Entrevistas

Francesco Saponaro: «Con ‘Yo, el heredero’ vuelvo a conectar con mis raíces»

El viernes 16 de septiembre el Centro Dramático Nacional comienza su temporada 2011-12 con el estreno de Yo, el heredero del dramaturgo italiano Eduardo de Filippo, una producción de Producciones Andrea D´Odorico, protagonizada por Ernesto Alterio y Concha Cuetos, entre otros, y dirigida con Francesco Saponaro, con quien mantuvimos esta entrevista publicada en la Revista ARTEZ nº173.

 

 

Resulta curioso que hasta hace bien poco De Filippo no haya sido un autor muy representado en España y en los últimos años se hayan realizado varias producciones. ¿A qué crees que se debe?
En Nápoles es un mito. También en Italia. Y en Japón, en América. Ahora está llegando por fin a España, gracias entre otros al desarrollo de proyectos conjuntos por parte del Centro Dramático Nacional y la productora Teatri Uniti de Nápoles, a los que se suma Andrea D’Odorico, siempre atento a conseguir textos y autores que llegan del patrimonio cultural italiano. Hay que tener en cuenta que los personajes de las obras de Eduardo de Filippo se caracterizan por el uso constante y fluido de un idioma particular que mezcla sutilmente, de una forma extravagante y curiosa, el dialecto napolitano con el italiano. Es un italiano hablado por la pequeña y mediana burguesía que se va formando desde la segunda guerra mundial y conseguir una buena traducción no es fácil. En nuestro caso, hay que destacar la labor de Juan Carlos Plaza-Asperilla, un trabajo en el que sigo profundizando junto a los actores. Eduardo no fue un autor de escritorio, sino un actor que escribe para el teatro y los actores. Su lenguaje no es perfecto, es el que se habla.

 

Es el primer De Filippo que diriges, pero ¿el hecho de que tú también seas napolitano nos ofrecerá una visión más cercana al imaginario del autor?
Me he criado viendo las obras de Eduardo de Filippo por la tele y ha sido para mí una referencia y un modelo, aunque llega un momento en que todo eso tiene que ser de algún modo, abandonado. Ahora vuelvo a conectar con la herencia, con mis raíces. Es la primera vez que lo dirijo personalmente, aunque colaboré como ayudante de director de Toni Servillo en ‘Sábado, domingo y lunes’ y también llevé a escena una historia real que le ocurrió al padre de Eduardo. Hay que subrayar la decisión de los productores a la hora de contar con un director joven como yo, además de que tenga actores de la edad que propone el original para sus personajes. En Italia esto es difícil. Casi siempre se hace por actores de toda la vida, y acaban representando papeles más jóvenes. Es muy importante esta señal de confianza. Puede ser que en Italia haya miedo a enfrentarse a este autor.

 

¿Respeto quizá?
El respeto puede ser, como decía de Filippo, un gesto porque respetar la tradición significa también interpretarla. Confrontarla con lo que ocurre hoy. Como una música, que tiene que ser tocada en referencia con la contemporaneidad.

¿Esto es una declaración de intenciones respecto al montaje?
Claro. Pero sin traicionar el sentido que le da Eduardo, respetándolo y haciendo brillar toda su vitalidad. Pero es importante conectarlo con el presente. Como un buen clásico, de Filippo habla siempre a las generaciones venideras. Con su intuición de genio visionario, supo anticipar la crisis de la familia y del modelo burgués occidental.

 

Tiene ciertas reminiscencias con el Tartufo, ¿no?
Ah, sí, es una referencia. Ludovico Ribera, este personaje tan extravagante es muy parecido al Tartufo, con el que seguramente hay una referencia sutil y subterránea. Sin embargo, es un Tartufo al revés, porque este es un personaje positivo, revolucionario. Mientras el de Molière persigue un interes patrimonial propio, el de Eduardo se plantea la revuelta de la familia, sacar a la luz toda la hipocresía y los falsos valores de esa familia joven pero envejecida en su papel, que se transmiten sus valores a través de la palabra únicamente y no mediante los sentimientos. Hay que señalar el personaje de la joven Bice, que gracias a él puede elegir y construir su propio destino, como ejemplo para el resto de las personas, sin sucumbir al chantaje de la beneficencia. Porque aquí la caridad cristiana es un chantaje y Ludovico desenmascara este modelo.

 

Un tema de gran actualidad…
Totalmente. La obra, que no hay que olvidar que es una comedia amarga, está llena de paradojas. Hoy vivimos una profunda crisis de la burguesía y del modelo occidental. Es una paradoja que alguien nos lo haya contado hace sesenta años. Señaló lo que se podría desarrollar a partir de la forma perversa e hipócrita del concepto de posesión, de la herencia del patrimonio concreto de las cosas, de la transformación de los beneficiarios de las ayudas en esclavos. Eduardo miraba muy adelante y, sí, hoy vemos una sociedad conservadora, tanto en Italia como en España y el mundo occidental, que no mira a lo que la humanidad necesita.

 

¿Habéis optado por actualizar la acción?
No hasta nuestros días. Se desarrolla entre los años 48-50 porque opino que tiene un significado simbólico. La familia Selciano es un clan que ha conservado intacto su patrimonio sin darse cuenta de lo que ha ocurrido a su alrededor. Del mismo modo, sucede en Nápoles, para que la ciudad evocada en la puesta en escena española se manifieste como un símbolo. Un lugar en el centro del Mediterráneo, con influencias griegas, romanas, españolas, francesas, árabes… Aquí, Nápoles es reflejo de todas las ciudades occidentales. Y la escenografía transmite esa visión abierta, lineal, un poco abstracta, suspendida en el espacio, entre el cielo y el mar. Se tiende a creer que Eduardo necesita de un naturalismo lleno de objetos, pero creo que es mejor sugerir que enseñar. En ese sentido, la escenografía de un arquitecto del espacio como es Andrea D’Odorico dará una impresión, no una descripción.

 

En el montaje ha participado otro dramaturgo napolitano de referencia, Enzo Moscato. ¿En qué modo?
Canta las canciones. Para mí es la gran referencia viva del teatro napolitano. Ser contemporáneo significa también ponerse en diálogo con los padres y no hacerlo es rechazar la memoria.

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