Y no es coña

Inspiración y estado de gracia

A los creadores de casi todas las artes se les supone el talento que se solidifica a base de experiencias, conocimientos y formación específica. La formación permanente es una obligación que debe configurar las posibilidades objetivas de toda vocación. Si lo tenemos meridianamente claro, el camino es la meta, o dicho machadianamente se hace camino al andar. Casi sin echar la vista atrás. Por ello llamamos inspiración a esos instantes en los que los artistas consiguen convocar todos los recursos a su alcance para lograr un diálogo brillante, un movimiento escénico fascinante, un gesto elocuente, una escenografía magnificente.

La tradición tópica nos lleva a citar a Picasso como el que advirtió de que “si las musas existen, que me pillen trabajando”. Sirve para hilvanar algunas ideas mecanizadas, porque en ocasiones vemos espectáculos muy inspirados y otros que parece que se han sido ideados en estado de gracia. La diferencia entre el que busca lo casual y quienes se mueven en lo causal es que estos últimos logran utilizar la inspiración de manera recurrente, debe ser que las musas acostumbran a hacerse presentes en quienes insisten y buscan, claman, indagan y llegan a sistematizar unos procesos en los que la inspiración se hace idea,  el pensamiento se hace movimiento y además se es capaz de repetirlo, fijarlo y convertirlo en lenguaje.

Los estados de gracia pueden también buscarse con un buen sistema de entrenamiento, de ensayos, de ritualización de aquellas circunstancias que hacen posible llegar a un buen uso de las memorias, de las energías y de la inspiración ya presente. Uno siente cuando una función está realizada en estado de gracia. Es algo intangible, es un acto ceremonial, un fluir de energías, sensaciones y emociones. Probablemente estos estados de gracia pueden suceder en la cabeza de un espectador, sin que sea compartido por el resto de los públicos, puede darse una comunicación poro a poro entre un espectador y un actor o una bailarina y quedar el resto de los que concurren a esa representación aislados de esta experiencia especial. Hasta puede ser algo que sucede internamente entre los actuantes e intérpretes y no trascienda más allá de la bondad de su misma ejecución, aunque se convierta en ese añadido intangible tan influyente. En todos los casos son momentos que se deben atrapar, disfrutar y guardar en el recuerdo como algo importante y fundamento de toda relación futura de fidelidad incuestionable.

Colocadas estas sensaciones, estas intuiciones en el campo del análisis crítico, ¿de qué manera deben intervenir en el uso racional de las herramientas de reconocimiento de los valores intrínsecos de un espectáculo, obra, coreografía o performance? Dicho de otro modo, todo lo arriba descrito, ¿es puramente subjetivo? Y si así fuera, ¿no debe intervenir en el análisis de cualquier obra artística un componente imposible de objetivar? Si se aplicara alguna metodología de análisis puramente objetiva, la crítica no sería otra cosa que un certificado forense.

En cualquier acto creativo, además de los hechos tangibles, de lo cuantificable, de lo mensurable por las normas de pesos y medidas existe un campo tan amplio de incitaciones que despiertan otras partes de nuestro arsenal sensitivo que quizás lo ideal sería buscar una manera para que el que haga una crítica encuentre también la inspiración y consiga, alguna vez, un estado de gracia en el que su opinión esté expresada con tanta certeza, tal belleza y con una inconmensurable profundidad y capacidad de penetración que se convierta en un complemento de la obra de arte. Hasta que incida por ósmosis. No reclamamos una retórica y funcionarial supuesta objetividad sino algo más activo: honestidad, punto de vista, coherencia y humildad.

 

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