Y no es coña

La tribu

Acaba de empezar dFERIA en Donostia y el domingo a la noche mientras recibíamos noticias de las elecciones italianas, celebrábamos o resistíamos con mejor o peor cara los resultados de la Liga de fútbol, hubo un primer encuentro, especialmente con los invitados llegados de Iberoamérica. Una cena informal, y los que hemos sido durante décadas fijos del circuito y ahora por cuestiones de salud andamos intermitentes, se nos amontonaban las sensaciones y hasta las emociones. Yo sentí, de una manera muy tangible, pertenecer a una tribu a la que volvía para celebrar un ritual de reconocimiento.

Una tribu que crece irregularmente, que mantiene algunos de los viejos manitús esparcidos por toda la amplia geografía iberoamericana en plena vigencia de poder o influencia y que uno acaba por reconocer sin ambages pertenecer a la misma, ahora lo digo en alto, por convencimiento, por necesidad, por ser donde he podido ir formándome, con mis disgustos, aproximaciones y distancias, pero que conforman mi círculo profesional más cercano y en muchos casos, una parte de mi círculo de amistades, de amores, sueños y proyectos, llevados a buen puerto o abortados.

Este es el cuadro sentimental que puedo bocetar desde la Concha donostiarra, pero de repente me llegan otras maneras de bailar este tango, metido en harina de otro matiz. ¿Existe igualdad en este mundo? Pues no, el porcentaje de hombres y mujeres está muy desequilibrado, estamos todavía en la fase de transición de un modelo a otro, aunque no está mal reconocer que dos de los festivales más importantes, Santiago a Mil y FIT de Bogotá, han estado dirigidos, hasta hoy por mujeres. Existen directoras, existen mujeres al frente de instituciones importantes en los diferentes países, pero en general, huelen a loción para después del afeitado las reuniones. E insisto, se van incorporando mujeres en lugares estratégicos, hay mujeres con una cuota de poder cultural importante, pero siendo un territorio muy abierto, seguimos en esos déficits.

La foto de la larga mesa de ayer noche, me provoca una pregunta tosca: ¿cuántos millones de dólares o euros manejaban todos los allí sentados? Y la verdad es que sumando y sumando, uno llega a la conclusión de que gran parte de la exhibición de las clases medias y medias altas de la producción teatral no estrictamente mercantil del mundo iberoamericano se puede rastrear estos días por las salas y teatros de Donostia. Y añadamos ya a los cientos de profesionales estatales y vascos que se incorporarán a partir de hoy lunes 5 de marzo. Entonces podemos estar acercándonos a un porcentaje muy alto de lo que distribuye en el Estado en las salas y teatros públicos y asimilados.

Es decir que estas ferias, –esta dFERIA tiene otras connotaciones y otras proyecciones que además se están intentando implementar en estos días–, son necesarias. Preguntó un director de festival hispano, ¿qué diferencia hay entre una feria y un festival? Respondió un escéptico: “que en las ferias, a las compañías se les paga la mitad y en los festivales el caché entero”. Apostilló un sabio y equilibrado organizador: “una feria se hace para los profesionales, con alguna obra para el público y los festivales son para el público.”

Es la mejor manera de entender las diferencias. En una feria se pueden llegar a ver hasta nueve espectáculos en una jornada, además de otras convocatorias. En un festival una o dos. En alguna circunstancia tres. Los festivales invitan a programadores algunos días para que se produzca el conocimiento, la coyunda, las posibilidades de contratación. En las ferias está todo pensado para que esas docenas de programadores puedan ir perfilando su programación anual y los públicos acuden a una o dos obras en los teatros más habituales de programación. Y en los horarios lógicos.

Es decir que mi tribu parece que hasta funciona, que no es un club exclusivista y sectario, sino un conjunto de seres humanos que aman en diferentes intensidades y grados a las artes escénicas. Además, algunos nos conocemos desde que íbamos en pantalones teatrales cortos. Y eso que están por llegar los imprescindibles, los artistas. Sin ellos y ellas, esto no tiene ningún sentido.

 

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