Y no es coña

La Europa teatral en sus premios

Andamos por Craiova, una ciudad de unos trescientos mil habitantes en Rumania que aspira a ser capital europea de la cultura en 2021 por lo que ofrecido su Teatro Nacional y otras estructuras teatrales para que se celebren la décima quinta edición del Premio Europa de Teatro, que ha correspondido al director sueco Mats Ek y la décima tercera edición de los Premios Europa a las realidades teatrales que han sido concedidos a Viktor Bodo, Andreas Kriegenburg, National Theatre of Scotland, Joël Pommerat y Juan Mayorga, además del premio Europa Especial al director rumano Silvio Pulcarete.

Estos Premios Europa de Teatro nacen en el seno de la Unión de Teatros de Europa UTE, de la Asociación Internacional de Críticos de Teatro y cuenta con el aval de varias instituciones entre ellas el Consejo de Europa. Ens una convocatoria bienal que hacía ahora cinco años que no se celebraba debido a la crisis económica europea, por lo que está edición es tomada por muchos como un resurgimiento y un reconocimiento a un país como Rumania que tiene una amplia trayectoria de teatro, aunque sea poco conocida fuera de sus fronteras.

Es un ambiente algo extraño este año, faltan participantes que en anteriores ediciones habían llevado la voz cantante, que formaban parte de los más activos en este apartado de la reivindicación de modelo de teatro europeo, tan disperso y tan desconocido entre sus componentes. Yo echo mucho de menos a Rosana Torres con la que formábamos el dúo de la bencina, con la acudíamos como niños a charlas, ruedas de prensa y disfrutábamos de espectáculos en Wroclaw o San Petersburgo. También hacíamos una gran labor de investigación gastronómica, dicho sea de paso.

Este año se premia a Juan Mayorga, y cuando hoy en los Premiso Max, que se darán a conocer la noche de este lunes, suene su nombre como candidato, él estará cariacontecido mientas se representa su Reikiavik en el Teatro Colibrí de Craiova. Si ganara o ganase uno de los tres Max a los que concurre, ya tiene aleccionado a quién saldrá a recogerlo. Mientras tanto, aquí le arroparemos apenas cuatro amigos periodistas, porque se demuestra una vez más que existe una desconexión muy grande entre la realidad cotidiana de los teatros oficiales españoles y esta UTE, como si no le interesa a nadie lo que sucede por encima de los Pirineos, o al otro lado de la raya que nos separa de Portugal.

Hemos asistido a un debate entre directores europeos y ha sido Pippo Delbono quien lanzado una diatriba rompedora acusando al teatro que se hace en todo Europa como algo muerto, fuera del tiempo, que busca solamente contentar a un publico elitista que parece pertenecer a una clase que además de acudir a su club de golf van a su club de teatro, para ver obras incluso con ciertas formas fuera de lo convencional, de calidad, pero asimiladas de una manera absoluta por el sistema. Al final de su agria intervención ha demostrado su confianza en que vengan nuevos creadores para superar esta situación o de lo contrario no será posible mantener este teatro del siglo anterior para los públicos nacidos en este siglo.

Tras esta intervención ha cambiado el ambiente, algunos jóvenes directores se han mostrado aludidos, y sus intervenciones han sido a la defensiva, pero la reflexión queda abierta sobre el presente y el futuro de un teatro que se reproduce a sí mismo, con obras clásicas, que tiene unos objetivos que escapan a las realidades de su entorno más próximo, que se hace para alimentar a un tipo de público muy concreto, y que es el que desde las administraciones, las instituciones, los medios de comunicación se jalea y se apoya incondicionalmente.

Y confieso que en cuanto uno se mueve por Europa, nota que existen instituciones centenarias, que hay unas escuelas, unos proyectos, unas estructuras sólidas y unos públicos que acuden. No hay confusión con los tetaros públicos. Apenas existe un teatro privado que no sea el comercial. Pero en todos los casos, estas reflexiones son ademadas, al menso para no aburrirse en esos debates tan complacientes y que dan vueltas sobre los mismos ejes de introspección en los procesos individuales de producción y no en sus repercusiones reales en la sociedad a la que se dirigen.

Uno está aquí en Rumania, para aprender algo. O para refirmarse en sus intuiciones o sus convicciones.

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