Velaí! Voici!

Felicidad

Felicidad. ¿Qué es la felicidad?

¿Qué es felicidad? – dices, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es felicidad? ¿Y tú me lo preguntas? Felicidad… eres tú.

Si, tú, que me lees. Ahora que ya no estás aquí, a mi lado, sino ahí, compartiendo conmigo estas palabras que nos aproximan. Felicidad es seguir unidos, aunque sea de esta manera virtual. ¡Gracias!

¡Perdón! Vuelvo a empezar:

Felicidad. ¿Qué es felicidad?

Una idea, un pensamiento, un sentimiento… El superobjetivo de cualquier personaje que no se encuentre patológicamente tocado.

Pero como objetivo resulta un actante demasiado abstracto y poco operativo para movilizar al sujeto protagonista. Quizás es por eso que la felicidad no es más que un concepto vacío (el espacio vacío de Peter Brook otra vez) que, en cada caso particular, se transmuta en algo mucho más concreto y activante. Macbeth y Lady Macbeth son felices si conquistan el poder, si llegan a ser reyes de Escocia, aunque para ello tengan que sacar del medio a Duncan, el monarca que ocupa el trono y eliminar a una buena parte de sus colegas. Julieta es feliz si consigue realizar su aventura amorosa al lado de Romeo, para ello los dos enamorados deberán vencer las enemistades que enfrentan a ambas familias y, además, también está Paris, el novio que el papá y la mamá de Julieta le han asignado.

Como sentimiento, la felicidad, es un instrumento, un medio, a decir de Castilla del Pino, que pone en relación al sujeto con un objeto o, incluso, consigo mismo como objeto. Así que, bajo esta óptica, también se confirmaría como una especie de canal en positivo de lo relacional. Y el arte dramático es, precisamente, el arte que más indaga y utiliza la puesta en relación, intra y extra ficcional. Relación de los personajes y de las actrices y actores que los interpretan, relación de las personas escénicas que actúan y relación, directa, de la escena con la recepción, espectadoras y espectadores.

El teatro, incluso cuando aborda asuntos funestos y terribles, acaba siempre por establecer una FELIZ RELACIÓN con su público. Y si no es así, ¡pues vaya rollo patatero!, que para sufrir de verdad ya tenemos los inconvenientes y tropiezos del día a día. Así que, por favor, el arte que nos haga gozar, aunque sea con lo más abyecto y horroroso, a través de la sublimación. Que nos haga bello lo feo, que nos vuelva agradable lo asqueroso…

Felicidad. Noto que el término se me va de las manos, por eso me voy a circunscribir a la felicidad del espectáculo «AH, OS DIAS FELIZES» de NUNO CARINHAS, en su puesta en escena de la obra de SAMUEL BECKETT, estrenado este mes de noviembre en el TNSJ (Teatro Nacional São João) de O Porto, con una magnífica interpretación de EMÍLIA SILVESTRE, en el papel de Winnie, y JOÃO CARDOSO, en el papel de Willie.

Más allá del propio texto de Beckett, más allá del espectáculo de Nuno Carinhas, o más acá, me ceñiré a mi recepción de ese concepto de felicidad que emanaba del escenario.

En la primera parte, Winnie está medio enterrada, hasta la cintura, en un montículo con textura de corteza de árbol centenario. Una especie de miriñaque de corteza cuya textura convierte la materia vegetal casi en una superficie mineral. Winnie con una enorme falda pétrea. El montículo que atrapa medio cuerpo de Winnie semeja un volcán fosilizado, extinguido, del que aún asoma medio cuerpo de la mujer. Los pies y las piernas, símbolo de la voluntad, están desaparecidos bajo esa montaña, enterrados bajo tierra. Entonces la voluntad, el deseo, el querer, se traslada al discurso, a la parte alta del tronco, a los brazos, a las manos, a la expresión facial.

Winnie resiste y se alegra, incluso en la evocación melancólica de aquellos días felices de antaño, a través de microacciones, de pequeños movimientos que atestiguan la ausencia de grandes objetivos.

Ahora, bajo esta restricción motriz, desaparecen las falacias de la felicidad, de esa enajenación transitoria. Ahora, Winnie, lava los dientes, se mira al espejito de mano, limpia sus gafas, coge la lupa y lee la inscripción del cepillo de dientes, ve una hormiga… y todo esto le produce alegría, incluso asombro y nos hace disfrutar con ese micromundo alejado de los grandes idilios y de los proyectos que, desde esta escala, nos resultan megalómanos y, a la vez, ridículos.

Beckett, con su partitura escénica, a través de Winnie, parece que nos lleva de viaje a una especie de Liliput parabólico.

La misma imagen icónica de esta mujer hundida de medio cuerpo, en la primera parte, y hasta el cuello en la segunda, en ese montículo, se erige en el centro neurálgico de «Happy Days» y «Oh les beaux jours», dos variaciones del autor sobre la misma obra, y puede resultar una alegoría, que alguien quiso describir como pos apocalíptica de la vida y sus afanes.

«AH, OS DIAS FELIZES» aporta la máxima plasticidad visual y rítmica, desde el código verbal, a la obra de Beckett. Ahí se nota que Nuno Carinhas, además de director, es un escenógrafo y busca potenciar la sensualidad a través de la composición morfológica de la escena.

Del impacto plástico visual de su espectáculo forma parte la excelsa expresividad que Emília Silvestre le da al rostro y al juego con los pequeños objetos, junto a las inflexiones verbales, sin un ápice de sobreactuación. Hay en su Winnie todo un abanico de colores y actitudes alrededor de la felicidad, una alegría paradójica y casi dolorosa por veces. Una inaudita mezcla de melancolía y júbilo. Un monólogo dirigido a su marido decrépito, Willie, y dirigido a ella misma, desde la resistencia, desde la consciencia de que todo pasa: el leitmotiv de «la moda antigua».

«Happy Days», «Oh les beaux jours» y, ahora, «Ah, os días felizes», en traducción de Alexandra Moreira da Silva y escenificación de Nuno Carinhas, nos sitúa ante un juego (casi circense, con dos payasos decrépitos: Winnie & Willie) de restricciones crecientes, como la vida misma.

No obstante, brota de esta Winnie una especie de regocijo telúrico, que también recuerdo de aquella otra actuada por Natasha Parry, dirigida por Peter Brook, que vi en Sitges en 1997. Y es que quizás haya algo de cierto en las mágicas relaciones etimológicas entre «humor», «humanidad» y «humus». Y quizás sea ese íntimo contacto con la tierra la fuente inagotable de alegría.

Sin embargo, la ecuación de la felicidad sigue sin despejarse… aunque en el teatro seamos tan felices.

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