Críticas de espectáculos

La vida es sueño/Calderón/Helena Pimenta

Un magnífico Calderón

 

La vida es sueño pertenece a las comedias filosóficas de Calderón, en las que el elemento ideológico cobra una importancia decisiva. La estructura dramática descansa en la tensión antinómica entre premeditación y libre albedrio, civilización e ignorancia, venganza y perdón, contrapunto al tema fundamental de la humana dificultad de separar ensoñación y realidad vigil. Además la riqueza formal, la extraordinaria profundidad, la complejidad de sus personajes y sus intensos conflictos hacen de esta obra la cumbre de su autor y tal vez de todo el teatro barroco europeo.

La versión es fiel, limpia y concisa y el verso llega al espectador comprensible, pero con su belleza original porque Juan Mayorga se ha enfrentado al texto con profundo respeto pero con el pulso seguro de quien ha escrito otras extraordinarias versiones (Rey Lear, Fedra). Ha condensado el texto con gran precisión dando mayor relieve a su potencial crítico al resaltar un tema siempre actual: la manipulación que un ser humano puede ejercer sobre los demás, decidiendo su vida. Ha suprimido los versos que niegan la legitimidad de la revuelta contra el rey y también el castigo que impone Segismundo al soldado que instiga su rebelión convencido de que Calderón quiso «escribir una obra útil a la monarquía de su tiempo».

Con este título Helena Pimenta estrena su primera dirección al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y nos ofrece un espectáculo redondo. Muchas veces hemos visto esta obra en las tablas, pero nunca representada de manera tan magistral. Luminotecnia, coreografía, escenografía y música contribuyen a la perfección del espectáculo. El escenario único y sencillo sirve de palacio real, de torre-cárcel y también de calle, como en la escena donde se representa la revuelta a través de una puerta iluminada tras la que se ve un entrecruzarse de espadas. En el mismo espacio se resuelve eficazmente el despertar de Segismundo entre un cortinaje azulado de tules, alrededor del cual los personajes se mueven acompasados, representando logradamente esa rara tierra de nadie entre la vigilia y el sueño. A la derecha cuatro músicos, siempre presentes, acompañan con instrumentos de época y la acertada selección musical de Ignacio García toda la función. Todo ello realzado por una impecable iluminación de Juan Gómez Cornejo y el oscuro y sobrio vestuario de Alejandro Andújar y Carmen Mancebo.

Todo el reparto, totalmente entregado, contribuye al éxito de este montaje. Faltan las palabras para describir la emocionante interpretación de Blanca Portillo. En ningún momento produce extrañeza que su personaje sea masculino: el corte de pelo, el atuendo, hacen de ella un ser asexuado, el ser humano con sus incertidumbres y sus interrogantes.de quien nos habla Calderón. Sus monólogos, desde el primero dicho con rabioso dolor -«un volcán, un Etna hecho, | quisiera sacar del pecho | pedazos del corazón»- entusiasman al público que estalla en aplausos. Su voz siempre mesurada, sus facciones, su gesto, nos trasmiten todo el dolor y la fragilidad del ser humano, la dificultad de discernir entre la verdad y la ilusión, la vigilia y el sueño y, al final, el esfuerzo para escoger el perdón frente a la venganza y la renuncia al amor y al poder: «Pues que ya vencer aguarda | mi valor grandes vitorias, | hoy ha de ser la más alta: | vencerme a mí…».

Marta Poveda es una Rosaura tierna y decidida a vengar su honor de mujer ofendida y burlada. Muy intensos los encuentros con su padre, un Clotaldo humano y atribulado que encarna con emoción Fernando Sansegundo. La habilidad de la joven en descubrir los engaños de Astolfo (Rafa Castejón) emerge en la graciosa escena del retrato, donde comparte protagonismo con Pepa Pedroche, que borda una Estrella representada con toques de bruja. Joaquín Notario es un imponente Basilio, lleno de contradicciones, siendo un príncipe cristiano que cree en los malos agüeros. David Lorente es un Clarín con don de arrancar las risas.

Helena Pimenta mantiene alta la tensión durante toda la función, atenta al mínimo detalle, resolviendo con imaginación y habilidad los conflictos, las escenas íntimas y de conjunto. El espectáculo va in crescendo y hace reflexionar sobre las diferentes ambivalencias de la vida. Los espectadores siguen la función en concentrado silencio y, al final, expresan en pie todo su entusiasmo, aplaudiendo repetidamente.

Magda Ruggeri Marchetti

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