Mirada de Zebra

La sonrisa que gobierna el mundo

Ahí la tienen. Mientras el personaje mira a la cámara con las cejas arqueadas y los ojos rasgados dejando apenas sitio a las pupilas, bajo esa humilde nariz que intenta pasar desapercibida, aparecen resplandecientes, entre unos labios que se abren generosamente, una doble hilera de dientes blanquísimos. Es un gesto aparentemente nimio pero que pretende, a golpe de flash, mostrar simultáneamente confianza, cercanía, humanidad, sentido de la responsabilidad y capacidad de mando. Ni más ni menos. Diseñar la sonrisa de la persona que gobierna el mundo no debe de ser tarea fácil. Pero por lo visto un grupo de personas, asesores de imagen metidos a ingenieros de la emoción, se ha dedicado afanosamente a ello y el resultado ya está al alcance de todos: en las más de 130 fotografías en las que Barack Obama posó en la recepción del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York, muestra la misma sonrisa. Exactamente la misma sonrisa: el ángulo de inclinación de la cabeza, la distancia de apertura de la boca, la tonicidad de los mofletes, las arrugas en forma de paréntesis que unen nariz y comisuras… Todo está milimétricamente igual en el semblante del presidente de los Estados Unidos en cada una de las fotografías. «¡Eso es el photoshop!», dirán algunos. Pues no. No hay retoques digitales en las instantáneas. El fotógrafo responsable, un tal Eric Spiegelman, asegura que las imágenes no tienen trampa ni cartón, que son naturales (todo lo natural que puede ser repetir la misma sonrisa más de un centenar de veces, claro). Sabido lo cual, la lustrosa sonrisa pierde la esencia de toda sonrisa verdadera que es la espontaneidad, por lo que las fotografías logran justo lo contrario de lo que los asesores de imagen planearon.

La asombrosa mecánica de Obama para reproducir con tal precisión una sonrisa estudiadísima, nos conduce al tema de las emociones y a cómo éstas se expresan en el ser humano, cuestión que cada día capta mayor interés. Y es que durante mucho tiempo, en un mundo cada vez más individualista y consumista, la lógica y la razón han prevalecido sobre las emociones, cubriéndolas con el velo de las buenas formas y la correcta educación. Sin embargo, tal vez porque el exceso de individualismo fácilmente se convierte en soledad mal llevada y el consumismo tiene como inevitable efecto secundario la deshumanización, en la actualidad hay una creciente necesidad por redescubrir el campo de las emociones.

Los científicos así lo han entendido y en los últimos tiempos han realizado multitud de estudios al respecto. De todos ellos se extrae una jugosa conclusión: las emociones básicas son definitivamente universales. Hasta hace no muchos años gran parte de la comunidad científica no lo creía así, pues se pensaba que las emociones tenían un importante componente cultural, de manera que cada emoción se expresaba de una forma particular en función de la cultura a la que se pertenece. Hoy sabemos que eso no es cierto: el miedo o la alegría adquieren una expresión facial similar en un mendigo de San Petersburgo o en un magnate de Dubai.

Su carácter universal convierte a la emoción en una herramienta necesaria para todo aquel que desea comunicar y transmitir un mensaje. Así, muchos estudiosos de la emoción no sólo publican artículos en revistas científicas que pocos leen, sino que asesoran a los dibujantes de películas de animación, a ciertos actores y también a los políticos, tan necesitados como están estos últimos de que creamos en todo lo que dicen y hacen.

La universalidad de las emociones tiene apariencia de novedad, pero es algo que aparece en el Natyasastra, el antiguo libro hindú sobre artes escénicas, escrito hace ya unos dos milenios. Nuevamente nos encontramos una paradoja que nos visita con frecuencia: a veces se avanza más yendo hacia atrás. En el libro que recoge las claves del oficio escénico según la tradición hindú, se definen nueve emociones llamadas «rasas» y definidas como universales (alegría, tristeza, ira, insolencia, disgusto, sorpresa, miedo, tranquilidad, valentía). Los actores de tradición, como en el Kathakali, entrenan con la dedicación de un atleta los músculos de su cara para expresar ese abanico emocional. Y no sólo eso, con el tiempo, gracias a su dominio muscular son capaces de saltar de una emoción a otra de forma completamente creíble y con una rapidez prodigiosa.

Pero no hay que ir tan lejos en el espacio y en el tiempo para demostrar la universalidad de las emociones. Cualquier actor o actriz curtida en el oficio lo ha experimentado en sus carnes. Los artistas de la escena saben sobradamente que encarnar y transmitir las emociones con humanidad es el camino más corto para llegar a todo tipo de espectador. Precisamente a los grandes actores y actrices se les distingue, entre otras cosas, por ser capaces de incorporar con absoluta credibilidad toda la gama emocional del ser humano, con todos sus matices. A los diletantes que torpemente lo intentan, enseguida se les ve el truco, su artificio se vuelve evidente y acaban generando lo contrario que pretenden, ¿no crees, Barack?

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