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Independencia y armonía. Opus de Christos Papadopoulos

El movimiento independiente y, al mismo tiempo, armonioso entre diferentes líneas musicales caracteriza el contrapunto. Esa técnica de composición tan utilizada en el Barroco y más concretamente en el arte de la Fuga.

 

Melodías independientes, que suenan juntas de manera armoniosa, para generar una polifonía. Esta articulación entre independencia y armonía de las líneas musicales es, en si misma, un mecanismo muy atractivo. Incluso podríamos trazar una especie de analogía respecto a las dramaturgias posdramáticas de las landscape plays (piezas paisaje), frente a la unidad aristotélica de la línea de acción de las dramaturgias dramáticas de los realismos de las pièces machine (piezas máquina). La fragmentariedad y simultaneidad de acciones diversas, sin una línea de acción principal focalizadora y jerarquizadora, típica de las dramaturgias posdramáticas, pone de relieve ese paisaje polifónico que las acerca a las obras del Barroco.

En ese caso, lo más difícil siempre va a ser encontrar los mecanismos de coherencia o cohesión poética, dramatúrgica, que sostengan y estructuren esas líneas de acción, diversas y posiblemente divergentes.

En el caso musical, el contrapunto sirve para conjugar la independencia de las líneas melódicas y su simultaneidad armónica. Y, en él, uno de los mecanismos más típicos consiste en la consonancia de los intervalos de los tiempos acentuados, dejando más libertad a la evolución de cada línea entre esos acentos.

Hago esta reducción teórica porque el sábado 12 de octubre, el Centro Cultural Vilaflor, CCVF, de Guimarães (Portugal), comenzó su programación dentro de la red europea de danza contemporánea emergente Aerowaves, con Opus, del griego Christos Papadopoulos. Una pieza de danza en la que un cuarteto de bailarinas hace visible lo audible.

Dimitra Mertzani, Maria Bregianni, Themis-Ariadne Andreoulaki y Ioanna Paraskevopoulou ofrecen sus cuerpos, cada una de las cuatro, a cada una de las cuatro líneas musicales de cada uno de los cuatro instrumentos del cuarteto, de algunas de las partes de El arte de la fuga de Bach.

Cuatro jóvenes bailarinas, vestidas de negro, con pantalón de traje, camisa remangada y zapatos, y el cabello recogido, ejecutan una especie de fuga coreográfico-gestual, sobre fondo y linóleo blancos, de manera análoga a cuatro instrumentos de cuerda frotada.

Comienza Opus, con una sola línea melódica, de violín o viola, ejecutada, en cuadrupedia, por una sola bailarina. Se añadirá una segunda línea musical, otro instrumento, tal vez, un violonchelo, con una segunda bailarina que entra y, en contrapunto imitativo, se suma a la anterior. Y así hasta configurar el cuarteto.

La distribución de estas figuras coreográfico-musicales, encarnadas por cada una de las cuatro bailarinas, siempre es ocupando diferentes posiciones, que tienden a equilibrar el espacio, sin situarse nunca en el centro. De esta manera, la imagen de la escena se acerca a la de las piezas paisaje, rehuyendo la centralidad jerárquica (y dramática). En la fuga no hay una centralidad jerárquica de un solo tema o línea musical protagonista, sino esa polifonía en la que cada bailarina, cada línea musical, mantienen una independencia sin, por ello, quebrar la armonía.

Abriendo aquí una digresión política: este es un buen ejemplo, desde lo conceptual y abstracto del arte de la fuga y la danza contemporánea, que bien podría ser estudiado y aplicado a los conflictos que se dan en muchos países. De manera notable en el Estado español, entre nacionalidades históricas, sobre todo Catalunya y País Vasco, pero también Galicia, y el nacionalismo español centralizador. (Justo veo ese espectáculo griego en Portugal el 12 de octubre, cuando el Estado español celebra la Hispanidad y yo, que soy gallego, en PortuGAL celebrando ¿qué? ¿la portugalidad? Jajaja… ¡No! ¡Celebrando la danza! Y la diversidad.)

Para solucionar esas tensiones entre la independencia (la diversidad) y la armonía, a los dirigentes políticos les recomiendo ver y analizar Opus de Christos Papadopoulos y, cómo no, escuchar y analizar El arte de la fuga de Bach y las características del contrapunto musical.

Cierro digresión y vuelvo a lo importante, a lo que nos puede salvar de las miserias: al arte, a la danza.

Vuelvo a la Opus de Christos Papadopoulos.

Esa diversidad de las cuatro líneas musicales sonando en conjunto, gracias, además de otros mecanismos, al del contrapunto entre ellas, se traduce, en el escenario, a esas cuatro presencias. Cuatro bailarinas que ocupan, en el plano de la territorialidad y de la proxémica, lugares equidistantes, por veces próximos y por veces alejados, pero siempre relacionados. Un paisaje de presencias dancísticas en el que ninguna se impone como figura central y en el que, por tanto, no existe la periferia ni las provincias.

El centro del escenario está ocupado por una pequeña bombilla, que alumbra tímidamente a ras del suelo y que, a medida que se va desarrollando la pieza, de manera ininterrumpida y casi imperceptible, va, lentamente, ascendiendo. Esa bombilla es otro elemento, tan conceptual y abstracto como la propia música de El arte de la fuga de Bach, pero también como la coreografía, los movimientos y los gestos. Aún así, sin embargo, podríamos pensar e incluso sentir que, esa pequeña luz de esa bombilla que ocupa el centro y, desde el suelo, asciende hacia el firmamento, es el símbolo del arte de la danza. Una luz conceptual y abstracta, que no necesita ser narrativa para iluminar y que, en este mundo de la productividad y el consumo, resulta una luz tímida, tan pequeña como necesaria para poder ascender.

Una de las derivaciones contrapuntísticas más atractivas en su traslación coreográfica, según mi modo de ver, son las microsecuencias en las que se da un contrapunto imitativo. En éste, cada cuerpo y cada línea melódica, entran en diferentes momentos a través de la repetición, variación o versión del mismo elemento melódico. Esto produce una especie de juego matemático que, a la vez, resulta expresivo.

Como resultan expresivas, frente a la geometría del movimiento, muy localizado en diferentes partes del cuerpo, fragmentándolo e incluso maquinalizándolo, las miradas. Miradas al publico desde una cierta neutralidad muy natural, como me comentaba mi compañera de butaca, la coreógrafa y bailarina gallega Mercé de Rande. Una neutralidad singularizada por las presencias contenidas de cada una de las cuatro bailarinas. Una neutralidad justa, sin impostura, sin pose. Desde ahí, esas miradas al público constituían un factor de enganche y humanidad muy delicado y misterioso.

Por otra parte, están las miradas con un recorrido semejante al que hacen los movimientos de la cabeza, el cuello, el tronco… Miradas que expanden el trazo de los movimientos coreográficos, que nunca son explícitamente amplios o invasivos, sino contenidos, con trayectos cortos, sin alejarse del eje vertical de cada cuerpo.

También me parecieron especialmente atractivas la riqueza austera del contrapunto múltiple de la fuga y esos momentos en los que, sino en la música, sí en la coreografía, parecía surgir la técnica del canon.

Otro de los efectos que me resultó fascinante, por su detalle minucioso y delicado, eran los pequeños cambios de dirección del movimiento de la cabeza, los hombros, incluso, manos y brazos, o caderas piernas y pies, de manera semejante a la de la síncopa musical. Como si se tratase de pequeñas rupturas de la regularidad del ritmo, en la coreografía también de la dirección y extensión del movimiento corporal y del gesto, por medio de esa acentuación del cambio de dirección en un lugar débil o semifuerte de la secuencia coreográfica.

Y, por supuesto, los segmentos de coralidad o confluencia en el unísono, siempre tan agradecidos en la danza, por esa expansión de lo que se baila, por ese espejismo de unidad en la multiplicidad.

En conjunto, Opus es un prodigio de coherencia en la articulación estilística de los movimientos y de la factura visual resultante de la escena. Una armonía en la cual el cuarteto de cuerpos danza de manera análoga a la de los movimientos de las ondas sonoras de los instrumentos musicales que interpretan El arte de la fuga de Bach.

Por obra y gracia de la coreografía de Opus, al ver la danza también vemos la música y quedamos prendidas y prendadas, prendidos y prendados.

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