Negro & negro

La Maldita Vanidad

La Maldita Vanidad Teatro es un laboratorio de artistas que está aportando nuevos conceptos y nuevas formas de entender el hecho teatral dentro del panorama actual del teatro en Colombia. Basan sus trabajos en historias y situaciones cotidianas, extraídas de nuestras propias vidas, del entorno cercano o de los convencionalismos sociales, independientemente de la condición de sus protagonistas. El eje trasversal de sus propuestas se encajan en espacios no convencionales y en la utilización de otros lenguajes escénicos. Trabajan en espacios reales: una sala, una cocina, el jardín de una casa solariega… manteniendo un equilibrio mágico entre realismo y no convencionalidad teatral.

Tuve la oportunidad de disfrutar hace un año del espectáculo En Morir de Amor, en el salón de una casa donde se reúne la familia para despedir a un joven muerto en circunstancias no excesivamente claras. El traumatismo de la perdida, la incomprensión de lo sucedido y la falta de porqués colocan a los personajes en situaciones límites de incomunicación, germen para que salgan a la superficie cantidad de sentimientos subyacentes tapados por la convención familiar que la muerte consigue salgan a flote: rencores, incomprensiones, filias y fobias todas en una coctelera muy muy cargada de «intensidad» dramática. Magnífico espectáculo que forma parte de una trilogía junto a Paisaje Fracturado, donde dos hombres unidos por un pasado mantienen un encuentro, varios años después, en el que afloran sus más íntimos pensamientos, percepciones y sentimientos.

La trilogía se completa con el espectáculo al que tuve la fortuna de acudir titulado Matando el Tiempo Primer Acto Inevitable. La historia se desarrolla en el jardín de una casona perteneciente a una familia de clase alta.

En Matando el Tiempo Primer Acto Inevitable: nacer la compañía habla de muchas cosas pero su eje dramático es el poder, el abuso de poder y la ambición desmesurada. Una familia de clase alta con aspiración a «controlar» un país. Habla de la concentración de poder en unas pocas familias convirtiéndolas en dueñas de una nación. Pero habla también de las dinámicas de poder generadas en el ámbito familiar, entre los miembros del clan: machismo exacerbado, niveles de desinformación, clasismo, sumisión…

El hijo mayor, jefe del clan, caduco y decadente. No sabe lo que hace, ha caído en una espiral loca de «éxito», falta de ética y bañada con alcohol. Intenta mantener el control de la situación, ejerce una violencia desmedida hacia su mujer y sobre aquellos que considera le pueden importunar. Sin darse cuenta que precisamente en los que el confía son los que están esperando la oportunidad para desbancarle de su posición. El segundo hijo, cuan joven león, espera su oportunidad para hacerse con la manada, arpía, manipulador, maquiavélico es realmente quien maneja los hilos y tiene el control. Un tercer hijo se siente desplazado, consciente de su falta de oportunidad. Sabedor del peligro que corre en un contexto en el que uno de los socios ya ha pagado con creces las culpas de los demás. Desaparecido, acaso encarcelado deja a su mujer embarazada que se convertirá en la protagonista desgraciada del eje dramático por mantener una postura crítica con el entorno. La matriarca al uso, desea una paz ficticia, una imagen ideal como el aire que respira pero sin desviarse ni un ápice del principio fundamental de la Familia. Pongo la mirada en la criada, muda, invisible, es la única que consciente del horror y la decrepitud intenta sobrevivir y mantener un sutil criterio ético. Víctima de la locura generalizada, y de los abusos de clase que tiene que soportar, amenazada con el despido y abrumada por órdenes contradictorias, órdenes de las que a ella harán responsabilizarse. Es la única que en un momento clave mantendrá una postura humana. Y termino con el nieto, formado en Londres, muy preparado, termina entendiendo que él deberá continuar con la «empresa» familiar desde una mayor preparación y desde una mayor astucia. Durante esta celebración familiar ha pasado de todo, aunque la actitud es que realmente parezca que no ha pasado nada, que ha sido un momento familiar, un encuentro entrañable con final «feliz». Mientras han ido quedando varios cadáveres por el camino.

Visón cruda de las relaciones humanas, sin disimular, afrontadas directamente con contundencia. Recreadas en espacios cotidianos que a modo de espejo permite al espectador verse reflejado con una nitidez que llega a doler. Jorge Hugo Marín, autor y director del montaje, por su juventud, presenta una trilogía apasionante y promete un futuro inquietante. Sigamos a La Maldita Vanidad, un valor en alza en el teatro colombiano con vocación universal.

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