Rebel delirium

L’inmédiat

Cuando oí por primera vez el nombre de Camille Boitel estaba sentado en un taburete de El Molino, en Barcelona. También era la primera vez que estaba en este espacio, no había estado ni antes, ni después de las reformas. Aquel día se celebraba la entrega de los Premios «Sebastià Gasch» de Artes Parateatrales, me referí a ellos en una columna del mes de junio pasado (Los Premios cara B). El francés Camille Boitel ganó en la categoría de espectáculo internacional por la pieza «L’Immédiat». Por cierto, aprovecho la ocasión para rectificar una cosa que dije en dicha columna. De Elvira Vázquez, presidenta de la Fundación FEM Molino que ganó uno de los galardones, dije que era «parte de la cultura barcelonesa, culta, castellana, pija y cabaretera». Luego seguía, «me gusta que les hayan dado el premio porque, además de ser unos enamorados de lo parateatral y de trabajar por la dignificación de artistas y espacios en decadencia, ciertamente, esto también es Barcelona, aunque haya quienes no lo quieran ver». A parte de no sentirme muy orgulloso del tono un tanto categórico de la primera frase, tengo que decir que, a lo que se refiere a «castellana», me equivoqué. Puede que en la Fundación FEM Molino se respire un ambiente castellano hablante (que no critico, faltaría más), pero la señora Elvira Vázquez hizo el discurso de agradecimiento en catalán, probablemente en la que es su lengua materna. Queda dicho.

Camille Boitel, decía, fue el ganador en la categoría de Aplauso Internacional por «L’Immédiat», una obra que el jurado describía inmejorablemente de este modo: «Boitel utiliza una montaña de desechos para mostrarnos un mundo frágil y caótico. Como en una película de cine mudo, los personajes nos muestran una sociedad en ruinas y de equilibrio incierto. Premiamos el ingenio de crear un universo que desafía la gravedad sirviéndose del lenguaje del circo, la danza, la música y el teatro. Boitel consigue transformar un mundo de chatarra en una obra de gran belleza plástica.»

El pasado viernes pude ver esta pieza en el Barbican Centre, en el marco del Festival de Mimo de Londres. Boitel la estrenó en el teatro Merlan de Marsella en 2009, aunque después en el coloquio dijo haber empezado a trabajar en ella siete años antes. Desde entonces ya llevan más de 125 bolos por todo el mundo. Pasó por el Mercat de les Flors hace un par de años.

El inicio de la obra es espeluznante, sobrecogedor, apocalíptico, caótico, sorprendente y cuantos adjetivos queráis. Se derrumba todo. Por unos instantes uno parece encontrarse en medio del océano, entre las olas, de noche, donde nada es estable y el miedo te acecha. Los actores de la compañía, acróbatas, parece que no sean de este mundo, que sus movimientos no se rijan por la lógica habitual. Tampoco los objetos y desechos que hay por todo el escenario se comportan de forma racional, aunque están dispuestos de una forma milimétrica y cuando cae uno, éste toca el del lado y el otro, y el de más allá, en una imagen tipo dominó que todos hemos visto alguna vez.

En otra escena hay un personaje que no vive en el plano vertical del común de los mortales, sino en un plano inclinado, algo así: /. El personaje realiza una escena cotidiana, se mueve por su casa, va en busca de un vaso de agua, ordena la ropa de su armario… De repente, su posición, su desestabilizado punto de gravedad, va contaminado todos los objetos que le rodean, con lo cual todo tiene que inclinarse. La escena es maravillosa, puesto que para conseguirlo, para que todo su mundo encaje y tenga sentido con la realidad que él vive, los demás actores tienen que ayudarle esforzándose al máximo. De un modo frenético y trepidante, el resto de la compañía empieza a anclar todo cuanto hay en el escenario, disponiéndolo en un plano inclinado. Mientras tanto, el personaje continúa haciendo sus cosas, con lo cual algunos compañeros tienen que ir detrás de él ayudándole a moverse de forma inclinada y que no caiga. Al final, armarios, sillas, mesas, botellas de agua, focos, decorado, telón de fondo… todo acaba torcido. Es entonces cuando por fin, el personaje, se siente en paz.

A veces me gusta pensar en obras escénicas que recomendaría a gente que nunca ha pisado un teatro, o que a lo mejor solo han visto uno o dos espectáculos, gente que por el motivo que sea nunca compra una entrada. Todo, claro, con el objetivo de intentar algo muy difícil, que prueben el caramelo de lo escénico. Y voy haciendo mi lista, y ya tengo tres: «Le sort du dedans», de la Cie. Baró d’Evel, «Babel (words)», de Sidi Larbi Cherkaoui y Damien Jalet y «L’Immédiat», de Camille Boitel.

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