Críticas de espectáculos

La décima musa/ Guillem Jordi Graells/ Josep Maria Mestres /62 Festival de Teatro Clásico de Mérida

«La décima musa» solo luce por las excelentes canciones y voces

«La décima musa», que inaugura la 62 edición del Festival, es un espectáculo musical comercial totalmente rediseñado para la ocasión, tomando como base unos magníficos ingredientes broadwayanos  y a tres cantantes-actores bien conocidos del musical español: Paloma San Basilio, Ignasi Vidal y David Ordinas. Su producción no es la de un musical original al uso sino que parece un manejable concierto dramatizado de un recorrido por las canciones de los más versátiles  e influyentes compositores del teatro musical.

En su parte teatral, el libreto, escrito por Guillem-Jordi Graells, se  vale de temas de algunos mitos clásicos –textos con visión  femenina- afines con una selección de hermosas canciones ya conocidas. Su argumento plantea un contenido lúdico a partir de las peripecias en el Olimpo de los Dioses – Baco y Apolo- y una musa desconocida y reivindicativa  -Peristera– (traducción de Paloma en griego)- que enfoca la vida de ciertos personajes míticos de forma  distinta, una musa tal vez inspirada en las poetisas Safo y Juana Inñés de la Cruz, a las que respectivamente Platón y algunos críticos literarios dieron el sobrenombre de «La décima musa» por ser defensoras del derecho de las mujeres a acceder a la intelectualidad. Aunque ese sobrenombre se administra a manera de unavaguedad endeble.

Los textos que pretenden cuestionar de forma didáctica los temas  propuestos –sobre los personajes de –Galatea/Pigmalión–,–Helena/Paris–, –Europa/Júpiter–, –Antígona/Creonte–y –Fedra/Hipólito– y –Teseo–- sólo acreditan la buena voluntad de querer postular la igualdad de género. El problema de «La décima musa_» reside en la arquitectura dramática de los relatos fragmentados y en el tratamiento de los personajes. En las acciones y diálogos, demasiado esquemáticos y superficiales, que presentan lagunas en su adaptación y se notan las transiciones –introducidas con calzador- denunciando que son simple relleno poco imaginativo.

Además, en varias ocasiones no corresponden a la presteza e intención de los personajes, que terminan por dibujar un retrato descolorido, casi sin matices y hasta confuso. En el caso de Antígona, por ejemplo, las leyes de la naturaleza –o de la relación consanguínea- que trata la obra original están muy lejos de la acometida reivindicación de la igualdad de género.

En la puesta en escena, de Josep Maria Mestres, se trasluce que algunas debilidades nacen de los intrascendentes o poco creíbles textos de Graells, pero también, por otro lado, está la endeblez en la dirección artística de los actores. Hay altibajos en los distintos roles y baches de ritmo dentro de una nada estética escenografía –que más que un barco parece un tablado para conciertos en plazas porticadas, con la banda de músicos incorporados- que desorientan el juego escénico, tremendamente falto de organicidad y veracidad. Y con poca gracia o dramatismo.

En la interpretación, los desdoblamientos de los tres actores se ven bastante forzados, con algunos clisés. En general, en casi todos los roles tienen desaprovechadas sus cualidades artísticas. Esas cualidades dramáticas y cómicas que he visto en estos intérpretes en otros musicales: a la San Basilio en «El hombre de la Mancha» y «My Fair Lady», llenando la escena, mostrando alternativamente su garra trágica, dulzura, violencia, ardor, luciendo una belleza serena o arrebatada, según lo exigía el instante; y a Vidal y Ordinas en varios musicales (desde «Los Miserables» hasta «Póker de voces») donde han sido premiados algunos de sus papeles.

Sólo en la interpretación de las canciones, con la espléndida dirección musical de Juan Estevan Cuacci, los tres cantantes-actores resultan un conjunto realmente armonioso. En cada uno -o juntos- luce su presencia escénica, su desenvoltura y su potente y hermosa voz que  cautiva al público con prestancia de verdadera «estrella».

JOSÉ MANUEL VILLAFAINA

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