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La Fura dels Baus y la Nueva Normalidad

La nueva normalidad no tiene nada de nueva. Es lo de siempre, con mascarilla. Y algo semejante acontece con el último espectáculo de la, antiguamente rompedora e innovadora, Fura dels Baus. Está claro que las fórmulas que antaño funcionaban, hoy pueden quedar como una pálida imitación de aquellas. Y, además, el tiempo corre y no para y todo se desgasta con el uso. Se nos rompió el amor de tanto usarlo, como decía la canción.

 

Nunca escribo sobre espectáculos decepcionantes, por gremialismo y porque creo que no soy nadie para dar lecciones sobre lo que funciona o no funciona, sobre lo que vale o no vale, etc. Pero flipé tanto con los dos últimos espectáculos que fui a ver de esta mítica compañía catalana, que me cuesta no pararme y reflexionar un poco sobre esa decepción. Además, sé que este artículo no les va a quitar público porque esto se publica en un periódico especializado y no en la prensa del poder y porque, además, estos artículos solo los lee una minoría de la minoría de la minoría. Así que, no me voy a cortar un pelo y voy a intentar hacer uso de la libertad para decir lo que pienso y para argumentarlo en la medida de mis posibilidades.

El 29 de julio acudí al multitudinario evento de La Fura en la Cidade da Cultura de Galicia. Todas las entradas vendidas. Unas mil personas llenaban las sillas equidistantes que ocupaban la plaza central. La plana mayor de la Consejería de Cultura de la Xunta de Galicia también acudía a aquel acto de multitudes. La Xunta de Galicia patrocinaba el evento cediendo el espacio y el personal de recepción.

La publicidad y el marketing de la Nueva Normalidad de La Fura es un gancho infalible, por el oportunismo del asunto: la pandemia, el confinamiento, el homenaje al personal del sistema sanitario, de la limpieza, de la alimentación, etc. Además, todas queremos ver cuál es la nueva normalidad que anuncia el título del espectáculo, ya que en nuestro día a día no la encontramos por ningún lado. Quizás la clarividencia del arte nos la puede mostrar o denunciar o cuestionar. Esto es lo que, yo, a priori, pensé que podría acontecer con la última superproducción de La Fura.

Pero la inmensa cola de gente para entrar y la música comercial que sonaba mientras la muchedumbre iba tomando asiento, me hacía temerme lo peor. La música que sonaba por los bafles era similar a la que se puede escuchar en el Bershka o en cualquier tienda de un centro comercial. Un aviso por megafonía nos pedía que descargásemos una aplicación gratuita en nuestro teléfono para recibir imágenes y para interaccionar. Esto creaba otra expectativa que después se frustró, toda la interacción consistía en votar si o no a dos preguntas relacionadas con la pandemia y el confinamiento y a algunos fragmentos de vídeo que no llegaban a todos los terminales. La excusa para tener el teléfono en mano era que estos dispositivos, durante el aislamiento, fueron imprescindibles para mantener la conexión con nuestros seres queridos, etc. Sin embargo, la utilización del teléfono y la presunta interacción a través de él, resultaron mínimas y muy accesorias.

A continuación, un actor con bata de médico intentaba hablar en gallego y que se le escuchase. El micrófono no paraba de fallarle y los problemas de sonido con los micros fueron un vaivén durante toda la performance en diferentes momentos y con diferentes actrices y actores. Unos problemas técnicos, también con la iluminación del esqueleto metálico de una especie de barco de vela, que falló durante todo el primer cuadro en el que se utilizó, que no fueron un asunto menor, ya que La Fura dels Baus nos vende una imagen en la que la tecnología es uno de los elementos atractivos.

Textos muy simples, llenos de lugares comunes sobre la pandemia, el confinamiento, la libertad frente a la seguridad sanitaria, la capacidad humana de sobreponerse y superar las adversidades, pequeños relatos sobre pioneros de la ciencia y el progreso, tanto a nivel planetario como a nivel local, buscando el entronque con el territorio gallego, etc. Pero todos de una enorme simplicidad, llenos de tópicos y emitidos de una manera igualmente estereotipada en la entonación, con una cierta grandilocuencia, como para darles mayor importancia. Nada que no supiésemos o nada que no podamos escuchar acodadas en la barra de cualquier bar.

Los típicos números “espectaculares” de La Fura se desactivan al estar separados, en el espacio y en el tiempo, sin una acción escénica que conduzca a ellos o los prepare de algún modo. También se desactivan por las caídas de la tensión rítmica, por los fallos técnicos y por la dispersión y el aislamiento en el que se dan. Además, esos números, pretendidamente sorprendentes y extraordinarios, tampoco funcionan porque son alegorías muy básicas que se quedan cortas respecto al asunto de la pandemia, del confinamiento, de la nueva normalidad, etc. Una grúa enorme de la que pende una especie de bolsa o placenta de la que saldrá, entre líquido, una superwoman negra, que se precipitará al vacío colgada de esa bolsa; la pecera transparente en la que esta misma actriz se sumerge, en un simulacro de lucha por la supervivencia, magnificado por un dúo de cantantes, con batas de médicos, que entonan un área operística apoteósica; el actor con bata de médico encaramado a un esqueleto metálico de barco de vela, que relata gestas y heroicidades humanas, seguido por un coro con traje regional gallego moviéndose debajo de un plástico y con unas lucecitas para emular el mar… estos y otros números, que intentan resultar extraordinarios y sorprendentes, se quedan descafeinados y el público no los aplaude. Ni las grúas, ni las escaldas por las paredes verticales de las moles de la Cidade da Cultura, ni la música enardecida, ni los fragmentos operísticos climáticos de melodía pegadiza, consiguen conectarse entre si y canalizar energía y asombro a la recepción. El efecto es parecido al de alguien que cuenta un chiste que no tiene gracia o alguien que intenta forzar la emoción y la lágrima y acaba por resultar ridículo. También, en mi caso, sentí tedio. Vamos, me aburrí bastante y no daba crédito a que pudiese estar oyendo cosas tan simples y manidas y viendo simulacros y acciones tan desactivadas y, a la postre, decorativas y prescindibles.

Debo valorar, no obstante, el ejercicio de aproximación que hicieron a la cultura y la lengua gallegas. Para la troupe que venía de fuera tendría sido más fácil no hacer ningún esfuerzo y actuar en castellano, sin embargo se preocuparon de traducir y memorizar en gallego lo que decían, aunque de una manera bastante precaria. También contrataron a un grupo de música tradicional, a una coral y a un grupo de baile gallego, de la formación Cantigas e Agarimos, que intercalaban sus números musicales y dancísticos, además de colaborar como extras en otros cuadros.

Concretamente, si mal no recuerdo, el único número que arrancó el aplauso del público fue el de las cantareiras pandereteiras con el baile sobre una charca, vestidas todas con ropa de sanitarias. La entrega y la impecable ejecución de las cantadoras y del grupo de baile, la amplificación plástica del movimiento propiciada por el agua, que saltaba y dibujaba en el aire las trayectorias de los giros y pasos, se convirtieron en la joya del evento.

Por lo demás, como siempre, Shakespeare tenía razón cuando copió de un refrán el título de su comedia: Much Ado About Nothing. Pues eso: mucho ruido y pocas nueces. Tal cual el engaño de la tan predicada “nueva normalidad”, que de nueva no tiene nada. Todo sigue, más o menos, igual. En Galicia, además, la mayoría absoluta, según el juego de la democracia, está contenta con lo que había. O parece estar contenta con la normalidad de esta última década capitaneada, en el gobierno autonómico, por el Partido Popular de Núñez Feijóo, el sucesor de Fraga Iribarne, quien, en tiempos de vacas gordas, creo esta Cidade da Cultura, donde La Fura nos ha mostrado su Nueva Normalidad. Todo en dimensión macro.

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