Y no es coña

Iberoamérica

¿Es sincera la relación que tiene el Estado español con los países de Iberoamérica? Acaba de terminar una cumbre en Panamá y por las televisiones de lo único que nos hemos enterado es de que el suegro de Urdangarin no ha acudido por primera vez por estar convaleciente, que le ha reemplazado o llevado su representación el marido de la periodista y que Rajoy ha dicho allí que ya ha dijo todo lo que tenía que decir del caso Bárcenas. Perdonen este resumen paródico, pero poco más ha transcendiendo en los medios de comunicación, lo cual viene a abundar en la sensación que tiene la ciudadanía de que eso de Iberoamérica es algo que sucede en las agendas de los jefes de estado y de gobierno, pero que poco o nada nos afecta. Ni nos concierne.

¿Y en nuestra ámbito cómo está la cosa? Yo creo que la comunidad teatral española solamente se acuerda de América cuando Iberescena. Quiero decir cuando aparecen las convocatorias de subvenciones y ayudas de esa entidad que está creada, precisamente al rebufo de las actividades pactadas en las cumbres iberoamericanas como la celebrada ahora en Panamá. Tiene su vida propia, pero el marco de referencia, las posibilidades de crecimiento y desarrollo de los programas parten de las decisiones políticas y presupuestarias tomadas en los más altos niveles.

Estamos en el mes de octubre, y yo he estado en los preámbulos del Festival Iberoamericano de Teatro Contemporáneo de Almagro, acabo de llegar de Les Translatines, una de las citas más declarada y activamente dedicadas al teatro iberoamericano de las que se hacen en Francia, y estoy camino de Cádiz, para asistir al FIT. Entre medias, en mi paso por Madrid, he visto una extensión del festival de Almagro en la nueva sala Nave 73 y hemos dado noticias en estas páginas de un asunto que no me agrada mucho, porque me parece publicidad engañosa, ya que se anunciaba el «primer» Festival Iberoamericano de Teatro de Madrid, y expresamente se proclamaba como una extensión del de Cádiz.

Por no darle mucha cancha a este asunto, han habido desde tiempos inmemoriales aproximaciones, extensiones, actividades propias. La relación del teatro español y americano ha existido casi siempre, lo que hay es que analizar las razones por las que se han interrumpido cuando estaban en instancias suficientes, CELCIT por ejemplo, y por qué solamente Madrid haya sido junto a Cádiz, las referencias para contactar con esas realidades teatrales cada vez más importantes.

Abundando en lo anterior, la duda más que razonable es encontrar los motivos por los que el sistema de exhibición español, en términos generales, es tan reacio a programar los magníficos espectáculos que año tras año llegan a Cádiz por el Sur, o a Baiona, por el Norte, o directamente con compañías que bajan de los aviones en Barajas o El Prat, en ocasiones coincidentes, pero con muchas variedades. Espectáculos, trabajos, obras, de gran interés por el tratamiento de ciertos temas, por describir las realidades de sus países y hechas con gran nivel artístico a cargo de grupos y compañías de una trayectoria ejemplar y con una creciente presencia en los escenarios no solamente iberoamericanos, sino europeos.

Duele comprobar que espectáculos, grupos, autores, directores habituales en Francia, Italia, Alemania, Bélgica, por poner unos ejemplos, no pisan los escenarios peninsulares. Hemos hablado mucho de estas cuestiones entre aquellos que nuestra vocación iberoamericana no es una postura oportunista, sino casi una manera de estar en el mundo de las artes escénicas actuales, y no sabemos si se trata solamente de ignorancia o si hay que añadirle algunas dosis de xenofobia teatral, de soberbia conquistadora. La realidad es que no les interesa a los programadores y por ello, cuando alguno se decide a dar paso en su programaciones a estos montajes, sufren una bajada del número de espectadores porque, además, dada la desinformación cultural general en los medios de comunicación, llegan sin una contextualización del grupo, la obra, el autor o su significado teatral, cultural o político.

No nos lamentemos más. Algunos seguiremos disfrutando y predicando las bondades del teatro iberoamericano. Vemos como algunos teatros se abren ya tímidamente pero con una cierta asiduidad a las ofertas americanas. Es normal ver teatro mexicano, muy poco en comparación con su buen momento. Al igual que nos llegan detalles uruguayos. Un tipo de teatro argentino ya forma parte de nuestros rituales formativos y programáticos, aunque no tanto con la aquiescencia de los públicos, y Brasil es la gran desconocida, junto a todos los países como Perú Ecuador, Colombia, Venezuela. Desde aquí seguiremos disfrutando de estas dramaturgias, emergentes, convencionales, de nuevas tendencias, pero vivas, solventes, importantes en algunas ocasiones. Y esperemos que alguien más nos escuche. Lo que se está haciendo desde los diversos ministerios que entienden de estos asuntos, no aventura nada bueno. No más lloros. Acción y colaboración, que tienen, algunos, mucho que enseñarnos, artística, organizativa y políticamente.

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