Y no es coña

Europa no puede esperar

Sin duda la elección de alcaldes es uno de los actos democráticos que acostumbran a ser más personales, porque es la primera instancia de muchas de las cosas cotidianas que realizamos en nuestro existir. Las otras instituciones tienen su importancia relativa, pero atendiendo a lo que aquí nos ocupa, un porcentaje cercano al noventa por ciento de los teatros, auditorios y salas de exhibición de espectáculos en vivo son de titularidad municipal, por lo tanto, algo nos debería interesar el equipo de gobierno de nuestras ciudades. Y si se les ocurre poner en sus programas electorales dos líneas sobre lo que piensan sobre la cultura que les afecta y sobre las artes escénicas en particular, nos debería hacer decantar el voto, a no ser que votemos por convicciones superiores, por fe, por pertenencia o por costumbre. 

 

En cada ciudad, pueblo o villa hay unas motivaciones diferentes para poner una papeleta u otra, pero me temo que vemos más propuestas sobre alcantarillados, alumbrado, parques y jardines en las incitaciones que asuntos relacionados con el ámbito cultural. Y todo ello porque parece que la masa de conciudadanas y conciudadanos no tienen una preocupación excesiva sobre lo estrictamente cultural, porque hemos tenido la desgracia de que venzan los mensajes mercantilistas y se ha instalado socialmente que al teatro se va a divertirse, que es cierto, pero se entiende que solamente a base del humor más directo. También se va a ver si los personajes de la tele, vistos en vivo, son tan guapos, tan altos y pronuncian tan mal como en las series. 

Es una de las labores urgentes que faltan por incardinar de manera global, hacer de verdad que los escenarios sean plurales, se vea la diversidad ideológica, estética, se considere que la cultura es un bien más allá de los resultados económicos y la cuota de ocupación y que existen formas en las artes escénicas que son puramente de este siglo XXI, aunque cueste entenderlo si no se es un especialista, porque la inmensa mayoría de las programaciones de los teatros públicos se basan en propuestas de muy difícil homologación en los escenarios públicos europeos. Diría que hasta en los privados.

Y ahí quisiera llegar yo, a Europa. Existe una tendencia congénita al euroescepticismo, pero no por argumentos políticos, económicos o estructurales, sino por vagancia. Que rima con ignorancia. Dicho de alguna manera, somos europeos, tenemos el euro como moneda, hasta es posible que viajemos a lugares de Europa, que el Erasmus nos haya acercado, pero culturalmente y en artes escénicas, la distancia entre Madrid y Varsovia es mayor que la que existe entre Marte y Saturno. O la existente entre Barcelona y Munich. O la que hay en este campo entre Bilbao y Praga. No sigo que me entra la risa o el cólera. 

Y sin embrago existen programas de ayudas europeas para el fomento de actividades conjuntas entre miembros fronterizos o entre tres colectivos de tres países miembros. En todas las convocatorias públicas para cargos de gestión en teatros, o para subvenciones, podemos concurrir todas las ciudadanas europeas en igualdad de condiciones. He dicho todas. Y no es una exageración, es una ley europea. Como hay tantas otras que desconocemos. Por lo tanto, yo digo, una vez más, que Europa no puede esperar más. Que debemos entender que nuestra vinculación iberoamericana es fundamental, a veces con ciertos aires imperiales, aunque necesaria, orgánica, pero que pertenecemos, también, a un ámbito teatral de mucha relevancia, Europa, donde se dan los creadores más representativos de nuestros tiempos, donde existen las condiciones para el crecimiento, donde se valora de manera efectiva, real, las artes escénicas como parte esencial de su identidad. 

Por lo tanto, miremos a ver si en algún programa de los partidos políticos que nos piden nuestro voto, se menciona algo al respecto. Porque la agricultura, el fútbol o el acero y el carbón, son muy importantes, pero la Cultura y el Teatro, la Danza o la Música, son como mínimo tan fundamentales como el aceite o la cuota de pesca. Y parece que nadie presta atención a ello. Armonizar los reglamentos de Seguridad de las salas ha sido posible, ¿por qué no existe alguna reglamentación que vincule a los edificios, a sus titulares, con sus contenidos? Lo que aquí se hace y se exhibe por las salas de titularidad pública, con fondos públicos, de los Pirineos hasta el Polo Norte y de la raya portuguesa hacia el Atlántico, se llama teatro de boulevard, teatro comercial, y circula por teatros privados, que tienen todo su derecho. En los teatros públicos se hace, produce, propicia un teatro comprometido con su historia, con su realidad, pero en formas y formatos que lo empoderan como identidad cultural relevante que es un derecho de la ciudadanía. Que ayuda a crecer de una manera más homogénea y culturalmente importante a todos, como precepto democrático.

A todos cuantos me leen: díganse los cinco creadores, espectáculos, teorías, dramaturgas o directores más importantes del mundo en la última década. ¿De dónde son? O si quieren añadan, además de dónde son, ¿dónde se han formado y avanzado en sus investigaciones? Pues eso.

Y la UTE, la Unión de Teatros de Europa, precisamente en Oporto decidió en sesión plenaria hace ya más de una década, que la lengua franca de los escenarios europeos sería la traducción simultánea. Cada uno con la suya y en cada país con una buena traducción. 

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