Y no es coña

Los derechos y los torcidos

Estos días hemos vivido un nuevo episodio mediático sobre el afán recaudador de la SGAE. La Sociedad General de Autores y Editores (antes España) parece ser un objetivo de ciertos medios de comunicación, y la verdad sea dicha, su actual directiva da motivos más que suficientes para que todo cuanto hace se mire con la lupa de la sospecha. Antes de nada una toma de postura. Estoy a favor de los autores y de quienes defienden a los autores. Estoy a favor de los derechos de los autores y de las diferentes maneras de que esos derechos se sustancien en dinero constante y sonante. Pero tengo más que dudas de algunas formas de la SGAE, y muchas más, de algunas de las inversiones que realizan su equipo directivo, al igual que el derroche económico que manifiestan algunos de sus directivos comparado con las penurias que están pasando veteranos autores que en otros momentos dieron muchos dividendos a la SGAE y que ahora están olvidados por quienes deberían protegerlos.

Lo que ha pasado esta semana pasada es que el sistema de recaudación imperante en las SGAE lleva a que los empleados zonales trabajen con una presión muy grande para lograr unos objetivos previos. Un paréntesis. En estos momento el gran derecho, no está en el Teatro, ni en la Lírica, sino, está, o estaba hasta antes de ayer, en la música pop. Así que de repente se convierte en noticia general con tintes de escándalo que hay problemas en Zalamea, Fuente Obejuna y Olmedo. En las dos primeras localidades, toda la población, de manera desinteresada y en un acto realmente popular ponen en pie “El Alcalde Zalamea” de Pedro Calderón de la Barca y “Fuenteovejuna” de Lope de Vega. Por lo tanto se trata de dos obras que pertenecen al bien común, y que queda claro que las representaciones no se realizan con carácter comercial o mercantil aunque se solicite un precio de entrada módico con el fin de sufragar los gastos mínimos de producción.

El caso de la población vallisoletana de Olmedo tiene dos frentes, por un lado se realiza desde hace cuatro años un festival de Teatro Clásico en honor del Caballero glosado por Lope, y en esta ocasión porque se ha estrenado dentro de este festival “El Caballero de Olmedo” de Lope de Vega en montaje de Teatro Corsario. Son casos diferentes, pero quizás encontremos concomitancias en la reclamación bastante exagerada de unas cantidades que escapan a la lógica, por un lado, y por otro la duda eterna sobre supuestas adaptaciones o versiones de los textos clásicos. La original no devenga derechos, pero la versión, sí. Y muchas versiones, son remodelaciones de versiones anteriores, peinados, puesta al día del lenguaje o barrido de anacronismos y poca cosa más. Pero una vez realizada la supuesta versión, devengan derechos.

Estos derechos,  a veces parecen torcidos, porque si usted es autor o versionador, no puede ceder sus derechos. Los puede ceder, pero la SGAE cobrará el diez por ciento reglamentario, o la cantidad fijada de manera unilateral, y después de descontar de esa cantidad todas las tasas de gestión, le llegará al autor un porcentaje, pongamos que alrededor del sesenta y cinco por ciento, más o menos. Esa cantidad es la que el autor puede donar al pueblo, a la compañía o a su prima a la que le ha escrito un monólogo.

Y en ese desvío de esos porcentajes, entre otras muchas circunstancias, crece la desconfianza hacia la SGAE y, de paso, se crea la incomprensión sobre los autores, que son, recalcamos, los menos favorecidos en todos los procesos de producción siendo, en muchas ocasiones, el inicio de todo. Un director, un escenógrafo, cobran previamente al estreno, sea cual sea el posterior resultado, en cambio un autor hasta el estreno, y siempre dependiendo del importe recaudado en taquilla no empezará a cobrar algo. Este es un asunto a desarrollar, y así lo apuntamos para posteriores entregas.

Lo cierto es que la SGAE tiene muy mala prensa, y verdaderamente tienen algunos de sus directivos o delegados comportamientos que ayudan a que crezca este desafecto. Deberían explicarse mejor, y deberían tener menos obsesiones puramente economicistas y pensar más en los auténticos autores y sus situaciones reales y no tanto en los gestores de los derchos. Es un decir.

 

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