Críticas de espectáculos

Le Voci di dentro/Eduardo de Filippo/Piccolo Teatro de Milano

XXXI FESTIVAL DE OTOÑO A PRIMAVERA

 

Primacía de la palabra

Decir de Eduardo de Filippo (Nápoles, 1900 – Roma, 1984) que fue, junto con Giorgio Strehler y Carmelo Bene, una de las figuras más relevantes de los escenarios italianos del pasado siglo no es ninguna revelación. Hijo natural de uno de los más celebres autores, actores y directores napolitanos, Eduardo Scarpetta, y de una sastra teatral, Luisa de Filippo, su sobrina, a los cinco años Eduardo ya salía a escena con sus hermanos, Peppino y Titina, haciendo de pequeño japonés en La Geisha, una obra escrita por su padre. Así, criados en los bulliciosos escenarios napolitanos de su infancia, los de Filippo se irán repartiendo por los de toda Italia como si fueran una lluvia fina y que te cala. Como no podía ser de otra manera, los tres terminarán formando un grupo en 1931, «La compagnia del Teatro Umoristico I de Filippo», que a pesar de los frecuentes enfados y desavenencias fraternales les mantendrá reunidos hasta 1944, cuando lo abandona Peppino para seguir su propia carrera de actor y dramaturgo (Titina lo hará seis años más tarde por estrictas razones de salud). También por el camino, Eduardo se ha hecho autor y dejará al final de su vida hasta 62 comedias a sus espaldas, de las cuales habrá que resaltar como más recordadas las escritas justo cuando acaba la guerra: Napoli Milionaria (1945), Filumena Marturano (1946), Questi Fantasmi (1946), Le voci di dentro (1948) y ya un poco más tarde, L´arte de la commedia (1964). A partir de 1932, Eduardo se interesa también por el cine (In campagna é caduta una stella, rodada en 1939, será su primer film como director) y lleva a la gran pantalla muchas de sus comedias teatrales de éxito como son Napoli milionaria (1950), Filumena Marturano (1951) o Spara forte, più forte, non capisco (1966, una versión cinematográfica de Le voci di dentro). Amigo y colaborador de Vittorio de Sica, participará como actor y guionista en muchos de los grandes éxitos de éste como L´oro di Napoli (1954), Ieri, Oggi e Domani (1963) o Matrimonio all´italiana (1964, un «remake» de su propia Filumena Marturano de 1951). Tampoco descuidó llevar su obra a la televisión y, a partir de 1955, comenzó a realizar versiones televisivas de sus comedias más conocidas, acrecentando de este modo la ya enorme popularidad de la que gozaba en los hogares italianos.

Tal vez habría que preguntarse hasta qué punto la inmensa notoriedad pública que llegó a adquirir Eduardo de Filippo en su país (fue nombrado senador vitalicio en 1981), el hecho de que trabajara con éxito en el cine con otros afamados cómicos italianos de su misma vena popular como Paolo Stoppa, Alberto Sordi, Totò o sus propios hermanos Peppino y Titina, o el que participara en películas de tanta repercusión comercial como las dirigidas por Vittorio de Sica con estrellas tan rutilantes como Marcello Mastroianni, Silvana Mangano, Gina Lollobrigida o Sofía Loren no contribuyeron, sobre todo en el extranjero, a subestimar su labor como dramaturgo. Y es que, para hacerse una idea de la relevancia de su aportación a la escritura teatral, conviene remontarse a los orígenes de lo que se ha dado en llamar la «commedia napoletana», un género prácticamente autóctono que empieza a desarrollarse en tan fascinante metrópoli mediterránea a finales del siglo XVI y principios del XVII, cuando aún pertenecía al reino de Aragón. El emblema de dicha comedia es el personaje de Pulcinella, una máscara de la «commedia dell´arte» semejante a la de Arlecchino, pero plenamente adaptada a la meridional idiosincrasia y descomunal picaresca de la ciudad de Nápoles, además de hablar su dialecto con igual desparpajo con el que Arlequín usa el suyo en el Véneto. El padre de los de Filippo, Eduardo Scarpetta, trabajó desde los quince años con Antonio Petito, el último gran intérprete de Pulcinella y, a la muerte de éste, abandonó la máscara para convertir el personaje en un trasunto del pequeño burgués napolitano, con todas sus obsesiones y manías adaptadas a los nuevos tiempos pero sin perder por ello ni el sentido de la farsa ni su carácter burlesco. De ahí partirá Eduardo de Filippo para, suavizando la burla, crear esa colección de tipos suyos que se nos aparecen tan cercanos y pegados a la realidad, generalmente desamparados y modestos, un tanto estrambóticos en ocasiones y siempre acechados por la ruina y por la autoridad pero, eso sí, dotados como está Pulcinella del suficiente ingenio y mala baba como para sortear la desgracia y terminar por arreglárselas.

Además de haber ganado el Premio Europeo al Mejor Actor en 2008 y 2013 y encabezar el reparto de La grande bellezza, merecedora este año del Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Toni Servillo, protagonista de Le voci di dentro y pieza fundamental de esa poderosa maquinaria teatral que forman el Piccolo Teatro di Milano – Teatro d´Europa, Teatro di Roma y Teatri Uniti di Napoli, es napolitano. En su brillante y emotiva intervención para presentar dicha obra en el Festival de Otoño a Primavera, Servillo rememoraba de una forma muy gráfica aquellas versiones televisivas de los dramas de Eduardo de Filippo que solían ponerse en Navidad y que él presenció en casa de sus padres cuando era un chaval. Toda la familia se reunía ante el televisor con los niños sentados en primera fila en el suelo. Y cuando, a la mitad de la función, Toni miraba para atrás y veía allí absortos a sus padres, abuelos, tíos y primos, iba reconociendo en su fisionomía a cada uno de los personajes que aparecían en la pantalla. Fue entonces, en aquellas sesiones de televisión familiar cuando, fascinado por el poder del teatro para restituir la verdad, se prometió a sí mismo hacerse actor.

La gestación de Le voci di dentro, escrita en 1948, fue de todo menos sosegada. Una grave indisposición de Titina llevó a interrumpir las funciones de la comedia La grande magia que ambos hermanos estaban dando en el Teatro Nuovo de Milán. El contrato firmado con el empresario del teatro obliga a Eduardo a escribir una nueva comedia de inmediato, de modo que el autor se pone a trabajar febrilmente y termina la obra en siete días («La habitación del Hotel Continental, junto a la Scala – dice de Filippo – se convirtió en un campo de batalla: hojas desperdigadas por todas partes, incluso debajo de la cama y en el cuarto de baño. Apenas terminada una escena, la secretaria de la compañía la llevaba a una copistería vecina y después me la traía para darle los últimos retoques»). Eso hace de la obra una de las comedias más apresuradas del autor y consecuentemente la convierte, como dice Servillo, en una de las más abiertas a la interpretación. También en una de las más pesimistas y desesperadas de toda la producción de de Filippo, en cuanto los traumas y penurias de la posguerra se hacen presentes en escena tanto por lo extravagante de su trama como por la conducta, más bien insólita, de sus personajes.

Tanto Alberto Saporito como su hermano Carlo y el tío Nicola viven miserablemente en una estancia de un antiguo palacio napolitano reconvertido en casa de alquiler. Su oficio de organizadores de fiestas populares no da para más. Máxime cuando el tío se ha retirado del mundanal ruido y se aloja en una especie de palafito en un rincón de la habitación. Su relación con los sobrinos se limita a la detonación de petardos y la quema de fuegos de artificio. En el piso de arriba viven los Cimmaruta, una familia numerosa compuesta por Pasquale, Matilde, su mujer, Luigi y Elvira, sus dos hijos, la tía Rosa, hermana de Matilde, y una doméstica un pelín histérica, María. Michele, portero del destartalado palacio, completa el cuadro y hace de mensajero como Hermes. El cabeza de familia está en el paro y si se come en casa es gracias a Matilde, que se dedica a la adivinación bajo el nombre de «Madame Omar Bey». Su hermana Rosa le remienda los más que sicalípticos vestidos con los que recibe a sus clientes – por cierto, más numerosos cada día – y convierte en cera los restos de comida. Una mañana, Alberto se levanta convencido de que los Cimmaruta han asesinado a su amigo Aniello Amitrano y da parte a la policía. Hasta que más tarde se da cuenta de que todo no ha sido más que un sueño y procede a retirar la denuncia. Pero nadie le cree. Ni el procurador de la República, que piensa que Alberto ha sido amenazado y obra por miedo, ni mucho menos los Cimmaruta, que van desfilando por su casa acusándose entre sí del crimen por ver de salvar algo de la familia, ni desde luego su hermano Carlo, que intenta que le firme un poder para quedarse con sus escasos bienes en cuanto le lleven al penal. Al final, Aniello reaparece y todo vuelve a la «normalidad». Salvo que de Filippo pone crudamente de relieve la amargura, hipocresía y mezquindad de una «respetable» familia devastada por los efectos de la guerra. Una familia que es representativa de toda una sociedad, la italiana, que se nos aparece en aquellos momentos como totalmente desmembrada y próxima a su disolución. En esa situación, lo único que queda por hacer es morirse con cierta dignidad, como lo hace el tío Nicola pronunciando, por última vez, unas palabras: «Por favor, un poco de paz».

La puesta en escena y la interpretación de la obra responden fielmente a las declaraciones que incluye Toni Servillo en el programa de mano: «Eduardo de Filippo es el autor teatral italiano que, como parte de su estilo dramático, más eficazmente favoreció el encuentro, y no la separación, entre el texto y la puesta en escena. Abordar sus trabajos es adentrarse en ese equilibrio inestable entre la palabra escrita y la palabra hablada que hace de su teatro algo ambiguo y siempre sorprendente. Siguiendo sus enseñanzas, trato de no permitir nunca que el texto prevalezca sobre la interpretación, ni la interpretación sobre el texto, ni la dirección sobre el texto y su interpretación». Difícil equilibrio que se refleja en su montaje por la soltura con la que sus excelentes actores van desarrollando una trama que parece no tener a veces ni pies ni cabeza. No por la premura con la que se escribió la pieza ni por una posible influencia del teatro de Pirandello, de quien de Filippo era devoto, sino por esa preeminencia verbal que tan bien describe Servillo. Primero es la palabra, el habla de los napolitanos, la que entra en escena para crear todo lo demás: argumento, acción, caracteres y contenido. De ahí el título que le dio el autor a su obra: son le voci di dentro, el lamento de un pueblo a la deriva, las que en ella se escuchan.

David Ladra

Título: Le voci di dentro (Voces desde el interior) – Autor: Eduardo de Filippo – Intérpretes: Chiara Baffi, Betti Pedrazi, Marcello Romolo, Peppe Servillo, Toni Servillo, Gigio Morra, Lucia Mandarini, Vincenzo Nemolato, Marianna Robustelli, Antonello Cossia, Daghi Rondarini, Rocco Giordano, Maria Angela Robustelli, Francesco Paglino – Escenografía: Lino Fiorito – Vestuario: Ortensia de Francesco – Diseño de iluminación: Cesare Accetta – Diseño de sonido: Daghi Rondarini – Dirección: Toni Servillo – Coproducción: Piccolo Teatro de Milano – Teatro d´Europa, Teatro di Roma, Teatre Uniti di Napoli – Teatros del Canal, Sala Roja, 15 a 18 de Mayo de 2014

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