Críticas de espectáculos

Las amazonas / Von Kleist / Magüi Mira / 64 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Las Amazonas, confusas y simplonas

Pentación Espectáculos (empresa del director del Festival Jesús Cimarro) ha estrenado “Las amazonas”, segunda producción este año de la compañía –séptima de la 64 edición del Festival-, texto y montaje de Magüi Mira, veterana actriz y directora de varios espectáculos representados en el Teatro Romano (el último fue “César y Cleopatra” en 2015, una versión hibrida de su pareja Emilio Hernández, con una puesta en escena facilona, convencional y visualmente encogida en el majestuoso marco romano).

Las amazonas”, de Mira, está basada en el visionario, utopista y volcánico melodrama romántico “Pentesilea” (1806). Una obra del alemán Heinrich von Kleist  que somete a un duelo terrible a sus protagonistas, Aquiles y la reina de las amazonas Pentesilea, a una lucha de sexo y muerte en la que el héroe de la Guerra de Troya acaba, contrariamente a la narración habitual, vencido. Una obra que en su tiempo no quiso montar Goethe por considerarla “una extraña mezcla de aciertos y disparates”, tal vez por la exaltación de los sentimientos irracionales y su lenguaje vehemente -donde puso lo más íntimo de sí- y porque la Grecia del romántico Kleist carece de lo que era la noble sencillez y serena grandeza o del inspirador heroísmo que construyeran los poetas y pensadores germánicos coetáneos. Una obra que, sin embargo, el gran director Peter Stein -con el ojo puesto en las advertencias de Goethe– en una libérrima versión, suprimiendo largas tiradas de texto en las que se narran combates, la montó espectacularmente -en 2002- en el Anfiteatro emeritense (no quiso hacerla en el Teatro Romano pues le quedaba pequeño), resultando una impresionante “Pentesilea” (en la que destacó la escenográfica cumbre de un monte tupido de flores rojas), que tuvo como actriz protagonista a su esposa, Maddalena Crippa, que le había sugerido dirigir la obra para el teatro griego de Epidauro.

La versión de Mira, constituye una confusa y simplona síntesis del texto que se ajusta mucho al contenido de Kleist en el drama de la pasión erótica que lleva a los extremos la problemática subjetivista y la anarquía de los sentimientos. Así, escenifica el amor que surge desde el primer encuentro de los dos personajes en el campo de batalla, presionados y fuertemente condicionados por el sinfín de intereses materiales, estratégicos, bélicos, de poder e, incluso, religiosos -razones de estado, como diríamos hoy-. No veo ninguna profundidad en el tema de lucha feminista que dice tener la propuesta. Si está en el hecho de mostrar a una mayoría de mujeres sobre el escenario y que los pocos hombres que participan aparecen como caricaturas ridículas, la cuestión no es más que una superficialidad oportunista de querer hacer ruido con pocas nueces. Creo que es muy difícil reorientar el anhelado tema de la igualdad de géneros en una historia de amor como el de Pentesilea, que viola la regla, que va al límite y de una manera destructiva.

La puesta en escena, goza esta vez de una buena utilización del Teatro Romano, donde en un ballet –que a veces resulta reiterativo- las amazonas llenan este escenario inmenso con carreras y gritos tribales. Pero en su conjunto no acaba de cuajar como propuesta artística capaz de desarrollar una acción dramática con veracidad y espeluzna armonía estética, al utilizar con poco sentido una mezcla de estilos que confunden. Lo mejor, la escenografía –una enorme roca que simboliza el espacio donde moran las amazonas-, el vestuario y la caracterización física de los personajes que aportan belleza (no creo que una imagen artística, un pecho desnudo, poderoso y libre, sea para que nadie se escandalice y censure). Y sobresale esa escena final de actuación de los amantes, con la inyección artificial de “sangre pura y roja» en sus cuerpos, que sobrecoge (aunque no escuchemos esa música de los espíritus que de por sí sería como una traslación del sonido al infinito). Lo peor, la dirección de actores (un estilo de interpretación de estos colocados de cara al público que viene usando Hernández en sus montajes) con un juego estético –de voces chillonas- falto de organicidad, incapaz de transmitir emociones. A los tres personajes masculinos –vestidos de guerreros con penachos- apenas les saca partido cómico. Y las canciones, pegadizas como si fueran himnos (“¡Victoria mujeres!”), son de un estilo chiquilicuatre.

En la interpretación, el elenco que está formado por conocidos actores televisivos que debutan en el espectáculo, como consecuencia de la mala dirección no destaca ninguno. Están condicionados y desaprovechados. La única que puedo decir que se salva es Loles León (la sacerdotisa), con capacidad para declamar y cantar.

El teatro llenó en el estreno. Pero hubo muchos invitados, eso se notó después en el catering del Peristilo. Tengo que decir que las entradas de los cinco espectáculos estaban vendidas con antelación (se hizo mucha publicidad de este espectáculo). Por lo que creo, a buen seguro, que los espectadores del “famoseo” patrio y avezados degustadores de productos industriales del teatro grecolatino sabrán apreciar el espectáculo y al final aplaudirán generosamente de pie (el público en este teatro sea buena o mala la obra siempre aplaude o no de pie, pues no hay quien aguante dos horas los asientos de piedra).

 José Manuel Villafaina

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