Foro fugaz

Grotowski, el visionario

Quiero recordarlo en este inicio de marzo de 2021, así, sin previo aviso, sin que haya ninguna efeméride a celebrar, solo por el gusto de evocar a un renovador intransigente que buscó en el siglo pasado la esencia del teatro.

 

Supongo que cada quien que haya conocido sus teorías o su método, sus trabajos de laboratorio o sus puestas en escena, ha construido su propia imagen del inventor del concepto Teatro Pobre, lanzado en un ensayo de 1965. Quien trabajó a fondo la idea de un Teatro Laboratorio, para concebir la escena como una gran proceso alquímico. Ya en su ensayo ‘Hacia un Teatro Pobre’ escribía: «a través de la experiencia práctica he tratado de contestar las preguntas que me he planteado. ¿Qué es el teatro? ¿Por qué es único? ¿Qué distingue al teatro del cine o la televisión? Dos proyecciones concretas se cristalizaron: el teatro pobre y la representación como un acto de transgresión» (‘Hacia un teatro pobre’ de Jerzy Grotowski, ed. Siglo XXI, 1968). 

Transgresión y teatralidad nos llevan directamente al actor, eje y médium, ser humano que avanza a ciegas en un conocimiento inconsciente, ancestral, la escena como espacio-tiempo condensado, tubo de ensayo, centro ritual. Elementos que convierten al teatro en una experiencia única, una transgresión de la realidad como lo pide Grotowski en su trabajo.

Emprendamos con modestia este artículo ya que es difícil condensar sin reducir las propuestas del teatro laboratorio de Grotowski, basados en la práctica y no en la teoría. Mi experiencia personal con sus ideas fue durante mis años de escuela de teatro, en los que nos atraía la posibilidad de la actuación como un trance religioso-pagano, en el que como un rayo caía la iluminación sobre un actor bien entrenado. Las discusiones versaban sobre la peligrosidad del método, los daños que podía provocar en la psique, etc.

La culminación de esta admiración fue asistir en la ciudad de México a la representación de El Príncipe Constante, basado en la obra de Calderón de la Barca, pero en una versión muy especial del Teatro Laboratorio. Sobresalía el trabajo del actor Ryszard Cieslak quien se convirtió en el mejor exponente del método Grotowski. Perturbadora puesta en escena como una lección de anatomía de un ser desgarrado y sacrificado. Sólo podían asistir 40 espectadores que estábamos sentados en torno a un burladero del que sobresalían nuestras cabezas, mientras que la escena se desarrollaba más abajo. Con este aforo limitado de espectadores descubrí que en el trabajo de Grotowski el público tenía una función, frecuentemente pasiva, pero que respondía a un imperativo de la experiencia. En el caso de El Príncipe Constante éramos como espías-alumnos que asistíamos a la disección de un actor. El cuerpo semidesnudo de Cieslak se ofrecía como el pan de una comunión. Y ahí estábamos nosotros iluminados por ese ser en agonía.

En las obras de Grotowski el público no era un peso muerto, existía como ente particular, como invitado a una última cena, o participante en una ceremonia secreta. Ese hallazgo, hoy olvidado, es fundamental. El espectador tiene su propia fuerza vital y psíquica que se debe tomar en cuenta en la puesta en escena. El espectador es el otro actor.

Pero fue muy importante reiterar el valor del actor como pilar del espectáculo, en un momento en que el director escénico se mostraba como el gran jefe. Recordemos a otro director polaco monumental, Tadeusz Kantor, que se paseaba por la escena dirigiendo delante del público el trabajo de sus actores, un poco como el entrenador con su equipo. Cobijado en su silencio, Grotowski veía en el actor al oficiante, al trasmisor, al médium. Y quería que llegara a ese éxtasis que une el aquí y el allá. Hacer visible el misterio humano a través de la actuación. Le molestaban los artilugios electrónicos utilizados que circundaban el foro, como pantallas o músicas multicolores, ¿qué pensaría ahora que estamos invadidos de tecnología en la escena?

Teatro Rico, decía Grotowski, rico pero sin espíritu, teatro como una mezcla de elementos ajenos al drama, «puesto que el cine y la televisión descuellan en el área de los funcionamientos mecánicos (montaje, cambios instantáneos de locación, etc.), el teatro rico apela ruidosamente a los recursos compensatorios para lograr un teatro total«, nos dice en el libro ‘Hacia un Teatro Pobre’, «todo eso es absurdo».

En cambio el Teatro Pobre encuentra su fuerza en la escena, los actores y los espectadores, sin los artificios, sin otra máscara que el rostro del actor. Un proyecto ajeno al show business, utópico, destinado al secreto. Pero que conmovió el universo teatral de la segunda mitad del siglo XX por sus propuestas, sus espectáculos, y su poder provocador al explorar las turbulentas tinieblas del inconsciente humano.  

París, marzo de 2021

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