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Éxito o fracaso

El teatro es un acto social. El escenario tiene una dimensión de escaparate, mostrador, desde el que exhibir acciones que, de manera implícita o explícita, responden a una cierta ideología y ofrecen una perspectiva sobre el mundo o los mundos posibles. La congregación de espectadoras y espectadores, ante el escenario, entran en ese juego sociopolítico, ideológico, emotivo, cultural y artístico.

Desde sus orígenes remotos el teatro y sus gentes siempre estuvieron vinculados a la esfera pública, siempre mantuvieron relaciones, más o menos fluidas, con el poder. Antes de existir la imprenta el teatro era un medio eficaz de difusión de ideas a través de historias actuadas. La dramaturgia se ponía al servicio de estamentos, clases sociales, doctrinas e instituciones. La aristocracia gozaba de sus compañías de teatro de cámara. La burguesía tuvo, y aún posee, su teatro burgués. La Iglesia Católica también utilizó el teatro para sus misiones pedagógicas. Las izquierdas, los descontentos, también emplearon el «Agitprop» escénico. Y la sociedad de consumo, de tendencia capitalista y neoliberal, también tiene su teatro comercial de entretenimiento.

En consecuencia, al estar en contacto con lo público, el teatro detenta un cierto poder y notoriedad. De ahí que mucha gente desee introducirse en esta profesión y en lo que la rodea (dirección, gestión, programación, crítica, etc.) para buscar satisfacer sus ansias de fama y poder. Agazapados tras el prestigio cultural y artístico e investidos de cierto glamour, esos «profesionales» de las artes escénicas pueden codearse con las altas esferas políticas y empresariales. El coqueteo con los concejales de turno, con alcaldes, consejeros autonómicos y directores generales, con la prensa y los medios de comunicación, puede contribuir a incrementar la libido de poder. La frecuentación de estrenos teatrales, cócteles, ceremonias y galas de premios, la asistencia a congresos, simposios y conferencias, son terreno abonado para el autobombo y la egolatría insaciable de algunos.

Cuantas más relaciones y más paripé, más posibilidades de ascenso, más posibilidades de premios y reconocimientos. Para ello es necesario saber estar, ser políticamente correctos, estar en la onda, hacer concesiones, rebajar escrúpulos y mostrar seguridad y asertividad. Ser camaleónicos y si toca ser «cool» pues se es «cool», si toca ser «alternativo» pues se es «alternativo». El «coaching» puede ayudarnos a escalar.

Hacer contactos es fundamental y la cara del éxito siempre la más atractiva y útil.

Quienes persiguen el poder en las artes escénicas, valoran el éxito, la fama y las cuotas de audiencia al máximo, mientras desprecian el fracaso, la duda, la debilidad. El teatro como «producto» e «industria» cultural rentable económicamente no vacila en rebajar su exigencia artística y sus contenidos incómodos para buscar congraciarse con las mayorías, con los políticos de turno. Los dramaturgos cuyas obras resultan incómodas y cuestionadoras, sólo son asimilados, en vida, en circuitos marginales o bien glorificados cuando ya hace años que están muertos, porque entonces pueden ser utilizados ad libitum como peldaños para ascender, valiéndose de su aura de prestigio.

El riesgo, la duda, la controversia, lo incómodo, la mirada crítica, la «discriminación positiva» o la intolerancia a lo ilegítimo (aunque sea legal) son ignorados por quien busca el éxito sobre todo. O bien utilizados de manera torticera para investirse del realce del «enfant terrible», que es otra manera estandarizada de ascender.

Hace años, en la época en la que Cristina Domínguez dirigía el CDG (Centro Dramático Galego), cuando quien escribe estas palabras formaba parte del Consejo Asesor, junto a Carmen Domech, Manuel Lourenzo, Che Mariño y Xesús Ron, propusimos un proyecto con tres jóvenes dramaturgos residentes que, junto a un joven director de escena, realizarían una obra y pondrían en pie un espectáculo. El resultado no tuvo el éxito esperado y mucha gente se dedicó a menospreciarlo. Pocas personas valoramos que la compañía pública asumiese el riesgo de una dramaturgia residente con tres voces emergentes trabajando en equipo con un joven director de escena. Pocas personas le reconocieron al proyecto, único en su naturaleza dentro de la historia del CDG, las virtudes en materia de investigación e innovación. No. Lo único que se esperaba era un gran éxito, la consagración de sus integrantes, el aplauso unánime de público y crítica y, sobre todo, que reventase la taquilla. ¡Quizás hubiésemos hecho mejor programando «El Rey León» en versión vernácula, jajaja…!

Algo parecido aconteció cuando en Ónfalo Teatro, junto a Rut Balbís, Diego Costa, Luisa Merelas y Toni Salgado, Ana Contreras y yo, estrenamos a Thomas Bernhard en gallego, en Galicia. Tenía que ser un éxito asegurado, dentro de las estéticas lícitas al gusto que se estila por estos lares, porque sin ese salvoconducto resultaría una empresa ridícula, sin salida ninguna.

Los errores y los fracasos, en si mismos, no tienen ningún valor. Solo contribuyen al aprendizaje y al progreso cuando se saben reconocer, analizar y aprovechar para crecer. El error y el fracaso son caminos abiertos al crecimiento cuando se hacen conscientes, cuando no se esconden detrás de grandilocuencias o coartadas autoindulgentes. Esconder el error, negarlo, delata miedo al fracaso, a la no aceptación por parte de los demás, delata inseguridad, o bien afán de poder.

La redención del error, del fracaso, es la sabiduría, la madurez que da esa experiencia a través de su reconocimiento.

En la segunda semana de noviembre, una joven compañía de Galicia, FUNBOA ESCÉNICA estrenó en la Zona C de Compostela su segundo espectáculo «SIGUE BUSCANDO. CANDO O FRACASO TRIUNFE TEREMOS ÉXITO». Con él certificaron la victoria teatral de los fracasos sublimándolos dramatúrgicamente.

FUNBOA ESCÉNICA indaga en el terreno experimental y experiencial de la dramaturgia posdramática. Después de «Oiseau Rebelle», en el que Paulina Funes y Cristina Balboa (FUNBOA) hacían una deconstrucción de los mitos del amor romántico, para declararle la guerra, a raquetazos, al corazón y a la metáfora de la media naranja, pasan ahora a recrearse, con semejante humor cáustico e irónico, en el concepto existencial del fracaso.

Otra performance, esta vez para deconstruir el mito heroico de los triunfadores y del éxito.

Para ello utilizan múltiples recursos plásticos, unas veces asumidos desde la propia realidad escénica desnuda (el juego confesional al público sobre algunos fracasos, tomados desde la distancia liberadora de quien ya se puede reír de ellos), otras desde el simulacro metaficcional, jugando casi a la parodia, sobre la composición teatral y el proceso titánico para sacar adelante el proyecto de este espectáculo.

Estevo Azañón y Cristina Balboa manejan la iluminación, ponen la música y el vídeo, construyen y modifican el espacio. Hacen un trabajo con luz negra convirtiéndose en figuras fosforescentes, en dos clowns siderales, que se mueven en el ámbito de lo onírico, después de mostrarnos su poca fortuna en los asuntos más mundanos.

El espectáculo comienza con la acción de rasgar papeles, luego de leer su contenido. Se trata de los títulos y diplomas académicos que ostentan la actriz y el actor en sus currículos. Documentos burocráticos, certificados y acreditaciones que en el mundo de hoy demuestran su invalidez y engaño. El espejismo de las titulaciones universitarias como garante de éxito.

En este «SIGUE BUSCANDO» también continúa esa íntima relación temática y expresiva con una parte de las vivencias de quien actúa. La vida es el material directo de composición y reflexión.

Las referencias de la cultura pop, desde Lady Gaga hasta Britney Spears, los concursos de televisión, las «celebrities» del celuloide, se mezclan con los recuerdos del colegio y con el propio proceso del espectáculo.

La apuesta y la puesta en escena de IDEAS es otro de los atractivos. El texto las expone sin ampulosidad, todo lo contrario, bajándolas a los pies para que podamos caminar por ellas e, incluso, hasta bailarlas. En uno de los números de este cabaré posdramático sobre el fracaso, la actriz y el actor abandonan la escena y se sitúan detrás del público para ofrecernos la visión de ese escenario sin actores, sin más show que el propio plató iluminado, para que cada quien goce de imaginar el espectáculo de éxito que más desee.

Y es que una cosa es el deseo y otra su satisfacción, cuando estos dependen de circunstancias externas como el rasero del éxito.

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