Zona de mutación

Glosolalia o lengua absoluta

Jorge Bonino (1) practicaba una glosolalia pura. No necesitaba pautarla previamente como sí necesitaba hacerlo Artaud. El virtuosismo (en realidad no era virtuosismo, era ‘penetración’, insight) de Bonino hubiese impactado a Artaud. El Dr. Ferdière consideró las glosolalias de Artaud como síntoma típico de demencia y no sólo lo desalentaba con ellas, sino que lo penaba por molestar a los otros pacientes con sus prácticas de gritos. El Dr. Delmas de Ivry, por el contrario, le hizo poner un recorte de madera con el que pautaba ritmos y demás investigaciones sonoras. Desde aquella perspectiva habría que pensar que Bonino estaba más loco que Artaud, pero esto es muy lamentable porque el psiquiatra no valoró que se trataba de un complejo trabajo de respiración y articulación sonora que Artaud practicó siempre como ‘trabajo sobre sí mismo’, sobretodo durante la etapa que Marco de Marinis llama (precipitadamente) ‘Segundo Teatro de la Crueldad’.

Todavía, al fin de sus días, Antonin le enseñaba a Paule Thevenin a recitar poemas de Gerard de Nerval y de Baudelaire, a través de un tramado de gritos, respiraciones y sonidos límites, a buscar el orden secreto que hace de un poema una ‘iluminación’. Digo, la conciencia de ese trabajo, debió invitarlo al Dr. a verlo de otra forma. Ferdière fue un buen hombre, lo que ocurre es que simplemente no estuvo a la altura de las circunstancias. No hay que olvidar que él es quien prácticamente salva a nuestro poeta de quedar en París a merced de los nazis. Mandarlo a Rodez implicó sacarlo hacia ‘zona libre’. Lo que nadie entendió por qué eso primero, y cincuenta electroshocks después.

La aplicación de ‘curare’, antiguo químico extraído de una hoja del Amazonas, que los indios americanos empleaban, empezó a usarse para morigerar los efectos tremendos de las convulsiones, donde se producían serios riesgos de fracturas y sobretodo de la más temida: la de columna(2). Fuera de que dicha aplicación era bastante onerosa. Artaud no estuvo lejos pues llegó a quebrarse una vértebra, seguramente porque le hacían los choques sin ese morigerante.

Si toda Francia estaba sub-alimentada, ni pensar lo que fue este aspecto en los hospitales psiquiátricos, al punto que Artaud consideraba que el cáncer ano-intestinal que lo afectaba, presentido desde mucho antes que se lo diagnosticaran, se había iniciado en las hambrunas de la guerra. Ver al actor bello de Juana de Arco, de labios llenos, en lo que quedó convertido en apenas veinte años, con su boca desdentada, fruto de la mala atención y de las convulsiones violentas, no es la iconografía menos importante a considerar de su mito. Bajo la éjida nazi, seguramente hubiese muerto, como murieron miles de internos ante la orden nazi de no abastecer a los manicomios. Por eso, desde esta perspectiva se considera que Ferdière le salva la vida.

Otro buen gesto suyo fue haber sido sensible a los pedidos de Arthur Adamov, de Jean Paulhan, de Jean Dubuffet, del gran y fiel Roger Blin, para sacarlo de Rodez y devolverlo con controles a la vida libre. Una digresión: Blin me parece que sería un personaje clave a investigar respecto de Artaud, pues fue una especie de discípulo directo. Blin tuvo la grandeza, durante la invasión nazi, mientras los manicomios estaban a la buena de Dios, de no dejar de ir a verlo. Y por si fuera poco, Blin es el director del gran teatro de vanguardia francés del siglo XX. De su mano se consagran Beckett, Genet. Un tipo clave, pero casi desconocido para nosotros en los países hispanos. La cuestión es que en este aspecto, Ferdière se la juega y aún por encima de la familia que estaba desaparecida en acción, aprueba su decisivo traslado. La familia, sobretodo el hermano, cada vez que se plantearon terapias con Antonin ‘libre’, manifestaron su preferencia a que estuviera internado.

Pero regreso a mi tema: Se da en llamar ‘lengua negra’ a un lenguaje inventado pero que finalmente remite a un significado. Esto a partir del virtuosismo literario de Tolkien en El Señor de los Anillos, donde ‘lengua negra’ es la lengua artificial creada por Sauron para los servidores de Mordor, en reemplazo de las varias lenguas de los Orcos. Cortázar -que diera cuenta de la muerte de Artaud en Argentina-, crea el gíglico en el capítulo 68 de Rayuela así como Alfonso Reyes las ‘jitanjáforas’. Para el caso, no podemos obviar el ‘Finnegans Wake’ de Joyce. Entre los chamanes o brujos antiguos a este fenómeno se le llamaba ‘don de lenguas’, es decir, la capacidad políglota de hablar, en un trance, lenguas no aprendidas previamente. El don estaba en que varias de ellas eran mezcladas y emitidas espontáneamente.

Es lo que tendió a pensar el Congreso de Lingüística, en Europa, cuando como amenización a sus debates, apareció el multilenguas todo terreno de Villa María-Córdoba-Argentina, Jorge Bonino, actor inclasificable si los hubo, cuyos participantes le preguntaban si mezclaba lenguas previamente aprendidas. “No sé tantas lenguas”, respondía él, lo que digo me viene directamente”. El método ‘paranoico-crítico’ de Dalí se planteaba como un medio para sortear velos y abordar directamente el inconsciente o los ejercicios terapéuticos de W. Reich. De Mozart se dijo que a su música impensada se la dictaba Dios, que él sólo la transcribía en el momento (“algo, en mí, crea”). La lengua como música absoluta, sólo habilitada por su inmediatez. La gran intuición de Artaud es la eliminación de la hendidura, la ‘hiancia’ que en algún sentido remite a hiato, a cesura, a separación, a distancia, a escansión. La solución de la dualidad vida-teatro, Vida-Representación. La revolución cultural que proponía Artaud en el famoso prólogo a ‘El Teatro y su Doble’ era la eliminación de ese cañadón que divide el Ser, para lo cual el lenguaje trasciende la mera representacionalidad de los objetos, de las cosas y el lenguaje, es decir, es esas cosas. Estas no son tareas de locos, sino al revés, es por emprenderlas que se puede ser considerado como tal.



(1). Arquitecto, actor único en su especie, oriundo de Córdoba-Argentina. Descubierto por Marilu Marini, es presentado en Buenos Aires por Marta Minujín en el principal centro de la vanguardia argentina de los sesenta, el Instituto Di Tella, del que es su principal revelación. Su carrera meteórica y efímera, estuvo fuertemente ligada a problemas psiquiátricos.

(2). Revelaciones de la psiquiatría, Marie Beynon  Ray. Editorial Sudamericana, 3ª edición, 1955.

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