Críticas de espectáculos

Glengarry Glen Ross/David Mamet/Daniel Veronese

Mamet en estado puro

 

Obra: Glengarry Glen Ross Autor: David Mamet. Produce: Teatro Español. Intérpretes: Carlos Hipólito, Ginés García Millán, Alberto Jiménez, Andrés Herrera, Gonzalo de Castro, Jorge Bosch y Alberto Iglesias. Escenografía: Andrea D’Odorico. Iluminación: Paco Ariza. Vestuario: Ana Rodrigo. Versión y dirección: Daniel Veronese. Lugar y fecha: Teatro Principal de Zaragoza. 15 de abril de 2010.

He leído en diferentes lugares que las últimas obras escritas por David Mamet han perdido gran parte de su acidez y de su sentido crítico, reflejo, seguramente, de su deriva ideológica hacia posiciones más conservadoras. Pero no teman, porque en “Glengarry Glen Ross”, un texto de 1983, está presente, de una forma salvaje y visceral, el Mamet más corrosivo. Unos diálogos afilados como navajas, de ritmo trepidante, y una historia cargada de mala leche, nos arrojan a la cara una precisa radiografía de la peor cara de la sociedad de libre mercado, con su todo vale para lograr dinero y poder, su competitividad desaforada y su jódete tú para que triunfe yo. David Mamet en estado puro.

Daniel Veronese firma una versión y una puesta en escena que están a la altura de un texto que es, con todo merecimiento, un clásico del teatro contemporáneo. Y esto, pese al añadido de la conversación telefónica de Levene al principio de la función (no aporta nada, aunque tampoco chirría) y de que a Roma y Lingk les iría bien mayor cercanía en su conversación del primer acto. Por lo demás, Veronese roza la brillantez con la punta de los dedos perfilando unos personajes vivos, llenos de sangre, hilvanando con precisión esos endiablados diálogos creados por el Mamet más lúcido e inteligente, y construyendo un mundo, una ficción teatral, sólida, coherente y sin fisuras, por momentos más real que la realidad misma. Magnífica también la escenografía de Andrea D’Odorico que convierte, por obra y gracia de su sabiduría, la transición entre los dos actos en un suave gesto, como el pasar una página.

Si Veronese roza la brillantez, el conjunto del elenco se zambulle en ella sin ningún género de duda. Si Veronese ha perfilado unos personajes con sangre, los actores hacen que esa sangre circulé, no sólo por sus venas, sino también por las nuestras. El trabajo interpretativo es muy coral, de conjunto, es cierto. Pero cómo no mencionar la enormidad de Carlos Hipólito. Nos ofrece un Levene memorable. Está sublime cuando ya cerca del final, su personaje se viene abajo y parece incluso que menguase, que físicamente fuera a desaparecer delante de nuestros ojos. La cálida y prolongada ovación del público, fue la justa respuesta a un gran espectáculo.

Joaquín Melguizo

Publicado en Heraldo de Aragón 17-04-10

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