Y no es coña

Incitación a la desobediencia

Todos los días empiezan con un afán y en ocasiones se confunde la necesidad con la urgencia, el deseo con la literalidad del reglamento. Despertar en un avispero de urgencias, citas, plazos, decisiones inaplazables contrae los músculos del esófago, en la cabeza las voces se multiplican y desde la ventana se ve a veces un abismo al que lanzarse o un paso hacia una pradera verde que lleva a una playa llena de cocoteros. Nadie puede asegurar que dos por dos son cuatro en todas las comunidades del reino de España. Tantas recomendaciones, reglamentaciones, sugerencias y aplicaciones de la métrica y la retórica empiezan a provocar situaciones que de mantenerse en el tiempo parecen una sutil incitación a la desobediencia. Y ahí empieza el drama.

 

Mi situación es imposible de retratar sin utilizar muchos filtros. Estoy en Beja, Portugal, ensayando una obra que se debió estrenar en mayo, pero que la pandemia la suspendió. Vamos trabajando camino de su estreno en setiembre, pero esta semana hemos sufrido un gran susto. Una de las actrices, en los días de descanso, fue a visitar a su familia en una ciudad que, de repente, se ha convertido en un foco de coronavirus, y a los cinco días recibió una llamada diciéndole que su cuñada había dado positivo en un análisis. Pánico. Cuarenta y ocho horas esperando el resultado del test hecho a su hermano. Por fin llega y dice que es negativo. Hoy reemprendemos trabajo. ¿Pueden imaginarse lo que pasa por la cabeza de todo el equipo de trabajo? Pues eso, es terrible. Es un pánico silencioso, oneroso, porque no se puede ni comunicar para no crear una alarma innecesaria.

Hemos decidido sacar el número de ARTEZ correspondiente a setiembre/octubre y vamos comprobando cómo se anuncian eventos, festivales o estrenos y a la vez, se pone una duda grandísima, porque en ese lugar concreto están creciendo los casos de infectados del virus. Esto es una situación que produce una sensación absolutamente incontrolable de inseguridad, que hace que ese proceso siempre delicado de confeccionar una revista informativa se convierta en una suerte de pelea contra el destino y las decisiones que se toman a nivel político y sanitario en diecisiete centros de poder. Nuestra redacción está en Bilbao, cuando escribo estas líneas no se sabe qué medidas va a decretar el Gobierno vasco tras declarar la emergencia sanitaria.

Si les cuento estas situaciones menudas, personales, es porque no soy capaz de mostrar todas las noticias, llamadas, correos que uno recibe para la solidaridad con los gremios que participan en las artes escénicas de todo el mundo, de las situaciones de una precariedad total de muchas personas, las renuncias, los refugios en las casas paternales, quien puede, todo un desmembramiento de un tejido artístico y productivo que parece vivir en estado de insolvencia que, me temo, no se va a solucionar en los próximos meses, lo que nos pone, digo otra vez, como una incitación a la desobediencia, porque parece que es una injusticia el trato dado a la Cultura en general, pero sobre todo a quienes la hacen posible.

Para terminar con esta amarga homilía agosteña, es que todo lo que se nos comunica sobre la pandemia es terrorífico, porque se habla de acudir a las aulas y nadie se atreve, todavía, a decir en qué condiciones de seguridad, si presencial, telemático o mixto. Y claro, de la formación artística ni hablamos. Y en general crece la sensación de una recesión económica de consecuencias graves, según los índices que se manejan, y todo esto es lo que nos viene. Tenemos que ir sacando los restos de nuestros fondos de ilusiones, si podemos sobrevivir económicamente, cosa que harán los funcionarios, eso está claro, los demás, los que dependen de que entren clientes por la puerta de una librería, que se contraten sus actuaciones, y se puedan hacer, que se abran las salas y vengan espectadores, la cosa se pone cruda. Muy cruda. 

Paciencia y barajar. Porque me sale la parte leninista y me pregunto, desobediencia, ¿para qué? Quizás la vida será virtual y a la televisión la llamen los neoliberales del neologismo neocomplaciente teatro virtual, que es la otra pandemia que sufre las artes escénicas, tirarse piedras a su propio tejado con la única idea de dar señales de vida virtual, es decir de vida teatral muerta. Ahora veo por dónde podemos empezar con la desobediencia: a todo lo que está provocando una desviación crónica del teatro. Y admito que algo aprenderemos de todo esto. Pero nada de lo que se me ocurre me parece lo suficientemente importante.

Escucho publicidad de loterías de navidad. Pues eso, que haya suerte.

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