un solo escénico… mmm…bien… ya sabes que uno no está nunca solo, en el escenario, ¿lo sabes, verdad?, no lo olvides, porque siempre estarán contigo». Quizás él se refería a otro tipo de acompañamiento, pero, de una u otra manera, tenía razón.

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