Y no es coña

Hoy puede ser tarde

Felicidades a todos cuantos han logrado concejalías, escaños en parlamentos territoriales, capacidad de gobernar. Ya sabemos que hasta mediados de junio no se produce la transferencia de poderes. Mientras tanto, repasemos la situación de todo lo referente a la Cultura y muy especialmente a las Artes Escénicas. En todo el Estado español los teatros son, en su inmensa mayoría, de titularidad de los ayuntamientos, las diputaciones o los gobiernos autonómicos. El Estado apenas tiene edificios fuera de Madrid, aunque participa con ayudas en algunos teatros emblemáticos, sostiene mayoritariamente algunos festivales referenciales, colabora con ayudas para ferias y festivales, al igual que para el mantenimiento de las giras de algunas compañías, ya que no puede intervenir, legalmente, en la producción.

Para situarnos, aunque todo lo referente a los teatros y sus programaciones, forman parte de ese limbo legislativo que se llaman «competencias impropias», es decir que a nadie obliga a tener un teatro, ni una programación, ni cumplir con unos baremos de inversión en ellos, son los ayuntamientos quienes mantiene en un porcentaje de inversión muy elevado la viabilidad de las compañías privadas, concertadas y parte de las institucionales. Repetimos: sí están obligados a mantener una biblioteca en unas determinadas condiciones, pero no un teatro, sala, con programación semanal, quincenal o anual de determinadas características.

Los circuitos, que a su vez forman el teóricamente tejido que en colaboración con los ayuntamientos, propician el número más elevado de representaciones en todo el territorio estatal, son propiciados, ayudados, subvencionados, controlados por los gobiernos autonómicos con la colaboración, en algunos lugares, de las diputaciones forales. Solamente Madrid, Barcelona, y ahora con la irrupción del conglomerado Arteria en otras capitales de diferentes provincias, existe una actividad de programación fuera del paraguas institucional, es decir, en manos del mercado y de la respuesta directa de los públicos.

Si se ha explicado bien lo anterior, es muy fácil comprender que empieza una nueva etapa para las Artes Escénicas. Primero la acumulación de deudas, con ayuntamientos con demoras de casi dos años, y algunos gobiernos autonómicos con mayores desajustes, y aquí, ahora, no vamos a señalar a ningún partido, pero que nadie dude de que se trata de una deuda histórica que condiciona a corto y medio plazo. Nadie puede mirar para otro lado. Y nos parece más que obligado ponerse a hablar, a comprometerse, a buscar soluciones para los asuntos urgentes, pero a planificar lo necesario, a cambiar el «sistema», para entendernos, que se ha creado entre todos los gremios y que ahora se nos presenta ingobernable.

Las soluciones no pueden ser simples, porque estamos ante un problema muy complejo. Yo diría que es uno de esos problemas de profundo calado político que algunos quieren resolver con porcentajes, palabras huecas, utilizando fórmulas económicas que han fracasado en todos los sectores y que aplicadas a las Artes Escénicas, o la Cultura en general, no es nada más que una ideologización extrema de la actividad que la deshabita de contenidos para vestirlo de producto mercantil.

Desde esta columna nos hemos cansado de advertir sobre lo que estaba sucediendo, lo que nos viene. Simplemente aplicando el sentido común y no dejándonos llevar por los nefastos subidones del neoliberalismo cultural que es parte del problema actual. Ahora es el momento de buscar otro tipo de organización, de decisiones que ayuden a consolidar una idea primera sobre la Cultura como bien intrínseco de la ciudadanía y no como un adorno, un entretenimiento, algo que se nos regala. Ya estamos acostumbrados a que la Cultura, en general, pero las Artes Escénicas en particular, se hagan por la fórmula del co-pago, cosa que no cuestionamos. Pero venimos acumulando vicios, tics, maneras de ayudas muy pegadas a una idea demasiado pequeña, casi de subsidio y no de fomento de la creación, de diálogo con la sociedad.

Deberemos empezar a pensar para qué sirven los actuales modelos de enseñanza en estas materias en todos los rangos y categorías. La propia itinerancia como única manera de existir, el uso de los edificios teatrales y salas habilitadas, el evidente desequilibrio existente en muchas instituciones entre el dinero dedicado a infraestructuras y personal y a su uso público, abierto a la ciudadanía. Sí, hacer una «acampada cultural», nos vendría muy bien. No es verdad que solamente exista una manera de hacer funcionar el teatro, la danza, la música desde las instituciones, en relación a los ciudadanos. Es una cosa muy seria que debe sacarse del ámbito de la urgencia económica, para poder pensar en el futuro con amplitud de miras. Desde aquí, como siempre, intentaremos al menos señalar algunas de las grietas más evidentes. Lorca como metáfora. La decisión de reconstrucción o derribo. Sin apriorismos, sin dogmatismos. Hoy puede ser tarde. O muy tarde.

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