Y no es coña

Es el mercado, amigo

Si le quito la coma al titular significa que el mercado es amigo, pero con la coma es una literalidad que expresó en sede parlamentaria el convicto Rodrigo Rato, que va de juzgado en juzgado y de penal en penal, con arrogancia superlativa. Creo que he escrito sobre el mercado en el mundo de las artes escénicas tantas veces como las circunstancias y el ambiente me lo han provocado, y como tengo todavía algo de memoria y acumulo trienios, hablar de los espectáculos creados casi de manera exclusiva para que giren por los Festivales Internacionales, no va a resultar un asunto novedoso, aunque sí, podemos introducirle algunos matices, ya que el mercado festivalero ha crecido y se ha ido especializando, ya que estamos en verano y la excepcionalidad es la regla, es decir, se van cerrando las temporadas, las programaciones de los teatros habituales, urbanos, de referencia, sin actividad aunque tengan magníficos aparatos de aire acondicionado y nos volcamos a ver marcos incomparables, a rescatar o inventarnos historias de lugares que fueron y desaparecieron y que vuelven y en todos se hace, cada cual a su manera, unas programaciones de mercado.

 

La pregunta retórica, escrita desde el Festival de Almada, es: ¿Hay, en general, mejores programaciones en los festivales estivales (perdón), que los festivales otoñales o de otras estaciones? Grec, Aviñón, Mérida, Alcalá, Anfitrión en diversos espacios andaluces, Sagunt, Almagro, Olite, Ribadavia, Murcia y muchos más que no señalo porque sería hacer un rosario interminable si añadiéramos las convocatorias de teatro de calle, en la península y en Suiza, por ejemplo, que tiene alguno de los festivales más potentes en este campo, nos hace llegar a la conclusión taxativa de que hay un mercado específico, pero por rubros. El teatro clásico como entelequia sube enteros en estos momentos en todos los mercados. Y es curioso ver cómo las productoras de cabecera se encargan de suministrar productos a ese mercado, a la vez, que especialistas tienen en estos meses la oportunidad de mantener su actividad de manera aireada, por ser actuaciones al aire libre y por tener contrataciones continuadas. Entre medio oportunistas, vividores, plagiadores y copistas múltiples. Es el mercado, amigo. 

Pero también pudiéramos decir, es la perdición, compañeros. Estamos, otra vez, propiciando producciones de temporada, seccionando la vida cultural, vinculándola a usos complementarios del turismo, véase la publicidad de los eventos para que mis opiniones queden refrendadas y no bajo la sospecha de animadversión. Seguramente los amantes de las doctrinas economicistas me dirán que eso es muy bueno, que da vida a muchos comediantes y artistas, que crea empleo temporal (quince días o un mes como mucho) a técnicos y servicios, que genera movilidad de personas y eso va bien para la hostelería y la restauración, y yo asentiré, aplaudiré, les daré la razón, pero insistiré en lo mismo, el Teatro es Cultura, no Turismo ni solamente entretenimiento aireado para combatir el calor y el aburrimiento veraniego. 

Es un discurso, el mío, caduco, trasnochado, como dirá algún cerebro del emprendimiento supuestamente privado a costa de los presupuestos de todas las instituciones, es la cultura del éxito. Y es la cultura del éxito económico para unos cuantos, del éxito desmovilizador para algunos técnicos y sus políticos adiestrados, es el éxito de lo banal, de lo intrascendente, de lo que no crea poso ni memoria, sino que vive emociones difusas provocadas por el evento y de la mercadotecnia al servicio de movilizar masas con señuelos seudo-culturales.

Los que estamos exentos de éxitos actuales, que miramos desde la lejanía con los prismáticos del amor al teatro, al encuentro vital y vitalista de los artistas con sus públicos, no renegamos de estos eventos, de este mercado, simplemente lo señalamos por si acaso fuera posible que además de esos éxitos contables, pensáramos en otros éxitos artísticos y culturales, que vienen cuando se piensa, se busca los motivos por los que se hacen las cosas, se marcan objetivos y se logra conectar con unos públicos que quizás no sean de avalancha, pero que crecen conjuntamente con todo el entorno.

Este mercado es internacional. Si se fijan las programaciones de los festivales de mayor presupuesto cuentan con los mismos nombres desde hace décadas. Existe un inmovilismo absoluto. Hay que moverse en otros circuitos, incluso festivaleros, para encontrar las nuevas joyas, los nuevos proyectos y lenguajes, lo que ya es en otras latitudes y que llegará nuestros escenarios, sean festivaleros o no, con suerte, dentro de tres o cinco años. Y eso no es culpa de nadie, es culpa de todos, por ser tan acomodaticios y conformistas, por no intentar mirar más allá de las carpetas de promoción, por no confiar en nuestros públicos que son variados y diversos, que posiblemente hoy no serán mayoritarios para estas nuevas experiencias, pero que irán creciendo si tienen la oportunidad de descubrir lo actual, lo que les interpela ética, estética y políticamente hoy, sin conspiraciones ni mantos tradicionalistas o del imperio casi totalitario del canon clasista que no clásico.

He visto en Almada, en su primer fin de semana de arranque, espectáculos buenos, regulares y hasta alguno malo, pero ninguno está en otras carteleras de otros festivales. Con eso tengo bastante para reafirmarme en mi discurso de calendario teatral zaragozano.

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