Y no es coña

Incandescentes reflexiones intrascendentes

Tengo un libro en las manos. Se llama «Vademecum del Actor», editado en Barcelona el año 1965 por La Galería Teatral Salesiana, y parece que los textos están escritos por José Bordás. Digo parece porque no queda clara la autoría. Son consejos generales para la puesta en escena, empieza hablando de la dirección, y tras indicar que es una de las labores más complejas, recomienda que nunca asuma esa función el actor principal. Va recorriendo diversas funciones, se para bastante en el arte de actuar, da principios básicos sobre la memorización, sobre el gesto, sobre la declamación. Es decir es un manual que desde mi punto de vista de editor, librero, docente, estudiante del mundo teatral, está absolutamente superado. Para decirlo en corto: está obsoleto.

Pero dicho lo cuál, y tras pasarme una semana acudiendo a los escenarios públicos madrileños a ver varios espectáculos, se puede llegar a la conclusión de que quizás fuera necesario reeditar este manual sencillo, para que los actores y actrices que ocupan los escenarios públicos, insisto, públicos, con montajes públicos, con directores que tienen una capacidad de gasto de dinero público, al parecer ilimitado, volvieran a pensar sobre su oficio, sobre los mínimos necesarios para afrontar, por ejemplo, un texto cervantino, por muy floreado y agrietado que aparezca por una versión un tanto exhibicionista.

Ver en el Teatro Español, una amplía compañía con micrófonos provoca en este cronista una desazón imposible de calibrar en adjetivos y mesuras racionales. Claro, es un montaje algo tremendista, en donde lo que cuenta es el ruido, el sonoro y el visual, en donde el texto llega siempre tamizado, machacado por algo que no tiene que ver con la interpretación. La solución que se busca no es bajar ese ruido, para que se escuche el texto que fue de Cervantes, sino electrificar la voz, pasarla por una mesa y subirla de volumen para que se sature todo y no se entienda nada.

Porque resulta que en ese reparto son pocos, digo, dos o tres, los únicos actores o actriz, a los que se le podría contratar para un radio-teatro. Es decir hablan mal. No sé si proyectan o no, porque van con micrófono, pero su dicción, su prosodia, su versificación o su contra versificación son manifiestamente mejorables. Y eso sucede no sólo en este escenario, sino que se ha convertido en una costumbre. El llevar a los jóvenes del plató a los escenarios, produce estas disfunciones en su interpretación. El tener que hablar picadito y muy natural, tirando a poligonero en las series, nos lleva a no saber respirar, ni interpretar una sinalefa, un diptongo o una esdrújula, por poner ejemplos sencillos.

Y lo de la sonorización de los robots humanos llamados actores es un nefasto hábito demasiado usual que parece hasta obligatorio. De acuerdo, hay teatros sordos, edificios de nueva planta dedicados a las artes escénicos cuyos arquitectos deberían ser juzgados por inútiles, pero con esa excusa, nos tragamos ya a cualquiera electrificado en cualquier circunstancia y cualquier teatro. Te dicen: un poquito, de manera imperceptible.. Y voy a reflexionar junto a algunos productores o productoras que defienden este, a mi entender, vicio corruptor de la función del actor en el teatro, aduciendo que los espectadores están acostumbrado a escuchar el cine, la televisión, los audiovisuales de su ordenador con este espacio sonoro plano, sin localización, y que al salir todo ecualizado da esa sensación «estética».

¿Qué dice el vademecum salesiano al respecto? «El cultivo de la voz no debe tampoco olvidarse, debe ser lo más flexible posible y de mayor colorido (…) En una palabra, debe procurarse que por medio de la articulación, dicción y sonoridad, un ciego pueda apreciar un personaje».

El teatro es más teatro, cuanta menos intermediación existe entre el actor y el espectador. ¿Qué enseñan en las escuelas oficiales o privadas de teatro? Vale, formulo de nuevo la pregunta, ¿qué enseñan además de prepararse para los castings?

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