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Jefta van Dinther y los efectos del escenario en danza

Una de las peculiaridades del gesto danzado, que lo distingue de cualquier otro gesto funcional o gimnástico, es huir de finalidades prácticas y, al mismo tiempo, no acabar en sí mismo, volviéndose ilimitado.

La realización funcional, tal cual se entiende en la utilización del cuerpo en la vida cotidiana, está ligada a la consecución de deseos, objetivos, finalidades. El cuerpo y sus movimientos, en la vida cotidiana, está puesto al servicio, en cierto sentido, de la voluntad, de un proyecto, de una planificación. Muevo un brazo y la mano para atarme el zapato o para rascarme, porque se me ha desatado el zapato o porque me acaba de picar un mosquito. Mis movimientos son económicos y funcionales y responden a una causalidad y a una finalidad. Me levanto de la silla y camino para coger un vaso de agua porque tengo sed.

Todos los trabajos implican, para su realización, el cuerpo, que busca economizar esfuerzos y energías en el movimiento preciso para alcanzar los resultados deseados de manera eficaz.

Además, cada movimiento, una vez cumplida su función, tiene su punto final, su remate y reposo.

El gesto danzado, sin embargo, parece animado por un movimiento interno ilimitado, por un fluido energético que lo anima y lo hace ser (le da identidad), que lo lleva más allá de sus propios trazos visibles amplificándolo y proyectándolo en diversas escalas y dimensiones. El gesto danzado se convierte, de esta manera, en un halo que modifica nuestra percepción del espacio y del tiempo.

Los efectos de la danza sobre la percepción son múltiples sin duda, derivados de la calidad poética y de la sugerente potencialidad de ese movimiento sin fin (ilimitado) ni finalidad.

El 16 de mayo de 2015 tuve la oportunidad de asistir a PLATEAU EFFECT del CULLBERG BALLET (Suecia) con coreografía de JEFTA VAN DINTHER (Noruega/Suecia), en su estreno en Portugal, programado en el Teatro Municipal do Porto Rivoli.

En PLATEAU EFFECT, al igual que ya había hecho en GRIND (2011), Jefta van Dinther nos sitúa ante un espectáculo de danza paradójico, ya que en la superficie parece asociarse a una textura de gestualidad y movimiento laboral, pero en el fondo nos traslada a lo ilimitado y lo no funcional del arte, fortaleciendo al máximo la invasión sensorial desde el escenario a la platea. Esta invasión sensorial redunda, a su vez, en el surgimiento de imágenes, sensaciones y emociones sutiles y difícilmente explicables.

El rol de la danza, en intersección con la acción lumínica, objetual y sonora, respecto a la alteración de la percepción, parece ser el campo de investigación en el que se desarrollan los proyectos del bailarín y coreógrafo Jefta van Dinther.

Recuerdo perfectamente su alucinógeno GRIND, que pude ver el 14 de febrero de 2014 en el GUIdance (Festival Internacional de Danza Contemporánea de Guimarães), y sobre el que se puede consultar el artículo titulado «Alterar la percepción. Guidance», publicado en Artezblai el 22 de febrero de 2014.

Explorando esa misma concepción dramatúrgica se encuentra PLATEAU EFFECT del Cullberg Ballet.

El primer efecto de disyunción – confusión perceptiva se produce cuando observamos a los nueve integrantes del elenco en pie, en el proscenio, delante de un telón gris, hacia nosotros mientras escuchamos una canción en una voz femenina. Una de las bailarinas mueve la boca. Nuestra mirada detecta el movimiento de su boca entre los nueve integrantes del elenco quietos mirándonos desde el proscenio. Parece que es ella la que canta, pero, de repente, nuestra mirada detecta el gesto de la boca de otro bailarín, gesticulando también como si cantase. Ahora no es ella, es él quien parece cantar, sin embargo la canción sigue sonando con la misma voz femenina. Poco después es otra boca la que se mueve y atrae nuestra atención y, luego, varias bocas a la vez se mueven en un juego articulatorio vocal mientras nuestro oído solo capta una voz femenina amplificada.

Mirada y oído no concuerdan. La percepción pierde su lógica causal y se aleja de la recepción cotidiana para ingresar en el campo extraordinario del arte.

Esos pequeños movimientos de las bocas van pasando a los cuerpos, surgiendo en uno u otro, como notas musicales que surgen aquí y allá y que, poco a poco, integran, en su evolución, al telón gris, implicándolo también en el movimiento.

La agitación de los nueve bailarines/as, después de la canción, se expande al telón de boca que ondula como las velas de un velero en plena navegación.

¿Mueven ellos/as el telón o es éste el que los mueve a ellos/as?

Lo ilimitado del gesto dancístico expandido al objeto produce esta alteración perceptiva sumergiéndonos en un universo onírico.

Baja la vara en la que se sujetaba el telón y la comunidad de bailarines/as lo descuelgan. Aquí comienza, de manera explícita, la danza como trabajo. Desatar el telón de la vara requiere una gestualidad práctica, pero los cuerpos siguen proyectando un movimiento dancístico interno que nos atrapa.

Gestualidad práctica y movimientos sostenidos en una especie de «slow motion» para desplegar, levantar y extender la gigantesca tela por el escenario, explorando las posibilidades cinestésicas de la misma en relación a los cuerpos.

El contacto entre las bailarinas y los bailarines también se contagia de esa textura de movimiento en simbiosis con la enorme tela.

La acción lumínica, diseñada por Minna Tiikkainen, parpadea y antes se desplazó como la luz de un faro disparada hacia alta mar.

El elenco coge, estira, desplaza cuerdas por debajo de la tela. Tensan las cuerdas y la tela se eleva como una carpa o un toldo.

La danza laboral se afirma en la materialidad de los elementos que dinamiza y moldea. Pero al mismo tiempo los vuelve inmateriales al llevarlos hacia una apariencia abstracta y al insuflarles una energía fuera de lo ordinario.

La danza laboral es un ejercicio común, de comunidad, un baile colaborativo que transforma la realidad escénica en algo excepcional e inaudito.

Las/os bailarinas/es cogen las puntas de la tela, que se eleva como una carpa, y corren de un lado a otro modificando su fisionomía. Ante nosotros se yergue una arquitectura dinámica envolvente y absorbente.

En los límites del «teatro de objetos», la coreografía de Jefta van Dinther podría parecer una manipulación de la inmensa tela animándola como si fuese una marioneta. Pero la simbiosis funde cuerpos animados e inanimados, luces y sonidos en un magma atractivo y pleno de belleza.

Ráfagas de colores rojos, azules y verdes modifican la percepción de ese ente que, por veces, semeja ave enorme.

La música techno electrónica contribuye a la creación de atmósferas psicodélicas.

El trabajo, en cámara lenta, de ir enroscando la tela extendida en el suelo nos traslada de una sensación muscular a la de una suavidad envolvente y ondulante.

El paisaje del transporte danzado del largo rollo hace cimbrear los cuerpos, con instantes próximos al «breakdance».

Las tensiones de la composición, por acumulación de la serie de movimientos, la serie musical y la serie lumínica, adquieren densidades climáticas que producen otras tensiones y mutaciones de la percepción.

El «blackout», apagón, de todas las series es otro clímax que huye de los finales preparados. Un efecto más, que precipita en un agujero negro todo lo que antes surgió para dejarlo haciendo eco en nuestros cerebros.

En contraste con la multitud de movimientos y estímulos desplegados y acumulados a lo largo del espectáculo, este apagón final genera una especie de vacío absorbente, como un abismo o un precipicio que nos atrae. Ahí se produce un vértigo y la extraña sensación de que las imágenes y los movimientos continúan oscilando en nuestras retinas, en nuestros cerebros y en nuestros músculos.

Afonso Becerra de Becerreá.

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