Y no es coña

Fiesta cultural

La Cultura se debe reivindicar siempre como una fiesta de los sentidos. Y dentro del concepto de Cultura, las artes escénicas y preformativas, dada su profundidad de descubrimiento e iniciación y su legitimidad histórica, las que más se acercan a lo estrictamente insustituibles. Debe ser la última actividad humana que nos ayuda a interpelarnos, a cuestionarnos nuestras relaciones con la naturaleza, los dioses y los demás seres humanos.

Por ello cuando la primavera nos ha visitado tras un duro invierno, celebrar una fiesta cultural reivindicativa es la mejor manera de hacernos notar. Incluso de dar la nota. Porque si las mareas multicolores iban defendiendo las cuestiones puestas en peligro por el actual gobierno español y que forman parte de la estructura democrática de una colectividad: sanidad, educación, fundamentalmente, universales, públicas y gratuitas, no había existido una marea cultural, una reivindicación de lo cultural como un bien común, que debe estar protegido por el Estado porque se trata de un derecho básico de todos, no solamente de quienes la hacen, sino, especialmente de quienes la disfrutan, la usan, la ven, la oyen, la leen.

Hay un complejo que se contagia sobre el valor absoluto de la actividad cultural como bien social irrenunciable. Siempre entran dudas, se balbucean frases menores en su defensa, no se estructura un discurso realmente coherente y que no deje lugar a dudas. Hay que garantizar a la sociedad, de manera democrática, el acceso de todos, sean de la condición social que sean, el acceso a la Cultura: los museos, los conciertos, las obras de teatro, la danza, la poesía, la novela, los relatos audiovisuales y un sinfín de rubros más que ayudan a entender mejor al mundo y a sus habitantes. Y hay que dejarlo claro, sin medias tintas, sin recovecos.

Aquí viene una trampa en el discurso. Se garantiza todo ello en la escala menor, en la televisión. Recuérdese que hubo un decreto que declaró al fútbol de «interés general», y todavía los partidos de la selección española, deben emitirse en abierto. Para muchos la televisión ofrece a todas las clases sociales los contenidos que se deben calificar hoy como cultura popular. Y nadie va a negar que la televisión ha sido un elemento que procura una cierta uniformidad de información, pero mirado su funcionamiento más cotidiano y habitual, lo que hace es ofrecer un entretenimiento alienante que ayuda a desculturalizar a grandes masas de población. Es un elemento de intervención ideológica, desmovilización y simulacro.

Hoy tenemos una alternativa en pañales, Internet, las redes sociales, todo lo que se nos presenta como posibilidades de usar esta herramienta para transmitir valores culturales, pero nos tememos que las legislaciones que se van aprobando, el uso banal, la masificación, acabará haciéndolo un instrumento más de consumo y de servicio a la transmisión de unos valores a-culturales.

En ambos casos se deberían usar para la difusión, para la publicidad de los acontecimientos culturales de exhibición en vivo y en directo, y en el mejor de los casos con una transmisión instantánea, pero que no suple el auténtico valor de comunicación convivencial, inmediata de todas las fiestas culturales, de todas las experiencias en artes escénicas y musicales, que requieren de la presencia, de la complicidad, incluso de la obligación necesaria de estar en un lugar en el mismo tiempo.

La Cultura, esta Cultura de la que hablamos, debe ser protegida, ayudada, instalada en el uso voluntario de la sociedad, en los hábitos de la ciudadanía. Y eso se debe hacer e impulsar desde los presupuestos generales, desde un diseño de estructuras viables y sostenibles, de crear una imagen positiva, de accesibilidad y de goce de todo lo que sea cultural. No estigmatizar, ni convertir el teatro en un subproducto televisivo de diversión barata; ni darle a la poesía ningún baño de oscuridad, ni hacer ver que el arte contemporáneo es algo incomprensible. Lo inmediato es educar en valores culturales y artísticos a todos los educandos, divulgar la cultura con la misma pasión que se divulgan los vómitos de Messi. Si lográramos algo parecido, si todos entendiéramos que debe existir Cultura pública y al abasto de todos, si conseguimos una marea cultural, seguro que todos y todas seremos mucho más felices y tendremos un futuro mejor. O al menos más dialéctico, menso dogmático, más luminoso. En definitiva, más festivo.

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