Velaí! Voici!

La mala educación

Todo el mundo sabe que sin educación es imposible crecer como personas y vivir en sociedad. Básico.

Todo el mundo sabe, igualmente, que la educación no solo radica en la transmisión de información útil para la capacitación profesional de las personas de cara al mercado laboral, instrumentalizándolas, sino en la formación humanista íntegra. Básico.

Todo el mundo sabe, de la misma manera, que la educación no consiste en el traslado objetivo de una información objetiva, sino que abarca fundamentalmente una(s) perspectiva(s) ideológica(s) y una(s) manera(s) de entender la vida, según unos valores y principios éticos, morales, filosóficos y, en consecuencia, políticos. No existe la neutralidad, todo el mundo lo sabe. Puede existir una cierta tendencia a la neutralidad, pero ésta es una mera entelequia. Básico también.

Quizás esa sea la causa de que, por ejemplo, en el Estado español, cada vez que cambia el partido político que está en EL PODER, inmediatamente, cambian las leyes de Educación, para ponerlas al servicio, de una manera más o menos evidente, de la ideología que ostenta ese partido que gobierna y de sus intereses.

La educación actúa en nuestras vidas por activa y por pasiva, de forma consciente e inconsciente (interiorizada), y afecta a nuestra manera de vivir (estilos de vida), a nuestras decisiones y manera de pensar. Nos condiciona.

Durante unos cuarenta años España estuvo sometida a una Dictadura, y a lo largo de esa época, que aún abarca un espectro temporal más amplio, se fraguó un tipo de valores y principios, una perspectiva, que se vehiculaba a través de la educación de muchas generaciones de españolas y españoles.

Mal que nos pese, a esa educación sucumbieron nuestros padres y abuelos, en su mayoría, salvando excepciones, claro está. Las excepciones fueron aquellas personas que, por razones diversas, sufrieron en sus propias carnes o en las de sus allegados los rigores de esa educación franquista e hicieron un ejercicio por rebelarse y contestarla.

Fue bajo la perspectiva de la educación franquista que se realizó la Carta Magna, la Constitución Española. Quienes la redactaron habían recibido aquella educación que actuaba en ellos de una manera más o menos consciente, porque, como hemos señalado, la educación forma parte de los que somos las personas, del SER. Y aquellos seres que redactaron la Constitución no podían estar libres totalmente de su educación, de lo que eran.

De la educación franquista heredamos también la monarquía y la democracia que tenemos, así como la mayoría de órganos e instituciones que nos gestionan y gobiernan, que nos educan (la Universidad tampoco está exenta).

De aquella educación franquista, en íntima relación con las doctrinas más ortodoxas de la Iglesia Católica, se pueden fácilmente deducir ciertos aspectos derivados: el patriarcado y la inferioridad de la mujer, que se traduce en mayores dificultades para su equiparación plena con el hombre en casi todos los ámbitos, resultando los más obvios su dificultad para acceder a puestos importantes de gestión (rectores de Universidades, presidentes de Comunidades Autónomas, jefes de grandes empresas, jerarquías eclesiásticas, etc.). El sexismo y la, consecuente, superioridad de lo masculino y lo viril, como valores importantes ligados al heterosexismo, que se traduce en un desprecio por la mujer y por todo lo que tenga que ver con lo femenino. De ahí deriva el machismo, la homofobia, reducir a la mujer a un mamífero y receptáculo para la procreación, etc.

¿Pero cómo se administra esa educación que hace énfasis, por ejemplo, en que lo normativo (lo normal) son las relaciones heterosexuales hombre – mujer? ¿Se explica así en la escuela, directamente? No, no hace falta que se explique, solo es necesario que en las ilustraciones y en las fotos de los libros de texto aparezcan un hombre y una mujer como pareja, igual que en los cuentos de princesas que son salvadas por príncipes azules, etc. También cuando vestimos al niño de azul o de colores oscuros, asociados a lo masculino, y a la niña de rosa y colores chillones, como si fuese una flor (futura mujer florero, mujer objeto). Más tópicos reduccionistas que están a la orden del día: al niño le regalamos un coche de juguete o un mecano para que construya, a la niña le regalamos muñecas y cocinitas. Esto sigue pasando.

Entonces, cuando el niño o la niña crecen y descubren que son homosexuales, se produce un choque respecto a la educación administrada e interiorizada, se sienten ANORMALES, y al ser diferentes son señalados y burlados por sus compañeras/os de clase, que también han estado condicionados para saber y ser «normales», o sea: heterosexuales.

Esa educación no solo ha generado conflictos personales y psicológicos en las chicas y los chicos homosexuales, sino que ha resultado una incitación al desprecio y al odio, una segregación. Detrás de las condenas de los obispos a aceptar que una pareja homosexual pueda tener los mismos derechos que una heterosexual, por ejemplo en la adopción y en tener hijos, se alienta una discriminación que puede incentivar el odio y, en ciertos extremos, la violencia hacia esas personas disminuidas en sus derechos frente a la mayoría. Del mismo modo actúa la inferioridad de la mujer respecto al hombre, según la educación patriarcal, o la xenofobia, en un caso y en el otro se esconde, más o menos, una apología de la violencia contra las mujeres o contra los extranjeros.

Si el terreno de la sexualidad y la afectividad es importantísimo en la persona, no lo es menos sus circunstancias culturales. Durante muchísimos años, por ejemplo, la educación franquista inoculó un desprecio por la lengua propia de Galicia, por la lengua gallega. No es un cuento, es un hecho histórico: fue prohibida y marginada. «No sea usted bárbaro, hable la lengua del imperio» es un eslogan del franquismo que perpetúa una voluntad unionista y homogeneizadora sobre la diversidad cultural y nacional del estado (que ya viene de los Reyes CATÓLICOS). El furibundo nacionalismo español, a través de una educación que pasó muchas décadas prohibiendo el gallego, después, en democracia y con el estado de las autonomías, solo le permitió un pequeño respiro, para mantenerlo como a un enfermo terminal. La educación, en connivencia con LA MAYORÍA de los medios de comunicación, contribuyeron y contribuyen a perpetuar esta fractura y esta marginalidad de una lengua que, si existe, es por unas razones de adaptación natural y cultural a un ecosistema determinado que necesita de unas palabras, unas expresiones y una música que le son propias.

Recientemente, Alberto Ruiz Gallardón, el ahora Exministro de Justicia del gobierno presidido por Mariano Rajoy, declaraba, respecto a la polémica aprobación de la ley sobre el aborto que: «Hay que respetar la opinión de las minorías pero ACATAR LA VOLUNTAD DE LA MAYORÍA» (las mayúsculas son mías). Esta es la máxima de un gobierno dentro de las reglas del juego democrático, compuestas por seres formados en aquella educación franquista.

Esas reglas nos dictan que la mayoría absoluta constitucional está legitimada para imponer su voluntad sobre las minorías, después de escuchar su opinión, porque hay que ser políticamente correctos.

La opinión de las minorías se escucha, cuando se escucha y se interpreta, como se interpreta la de la mayoría, por parte de sus representantes. ¿Pero en qué consiste el respeto a esa opinión de las minorías? ¿Consiste simplemente en escuchar como quien escucha llover?

ACATAR LA VOLUNTAD DE LA MAYORÍA es una frase fantástica porque «VOLUNTAD» es lo que la mayoría QUIERE, la voluntad es EL PODER y en eso consiste el juego. Se trata de un juego de roles entre poderosos y desposeídos o sometidos, entre superiores e inferiores. Esto es lo que, en realidad, esconde la frase: perpetuar una casta de poderosos y sus privilegios.

Además, en la citada frase, políticamente correcta, del ministro, se esconde una curiosa trampa y es que esa voluntad mayoritaria a la que hace alusión viene condicionada, en general, por una educación y, en particular, en el caso del aborto, manipulada por la minoría de los obispos y sus dogmas católicos. Velahí una manera torticera de imponer a la totalidad unas circunstancias dictadas por una minoría (la de los obispos) e inoculada en una mayoría mediante la máquina de la educación y de la democracia por ella condicionada.

Es bien curioso y, a la vez paradójico, que las religiones siempre acaban engendrando odio e, incluso, guerras. Todo el mundo sabe que en Rusia, la presión religiosa, inoculada en la educación y, por supuesto en la política, está generando una grave ola de atentados contra los derechos humanos básicos, concretamente contra las personas homosexuales que son criminalizadas y severamente castigadas. También contra las feministas que luchan por la libertad de la mujer: véase el caso del grupo punk rock de las PUSSY RIOT.

Es curioso observar lo importante que es para los estados y para las religiones controlar la educación y la vida afectiva y sexual de las personas. No quieren seres humanos emancipados, críticos y libres. Necesitan gente que puedan manipular y controlar a su antojo, según sus intereses que, paradójicamente, son los de una minoría privilegiada de poderosos (aunque nos lo vendan y nos lo inculquen mediante la educación y otros medios a su arbitrio, como LA VOLUNTAD DE LA MAYORÍA).

Por otra parte, todo el mundo sabe y participa en la nueva religión que ensalza como valor máximo el dinero. Estudiar una carrera que tenga salidas profesionales para ganar dinero. NO estudiar una carrera para formarse y después ofrecer algo a la sociedad. Instrumentalizar las carreras universitarias al servicio de las empresas. Utilizar los gobiernos al servicio de los intereses de las multinacionales. Generar eslabones para la cadena capitalista. Preparar una educación que nos haga útiles y separar así útiles de inútiles y a estos últimos concederles nuestra conmiseración y nuestras limosnas. Y a los útiles ofrecerles, como premio, un puesto en el engranaje de la máquina productiva del consumo.

En este punto me gustaría citar un fragmento de una entrevista al filósofo italiano Giorgio Agamben, amigo de Pasolini y de Heidegger: «Para comprender lo que está sucediendo, hay que interpretar al pié de la letra la idea de Walter Benjamin según la cual el capitalismo es ciertamente una religión, es la más feroz, implacable e irracional religión que haya existido jamás porque no conoce ni tregua ni redención. En su nombre se celebra un culto permanente cuya liturgia es el trabajo y su objeto el dinero. Dios no ha muerto, se ha convertido en dinero. La Banca con sus grises funcionarios y sus expertos – ha ocupado el lugar de la iglesia y de sus curas y gobernando el crédito (incluso los créditos estatales, que han abdicado fácilmente su soberanía) manipula y administra la fe – la escasa e incierta fe – que aún le queda a nuestro tiempo. Por otra parte que el capitalismo sea hoy en día una religión, nada lo muestra mejor que el título aparecido en un gran diario nacional hace pocos días: «salvar al Euro a cualquier precio». Ya «salvar» es un concepto religioso pero ¿qué significa «a cualquier precio»? ¿Aún al costo de sacrificar vidas humanas? Solo en una perspectiva religiosa (o mejor dicho seudoreligiosa) se pueden hacer afirmaciones tan paletamente absurdas e inhumanas.»

En el área de las artes escénicas, la educación franquista también ha supuesto una fractura generacional en la aceptación de la evolución y progreso de los lenguajes escénicos y la dramaturgia performativa posdramática. En general, ha costado y sigue costando que programadoras y programadores, teatrólogas y teatrólogos, y otros politólogos del teatro aceptasen las dramaturgias de Angélica Liddell, de Rodrigo García o de Ana Vallés, por citar solo unos pocos ejemplos bien significativos. La polémica y los chascarrillos a cerca de las poéticas teatrales posdramáticas coinciden con un rechazo por los géneros afincados en la elocuencia del cuerpo, la plástica, etc., por considerar que la palabra debe ser el eje vertebrador hegemónico de la acción dramática. Una educación logocéntrica que nos ha enseñado a reprimir nuestros impulsos y a poner orden en el caos de la vida con el auspicio de la lógica causal que sirve de base a la construcción de historias. La palabra tapa las vergüenzas del cuerpo y sus impulsos. Las historias nos entretienen y legitiman dentro y fuera de los escenarios.

Así todo espectáculo teatral que no someta su acción escénica al imperio de una historia, con unos personajes, será despreciada o calificada como: «eso consiste en un tipo que sale al escenario a contar fragmentos de su vida y otras ocurrencias mientras se come un bocadillo».

Y es que hasta el gusto (la estética) se educa: no vemos lo que tenemos delante sino lo que estamos preparadas/os para ver. La educación, según la época y el lugar puede ser… más conservadora y retrógrada que progresista. ¿Educación retrógrada? ¡Ummm… parece una contraditio in terminis!

Siento mucho haber escrito este artículo lleno de tópicos y obviedades, no lo digo por generar una captatio benevolentiae, sino porque creo que es literalmente así. PERO, desgraciadamente, la actualidad no cesa de demostrar que estas evidencias y estos tópicos son moneda de cambio. Por tanto, es necesario DENUNCIARLO e invitar a la desobediencia civil, a la rebelión individual, a la micropolítica disidente respecto a este sistema corrupto y expandido.

El teatro es un arte humanista y puede hacer propuestas que nos sirvan para abrir nuevos caminos, como señalaba el dramaturgo GERARD VÀZQUEZ en su discurso «Teatre en la crisi: de l’orfandat al teatre de proposicions», leído en los actos del XXXVIII Premi Born 2013 de Ciutadella de Menorca.

El teatro puede presentarnos propuestas a través de la representación de historias con personajes y una intriga, o dentro de las poéticas performativas posdramáticas, sin necesidad de recurrir a una historia ficcional imaginaria, a través de la «performance» y la heterogeneidad de las acciones escénicas de diverso signo. Velahí, por ejemplo, el sabotaje a la multinacional del fast-food, en «La historia de Ronald, el payaso de MacDonalds», o a la multinacional del mueble, en «Compré una pala en IKEA para cavar mi tumba», ambos de Rodrigo García.

¿Existe una mala educación y una buena educación? En términos absolutos es algo difícil de calibrar, no obstante si que podemos señalar que una buena educación es aquella que no cultiva el miedo a través de prohibiciones, ni incentiva la segregación y el odio a través de desigualdades básicas o de falta de respeto a las diferencias. Una buena educación estimulará el crecimiento, la libertad y la emancipación de las personas a través de valores y principios antidogmáticos, a través de la práctica del análisis y la reflexión de la realidad, los conflictos y los comportamientos, a través de la lectura y las artes. Ahí el teatro tiene muchísimo que HACER.

Afonso Becerra de Becerreá.

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