Sangrado semanal

Envidia, cerdas

A algunos seres humanos nos gusta contar historias. No lo podemos evitar. Nos gusta escucharlas, pero más nos gusta narrarlas, en forma de palabra escrita o con nuestra propia carne y voz, que es lo que hacemos los actores. «Envidia, cerdas» – nos decía hace poco una actriz de solera tras haber visto un trabajo con 6 actrices en escena. Y la verdad es que tuvieron gracia su desparpajo y falta de falsa moral al admitir con ojos grandes que le dimos una envidia considerable mientras le narrabamos la historia con nuestros cuerpos y voces desde el escenario, al otro lado del espejo de realidades.

Y es que cuando la actuación se lleva en la sangre, no se puede evitar querer estar ahí arriba, en la escena, cuando estás en la butaca y ves un personaje delicioso o una propuesta valiente, un acto energético brutal, un divertimento, un comunión entre actores, un detener el tiempo…

La actuación es una carrera de fondo. No debemos desfallecer. Aún cuando falten embarcación y capitanía durante una temporada, no conviene darse por vencidos. Sentados en la butaca podemos pensar: «Envidia, cerdas», pero hay que confiar. En que más tarde o más temprano el Teatro nos guiñara un ojo de nuevo y estaremos batiendo palmas en escena con un personaje tronchante o tremendamente delirante que haga las delicias de los que están sentados de frente y de nuestro corazón mismo, contento de haber aguantado la travesía en el desierto con hambre de reyes y sed de laberinto.

«La vida del artista es veleidosa», dice uno de los personajes que tanta envidia causó a nuestra compañera. La creación lo es, pienso desde estas lineas. O más bien, tiene ciclos. Ciclos de siembra y ciclos de recogida. Y tiempos de barbecho, que son los que mas miedo dan. El barbecho es la tierra de labranza que no se siembra durante un año o dos para que descanse. Para un actor esos periodos son realmente terroríficos, porque nunca sabes si volverán a llamar o si surgirá algún proyecto interesante en el futuro.

Pero yo he visto que si. He visto a compañeras resurgir después de años de labranza y brillar en escena con toda la fuerza de lo teatral. Así que nada de darse por vencidas y a sufrir mucha envidia desde la butaca, porque eso querrá decir que seguimos vivas y con unas ganas tremendas de contar historias en cuerpo y alma.

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