Velaí! Voici!

Fumando (des)espero, my Honey Rose

Escuchar con los ojos y los oídos, esos dos sentidos que Hegel consideraba como los sentidos teóricos por ser los únicos que tienen acceso al significado, no es suficiente para dirigir o percibir teatro. La escucha intuitiva, olfativa, táctil, gustativa… que nos conecta con lo receptivo, más acá del sentido, y nos pone en íntima relación con las cualidades inmediatamente sensibles, es tanto o más necesaria que escuchar con los ojos y los oídos.

Saber gestionar la escucha, la recepción abierta, tomar decisiones compositivas con las acciones que surgen. Hacerlo según una cultura artística, cimentada en esa otra escucha y recepción de referentes, junto al conocimiento de algunas técnicas y metodologías, podría resumir las tareas del oficio de la dirección escénica y la dramaturgia.

Pienso, también, en la radical importancia que tiene la escucha integral, aplicando todos los sentidos, incluido el sexto sentido, en la dirección de actrices y actores. Esa suerte de dramaturgia colaborativa y compartida, que se articula en el diálogo de las propuestas prácticas que aparecen en los ensayos, entre la directora, el director, y las actrices y actores.

La capacidad para aprovechar el azar, aquello que surge no se sabe de dónde. La capacidad para gestionar las crisis personales y de grupo. La capacidad para marcar territorios, para frenar, para decir no, para prescindir de lo prescindible y eliminarlo. La honestidad y la generosidad para aceptar tanto propuestas ajenas como para recibir o emitir críticas constructivas. La valentía necesaria para dejar surgir los impulsos más secretos, que pugnan por expresarse o por realizarse. Pero también la cordura para analizarlos, canalizarlos, y la sabiduría para transmutarlos y modelarlos artísticamente, para abrirlos a los demás sin agotarlos o clausurarlos.

La dramaturgia y la dirección escénica se mueve en esa amplia gama de competencias. Las relaciones interpersonales son fundamentales, pero también la determinación difusa de sus límites. ¿Hasta dónde conviene que una directora o un director, dramaturga o dramaturgo, mantengan una relación de «amistad» o de «intimidad» con las actrices y los actores y con el resto del equipo artístico? ¿Se trata de una relación interpersonal profesional en la que no hace falta ir más allá que la relación interpersonal que tienen las empleadas y los empleados de una oficina bancaria o de una empresa textil, por ejemplo? ¿En qué sentido, las relaciones de «amistad» o «intimidad» pueden contribuir a un proceso fructífero artísticamente?

Imagino que cada caso, cada equipo, es un mundo diferente, igual que diferentes somos cada persona. No obstante, esa ecuación relacional es necesario resolverla para llegar a buen puerto.

Un equipo artístico de creación teatral necesita afinar la interacción y la percepción entre ellas/os. Hasta que este proceso de afinación no se da, las soluciones o formulaciones artísticas no aparecen.

La atención al detalle, a lo sutil, es una condición indiscutible del quehacer artístico teatral e implica, indefectiblemente, una escucha integral y una afinación en las relaciones interpersonales del equipo.

El viernes 17 de junio, en la Escola Superior de Arte Dramática de Galicia, he ido a ver el Trabajo Fin de Estudios (TFE) de Avelina Pérez, en la especialidad de Dirección escénica, y Jorge de Arcos, en la de Interpretación, acompañados por Adrián Chacón.

La obra se titulaba HONEY ROSE y era fruto de una dramaturgia colaborativa que se fue gestando a lo largo del periodo de ensayos a partir de la exploración de aquello que más les estimulaba a los miembros del equipo implicado. Por tanto, se trata de un trabajo de creación teatral que parte de la aparente nada (porque de la nada nunca se parte) y, en la interacción y la escucha integral del grupo, va alumbrando una dramaturgia y un espectáculo.

Celebro lo bien que lo pasamos viendo HONEY ROSE. Yo me lo pasé muy bien, disfruté mucho, y el resto de las espectadoras y espectadores que allí había también parecían estar disfrutando. ¡Celebro haberlo pasado bien sin ser yo un «grupi» de los artistas y de la artista!

Lo celebro, porque al teatro uno va para gozar, incluso cuando se trata de un show en el que se denuncien, con un humor muy particular, las prohibiciones: los daños del tabaco, los dictámenes sobre los comportamientos adecuados y las vidas normalizadas.

En HONEY ROSE se fuma mucho Honey Rose. La atmósfera de la sala es insana, en los haces de luz flota una nube densa de polvo, originado por la arena de corcho triturado que cubre el suelo, sumado al humo de los cigarros que se acumulan, generando un espacio de ansiedad y espera.

En esa nube densa de polvo y humo de cigarros Honey Rose flotan los anhelos y las frustraciones de dos jóvenes artistas.

Me pareció antológica la escena en la que Jorge de Arcos y Adrián Chacón recrean un encuentro entre dos «viejos» amigos que, después de mucho tiempo sin verse, comentan que uno de ellos trabaja en un estanco, vendiendo tabaco y el otro en el quiosco que hay delante de la Escuela Oficial de Idiomas, donde también vende algún cigarro suelto y donde llega gente que habla idiomas.

Esta escena de conversación volverá a repetirse, un poco más adelante, en una variación en la que los dos «viejos» amigos presumen de hacer lo que, desde siempre, supuestamente, ansiaban y deseaban. El actor, Jorge, comenta que hace Hamlet dos veces al día, muere cada día dos veces y es muy feliz. El músico y escritor, Adrián, sale mucho en los periódicos, que Jorge no tiene tiempo a leer entre función y función, porque Adrián, comenta, le va muy bien con la música y ha grabado un disco que funciona muy bien y ahora está escribiendo una novela sobre una «tía muy salida» que tiene un hijo con un tullido.

Las dos escenas estampan contra la nube densa de polvo y humo los sueños rotos de una generación joven. En la primera a través de un juego irónico sobre la cruda realidad de tener que trabajar en algo que no tiene nada que ver con las potencialidades de la persona. La segunda, en un crescendo dramático, haciendo asomar, de manera cómica, la neurosis de quien esconde la frustración para sobrevivir engañándose.

Lina Pérez consigue generar una confianza absoluta y una empatía desbordante en los actores con los que trabaja. Eso se nota en cómo están Jorge y Adrián en escena. Se nota en la complicidad verdadera entre ellos. Se nota en los materiales inéditos que fueron capaces de parir en el proceso, sin esa confianza absoluta y esa empatía sería imposible llegar a tales hallazgos. Se nota también, finalmente, en una dramaturgia afincada en la teatralidad posdramática en la que la actuación no es interpretación sino puro juego. La dramaturgia dispone lo canales con las coartadas o excusas que fueron apareciendo en las improvisaciones y que, después, vuelven a ser jugadas y transitadas desde esa complicidad.

No hay historia ni personajes, quizás porque el polvo y el humo los difuminan, quizás porque una historia y unos personajes están dentro de los cánones de lo que se debe justificar y aquí nos joden las imposiciones, incluida la de tener que justificarse por todo.

En el mini programa de mano que podíamos coger en la entrada de la sala, que tampoco es un programa de mano al uso, al final del papelito, en el que aparece el título «HONEY ROSE» y un breve párrafo en el que se describe quién interviene, pone «SINOPSIS» y, debajo, un agujero en el papel, hecho por un cigarro. Uno de esos agujeros irregulares que huelen a tabaco y que tienen los bordes tostados por el fuego. Ese agujerito, ese circulito irregular, es una buena metáfora sobre el contenido del espectáculo, que no quiere ser espectáculo porque solo se hace para una vez.

El trabajo de Jorge de Arcos exhibe una manera muy singular de formalizar las acciones, próxima a un absurdo que tiene sentido en la entrega y en la conciencia plena de cada movimiento. Precisión en la dicción y en el movimiento dan fe de esa coherencia. ¡Desde ahí es un placer ver la cantidad de locuras que es capaz de hacer en escena este joven!

Jorge de Arcos hace locuras, que realizadas por cualquier otro actor serían ridículas e inverosímiles, pero él las llena de sentido, sea éste más o menos claro para la recepción.

Adrián Chacón sabe estar en el escenario, sabe mirar, sabe moverse, tiene una voz grave y honda que da gusto oírla y que contrasta con su apariencia física tan finita. Es un chico delgado, muy delgado, igual que Jorge. Sin embargo, sus presencias son fuertes y llenas de ímpetu. Lo que dicen, igual que lo que hacen, está bien colocado en el espacio musical de este HONEY ROSE.

Cantan, tocan música, conversan, hacen guiños, se dan abrazos, ironizan, clasifican paquetes de tabaco según las etiquetas de advertencia. Jorge se pone un chaquetón estrambótico y parodia un fragmento del soliloquio del príncipe Hamlet, empleando como calavera de Yorick el monitor viejo de un ordenador…. Actúan lúdicamente. Miran un árbol que recuerda el de Godot, aunque no sepan quién es Godot, igual que no lo sabemos nosotros.

HONEY ROSE es un encuentro lúdico-teatral contra las prohibiciones y contra las esperas, sobre todo las que hacen que se marchiten los sueños y caduquen las ilusiones. O eso es lo que me pareció a mí.

Lástima que Lina, Jorge y Adrián dejen marchitar esta flor y no sigan con ella, para presentarla como espectáculo en las salas que tengan a bien acoger un show para disfrutar y pensar sin darse cuenta.

De la escucha integral y de la afinación de un equipo, que trabaje en dramaturgias colaborativas, suelen brotar flores inéditas, flores raras y diferentes a los estándares. Quizás porque de la diversidad que anida en lo único y en lo íntimo de cada persona, en conjunción dramatúrgica con la de otras personas, abre el espacio para lo nuevo y lo sorprendente. Ahí aparecen los rincones que, en el día a día, nos pasan desapercibidos, ahí nos (re)conocemos.

Afonso Becerra de Becerreá.

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