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Fronteras mentales versus ecosistemas culturales

Ya casi es una tradición, todos los cursos, desde hace años, encontrarme con algún alumno gallego cursando estudios superiores de Arte Dramático en Galicia que manifiesta que no sabe hablar en una de las dos lenguas oficiales de esta Comunidad Autónoma, concretamente en su lengua propia: el gallego.

Es bien curioso que el alumno en cuestión, como la mayoría de los habitantes de esta zona atlántica emplea palabras castellanas, pero una buena parte de sus expresiones son de raíz gallega (perífrasis verbales, pasado simple donde, en castellano, debería ser compuesto, galleguismos múltiples, etc.) y, sobre todo, utiliza la musicalidad, el acento, las entonaciones del gallego. Resulta bien curioso que un alumno de una escuela superior de arte, que piensa dedicarse al teatro, que es una de las expresiones culturales imprescindibles en culaquier latitud, no se haya parado a pensar que la materialidad de la palabra, su cuerpo, su física y su química, su sentido profundo, está en la vibración y el movimiento de la voz, en la oralidad, en la dicción, en la musicalidad. Yo no hablo gallego, me dice este alumno mientras en su boca suena la gaita gallega orquestando cada una de sus palabras castellanas.

¡Si solo existiese una lengua en el mundo en la que todos nos pudiésemos entender sería mucho mejor! ¡Si no hubiese naciones, ni países, ni fronteras, sería mucho mejor!, afirma con asertividad este alumno. Entonces yo me veo obligado a explicarle que eso es un grave reduccionismo que implicaría una uniformidad y una homogeneidad terriblemente empobrecedora. Me veo obligado a explicarle que el teatro, además de un arte, es una expresión cultural y que eso es lo que hace que existan muchos tipos y maneras de teatro, tantas como maneras de entender el mundo o de enfrentarnos a sus enigmas. Me veo obligado a explicarle, un año más, como viene siendo tradición en esta tierra diglósica que hereda un complejo de inferioridad inconsciente, que donde existe una palabra específica y una música específica existe una realidad específica y diferencial y que es en la diferencia donde radica la pluralidad y la riqueza. Me veo obligado, por imperativos éticos y pedagógicos, a explicarle que el lenguaje surge como un medio de adaptación y supervivencia de la especie humana a los entornos orográficos, climatológicos y a las múltiples circunstancias a las que estos dan lugar. En Galicia tenemos mil nombres para los caminos y cada uno de ellos define un tipo determinado de vía que nos adelanta y previene respecto a su tránsito, porque nuestra orografía es complicada y las comunicaciones entre los diferentes lugares siempre han resultado caprichosas y difíciles. Del mismo modo que en las regiones polares existen infinidad de nombres para definir el blanco de la nieve, seguramente esos nombres recogen diferentes calidades del blanco importantes para diagnosticar y habitar esos paisajes nevados. Del mismo modo que esa orografía y esa climatología condicionan el tipo de construcciones para vivir, los materiales constructivos, los hábitos culinarios y, también, la manera de movernos, de gesticular y de hablar, en definitiva, de expresarnos. En los países árabes donde hace mucho calor no se puede comer carne de cerdo porque eso acabaría con la salud, entonces la religión se inventa una historia para prohibir el consumo nocivo de la carne de cerdo. En el norte, en Galicia, la ternera y la carne de cerdo forman parte de la tradición culinaria, y en buena parte de los meses fríos del año resultan una fuente de energía considerable. Las frutas, las legumbres, las verduras de cada zona y de cada temporada tienden a ser las más adecuadas a las condiciones de vida en las que se dan. Los ecosistemas tienen sus lógicas primigenias que abrazan desde la comida hasta la expresión gestual y verbal. Los ecosistemas tienen fronteras porque las fronteras son útiles y delimitan formas de adaptación y supervivencia. Por muy modernos que queramos ser no podemos pretender que no existen las fronteras y traernos a Galicia unos canguros de Australia, porque seguramente lo van a pasar muy mal. Otra cosa es que los metamos en un zoológico donde reproduzcamos las características de su habitat propio. Por suerte las personas somos animales capaces de adaptarnos a diferentes contextos y ecosistemas, podemos irnos a un país remoto y, después de un periódo de aclimatarnos, aprender el idioma, acostumbrarnos a su comida y adoptar sus costumbres, entonces comenzaremos a sentirnos bien. Por eso lo más saludable siempre es integrarse dentro de las coordenadas culturales del país en el que habitemos. Uno no solo es de donde nace sino también, y quizás aún más, de donde pace.

Claro, la gran trampa nos ha venido por la falsa comodidad que nos vende la globalización consumista: con el inglés ya me puedo entender en casi todo el mundo, me dice el alumno. Supongo que se refiere al «primer mundo». Supongo que obvia, por ejemplo, el mastodonte chino que muy pronto invadirá, por obra y gracia de su poderío económico, el mundo consumista e impondrá el chino como lengua de transacciones en el mismo nivel que ahora lo es el inglés. (¿Imperialismo económico = imperialismo lingüístico?). Le pido al alumno que reflexione sobre el nivel de inglés que existe en ese hipotético «primer mundo» dominado por las multinacionales que campan a sus anchas y que, como él, no quieren fronteras: Inditex, Repsol, Microsoft, Apple, MacDonalds…

La mayoría emplea el inglés para intercambiar informaciones básicas cuando hace turismo o en los lenguajes técnicos especializados requeridos por un determinado ámbito profesional. Pero el ser humano necesita de la lengua no solo a nivel informativo sino, sobre todo, a nivel expresivo para poder comunicarse en profundidad con sus seres queridos y para eso este spanglish que se escucha por ahí no sirve. Por supuesto, la lengua, en teatro, no es solo un medio útil para conseguir un intercambio informativo, sino que es una herramienta fundamental que hay que dominar en toda su compleja riqueza.

Claro, el alumno de la Escuela Superior de Arte Dramático de Galicia que canta en gallego, mientras lo niega usando un léxico castellano, debe pensar que el gallego es una lengua que no sirve para nada porque más allá del Padornelo o de Pedrafita do Cebreiro ya no se habla (aunque esto es falso, porque se habla en el Bierzo, en parte de Asturies, etc.) y que, además, la capital, nuestro centro, está en Madrid y allí, en el Broadway español, el gallego es inútil y hasta puede resultar hilarante (tradición Xoán das Bolas, instituída en tiempos del Caudillo, otro gallego que odiaba su lengua). Y es que los gallegos estamos descentrados, el centro no está dentro, está fuera, en Madrid, esa es la meca y, claro…

Total, que aquí, en este viejo Reino de Galicia, aún seguimos sin apreciar, manipulados por políticas españolistas de derechas y por unos medios de comunicación adversos, nuestra lengua propia, antiquísima y con una literatura medieval que es un tesoro, por no hablar del faro iluminador de Rosalía de Castro, después de los «Siglos Oscuros» en los que sufrimos persecución y prohibición cultural y lingüística, igual que aconteció en la negra Dictadura franquista. Hoy seguimos padeciendo una discriminación lingüística y cultural endógena, con un autoodio inconsciente cultivado a lo largo de muchos años de castración y ridiculización. Los jóvenes no lo saben, ignoran la historia, simplemente heredan ese complejo de inferioridad que los catapulta a emular aquello que parece más digno y poderoso: la lengua de la informática, la de la mayoría de los canales televisivos, la del cine siempre doblado al castellano, la de los anuncios de publicidad y un largo etcétera colonizador que lleva mucho tiempo haciendo estragos en la diversidad cultural y lingüística del Estado Español y de otros que también han sido centralistas.

La política, la mayoría de las veces, ha venido a aprovechar estos temas para el provecho de los partidos utilizando argumentos unionistas de fuerza, de igualdad de oportunidades entre los territorios, como coartada para que las multinacionales hiciesen su negocios, etc. Así la dieta de cada lugar puede ser substituída, para una buen aparte de la juventud, por una BigMac, o por cualquier comida rápida franquiciada, va a ser más barata y los restaurantes van a lucir un look fashion de acuerdo a los estilos de plató televisivo que llevamos grabados en nuestras retinas desde la infancia.

¿Para que sirve el gallego?, pensará mi alumno, y yo le preguntaré: ¿Para que sirve el teatro?

Seguramente los políticos de turno, escogidos por la mayoría del pueblo, podrán responderle mejor que yo a este alumno: El gallego no sirve para nada. El teatro no sirve para nada. Por eso la inversión de dinero público del gobierno gallego en el sector de las Artes Escénicas mengua cada año y ya ha llegado a mínimos históricos desde la creación de la Comunidad Autónoma. Por eso mi hermana Amparo se ha gastado unos 125 euros en libros para su hijo Roi, quien con tres añitos comienza este curso en un colegio de Lugo: los libros son todos en castellano excepto uno en inglés y la profesora de Roi solo les habla a sus alumnos de Lugo en castellano. Esta profesora es la que le va a dar clase a mi sobrino Roi durante sus próximos 3 años en el cole. Antes de ir al cole Roi estuvo yendo a una guardería del Ayuntamiento de Lugo, allí solo les hablaban castellano a los bebés. Roi, igual que mis otros dos sobrinos, habla castellano con música gallega. Si siguen así nunca escogerán un libro en gallego ni acudirán a un espectáculo en lengua gallega. Así que, ahora que lo pienso, a lo mejor tiene razón mi alumno. No sé. Quizás mañana me marche a hacer un curso de dicción castellana a Valladolid.

Mientras me decido me gustaría compartir con vosotras/os un texto que escribió el dramaturgo del Pais Valenciá, Joan Giralt Bailach. Es una reflexión que Giralt escribe desde Galicia, donde es profesor de Dramaturgia, justo después de la polémica Diada de Catalunya y las reivindicaciones por la independencia:

«Para quien tenga por frontera mental el pensamiento de que todo fue siempre igual, nada mejor que un repaso de la cartografía política de la Europa de los últimos mil años.

Las rayas las pintan los gobernantes al servicio de los poderes, a base de armas y muertos, para incrustarlas en los cerebros, en los corazones y en los vientres de los ciudadanos a base de mapas.

Sin embargo, los ciudadanos tenemos armas de construcción masiva. Unos ejemplos: las músicas y los bailes, los cantos y los cuentos, que recorren Europa sin fronteras para que cada pueblo construya su identidad, instalándolos como propios y genuinos; o las lenguas -esos árboles inmateriales que nos hacen de casas-. Casas que puedo habitar cuando me instalo como invitado en una acogida, deseada o forzada, temporal o definitiva. Pero también puedo violentar e intimidar esas casas cuando exijo que me sirvan sin tenerlas en cuenta. (Esas casas -«eikos»-, esos ecosistemas son las dos caras de una misma moneda: la natura y la cultura).

Los tabús y prejuicios que difunden los poderes se desbloquean si me permito pensar sin excusas. Esto es la creatividad y no cualquiera de los presuntos toques de los dioses sobre nuestros cuerpos.

Tenme en cuenta y no me cuentes cuentos para que no me dé cuenta de lo que cuenta, de lo que me tiene en cuenta, de lo que me encanta.»

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