Zona de mutación

Fulguraciones

Las técnicas consabidas para estructurar una obra se acogen a una teoría, y a multitud de prevenciones que aseguran que tal o cual camino funciona. Pero orquestar por intensidades, según las visiones que proveen unir tal fragmento con tal otro, es seguir otros instintos, otras intuiciones. Allí la obra no está preconcebida, lo que no quiere decir que no pueda sustanciarse según la chispa que tales junturas, tales suturas y parataxis producen. El principio de eficacia acá es relativo, porque éste se guía por un cierto rendimiento, un cierto saber, una cierta coincidencia con alguna referencia. El advenimiento de la chispa en cambio, es desestructurante en realidad, y se nutre de lo inesperado, de lo que aún se ignora. Pero la chispa indica que ahí hay algo. Y es sobre esa multiplicidad de fulguraciones que se puede moldear una materia escénica. Se la acomodará a tonos y climas, a agudezas o profundidades, pero siempre solventadas en su condición de origen de ser aparecidas. En su cualidad para desocultar lo que subyacía por debajo de esas búsquedas de lo rendidor. Si hubiera en realidad un sentido espontáneo, inmediato, es sin duda de carácter revelatorio. Lo es en la medida de su aparición, de su des-ocultamiento. El ensayo diario, de fricciones de los elementos en un espacio, da cuenta de la felicidad (o no) de un ‘estar’. Los puntos de hallazgo se acomodan a infinitas transiciones, caminos que se ha optado seguir, quién sabe por qué causa. Hoy por hoy se puede videar y luego capturar esos momentos que a manera de mojones, sirven para secuenciar en el espacio sobre la base de la sensación concreta experienciada al producirlo. Ese trabajo de recuperación es decisivo en tanto en él se juegan, éticamente, los rigores personales a la hora de constituir una poética. Son momentos propicios para caer en tentaciones, en facilidades, en concesiones. «Lo que en una cultura de presencia, se acerca más al concepto de ‘acción’ en la cultura del significado, sería el concepto de ‘magia’, es decir, la práctica de hacer presentes cosas que están ausentes y viceversa. La magia, sin embargo, nunca se presenta a sí misma como basada en conocimiento humanamente producido. En vez de ello, descansa sobre recetas (a menudo, recetas secretas o recetas reveladas) cuyo contenido ha sido revelado como siendo parte de los movimientos nunca cambiantes de una cosmología de la cual los seres humanos se consideran parte. Si el cuerpo es la autorreferencia dominante en una cultura de presencia, entonces el espacio, es decir esa dimensión que se constituye alrededor de los cuerpos, tiene que ser la dimensión primordial en la cual es negociada la relación entre los diferentes seres humanos, y la relación entre los seres humanos y las cosas del mundo» (Han Ulrich Gumbrecht). Las modulaciones en el espacio no pueden menos que ritmar los puntos de hallazgo, luego incorporados a la repetición de una partitura en los que aparecen en la dimensión total, sus calidades perceptivas que coadyuvan a la percepción integral. Este hilván de momentos rescatados, recuperados, es un trabajo de telar, de composición y cincelamientos. Esas unidades lúdicas, de acción, pueden redireccionarse aún a contrapelo de las condiciones que le dieron origen. Son los talismanes desocultadores de un imprevisto escénico que nos preparamos a recibir en la forma pasajera que suelen asumir las nubes, que sólo requiere de seres dispuestos a verlos.

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