Sangrado semanal

Las calles de Sarajevo

Las calles de Sarajevo me miran desde la nevera de la cocina. Una postal de alguien que viaja solo. Se aventura a cruzar países fríos en trenes con nombre de película en cinemascope. Las calles de Sarajevo… Abrir paso a las intuiciones de la mente no siempre es tarea fácil. Hacer que afloren y transiten por las calles principales del cerebro no es cosa de cobardes. Convertirlas en interés tangible para absorberlas en forma de libro o práctica suele ser ya algo más sencillo, porque lo más complicado es colocarlas en el lado consciente del cerebro. Digerirlas en el intestino artístico y creativo y devolverlas al mundo con el propio sello es también tarea titánica. Pero, creo que lo más difícil es permitir que brote la semilla de un interés concreto y que ese brote, resquebraje la corteza que separa el inconsciente del consciente.

Aparentemente, pueda parecer que somos libres. Libres de pensar, crear, buscar lo que queramos, pero estamos llenos de límites y limitaciones, tanto dentro de nosotros mismos como en el mundo que nos rodea. Hace unos dos días, dos amigas que viven en Madrid, decidieron ir a correr al canal de Isabel Segunda. (Parece que es por allí por donde corre la gente últimamente.) El caso es que como eran nuevas, se fueron primero a comprar ropa adecuada para el asunto. Sorpresa se llevaron la una con la otra y viceversa, cuando se encontraron aquella mañana en el portal de una de ellas para descubrir que iba vestidas iguales: Malla negras y parte de arriba rosa. Aquella primera sorpresa se convirtió en mayúscula al llegar al canal y descubrir un ejército de barbies uniformadas con mallas negras y partes de arriba rosas. Seguro que mientras compraban sus ropas de deporte en aquella gran cadena, mis amigas creyeron estar eligiendo en libertad. Al menos entre dos colores.

¿Acaso los del arte creemos que libramos? ¿Nos creemos a salvo de las hordas y la masa que compra en las grandes superficies y consume series americanas con la voracidad de un obeso mórbido? ¿Entre cuántos están decidiendo qué debemos pensar artísticamente, a quién admirar, a quien despreciar? ¿A qué obras tenemos acceso y a cuáles no? En la última retrospectiva que la Alhóndiga de Bilbao ha dedicado a las Guerrilla Guirls, este colectivo nos recuerda que, en lo referente al mundo del arte, no estamos viendo ni la mitad del cuadro completo que dibuja la humanidad, porque en los museos y galerías del mundo falta la obra de las mujeres y de los artistas de color. Los comisarios se defienden de tal acusación esgrimiendo el manido argumento de la falta de calidad.

Aparentemente hay igualdad. Esta situación es precisamente la más peligrosa, porque las grandes diferencias son más sutiles que antes y hemos creado un perfecto mundo de plástico donde la capa primera, aquella que se ve, ofrece igualdad de condiciones a hombres y mujeres. Pero, ¿estamos seguros de que bajo esa aparente igualdad no hay toda una estructura cultural y de pensamiento que nos dice qué debemos pensar y cómo debemos crear y cuáles deben ser nuestros puntos de interés y cuáles no? Y sobre todo, ¿estamos seguros de que dicha estructura no nos está marcando a qué podemos aspirar como mujeres artistas y a qué no? Todo son semillas, bien plantadas en la cabeza. Estas no resquebrajan el muro que separa el inconsciente del consciente, porque están bien anidadas en la parte aceptada. Está tan aceptada que ni la cuestionamos. Forma parte de lo que creemos que somos. Creemos que somos libres, cuando, en realidad, estamos llenos de prejuicios sobre lo que es digno de nuestro interés o lo que no.

Desde aquí, animo a todas las mujeres a tener discurso propio. A atreverse. A no avergonzarse. Animo a todas las mujeres a tomar el tren y perderse por las calles de Sarajevo. (¡Ay Dios mío! ¿Qué acabo de decir? ¿Será peligroso? ¿¿¿¿Acaso necesiten acompañante masculino que las proteja de los posibles peligros????)

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