Y no es coña

Los faroles

Ha llegado oficialmente el verano y el planteamiento general de la posibilidad de encuentro entre las Artes Escénicas y los públicos cambia de estrategia. Los teatros que tienen programación habitual a lo largo del otoño, invierno y primavera, cierran sus puertas, salvando los de las grandes capitales que mantienen una programación con intenciones de acoger a unos públicos que se le supone buscan algo más refrescante, es decir que además del aire acondicionado, en sus escenarios se vean cosas ligeras, vodeviles o similares. Esta última receta es la que también se diagnostica para las programaciones en las localidades de todo el Estado español cuando llegan las fiestas patronales y se abren las salas por unos días.

El teatro clásico, sea de la etapa áurica, sea de procedencia greco-latina u otras, se convierte en una oferta en crecimiento, y en festivales en donde se utilizan espacios especiales, con raigambre historiada, algunos creados para la ocasión o se transforman otros para acoger representaciones durante un tiempo concreto, por lo que si miramos a Almagro, Sagunt, Olmedo, Mérida, Olite, por señalar a algunos de los más importantes, nos encontramos con unas programaciones de primera entidad, y con unas respuestas de los públicos bastante importante, dato que habrá que contextualizar para analizar y entender estas incitaciones tan pertrechadas de un buen soporte propagandístico que consigue unas medias de espectadores que superan, y con mucho, a las que se logran en la temporada habitual.

Está claro que un evento, un festival, concita una mayor atención por parte de la prensa y los medios de comunicación, pero cuando llegamos a estos acontecimientos arriba señalados, o cuando nos referimos, por colocarnos en programaciones más eclécticas como los veranos de la Villa de Madrid, Grec de Barcelona, Santander y un largo etcétera, nos encontramos con unos aparatos de difusión mucho mejor engrasados ya que provienen de opciones que significan una propuesta de región, de ciudad, de comunidad autónoma, con lo que se logra convertir al teatro no solamente en un bien cultural de consumo masivo, sino en un elemento para crear identidad, y en alguna ocasión con una profusión de públicos que realizan un bendito turismo cultural, teatral, lo que consideramos algo plausible, de ovación, una alternativa que se debería cultivar, propiciar, recomendar, auspiciar y trasladar sus bondades a todos los paquetes turísticos de agencia o individuales.

Que nadie piense que Avignon, Edimburgo, Salsburgo no son festivales que además de sus valores culturales, teatrales u operístico, se han convertido en un lugar de turismo, o si se mira desde otro punto de vista, hay dos tipos de públicos que acuden a esas programaciones desde una perspectiva de turismo, los que van directamente allí por la programación de artes escénicas en general, por un montaje en particular y de paso visitan otros puntos de interés, y los que ha elegido ese destino por otros motivos pero que una vez allí y al comprobar de la importancia que tiene en los medios, intenta conseguir entradas para ver algún espectáculo, o los buscan en la programación de calle tan profusa.

De todo lo anterior se colige que existe una población flotante, unos ciudadanos que si encuentran estímulos adecuados se aproximan a las Artes Escénicas, para ello se necesita que exista, como hemos intentado demostrar, una colaboración positiva de los medios de comunicación, unas programaciones excepcionales, que llamen la atención, y si puede ser en un paisaje singular, la cosa pude funcionar mejor. Con todos estos elementos singulares, el verano, las vacaciones, las buenas temperaturas, los marcos incomparables, las producciones realizadas para estos espacios, tenemos una manera productiva, una opción de atraer públicos, y si pudiéramos sacar lecciones de estos esfuerzos presupuestarios, de estas programaciones, tan contextualizadas e historiadas, por lo general, quizás podríamos llegar a conclusiones para que en las programaciones habituales, con tantos edificios teatrales perfectamente preparados para la exhibición proporcionar los mismos o parecidos incentivos a los espectadores para que acudan a unas programaciones que no deben ser solamente casuales, de mercado, sino, como son la mayoría de lo anteriormente mencionado, muy especializada y enfocada a un tipo concreto de espectador.

Aprovechemos estas experiencias positivas, no para agotar en lo clásico la oferta, sino para entender que existen espectadores siempre que se busquen, y que a lo mejor hay un número ponderable más importante de ciudadanos que se movilizan por un teatro menos comercial, más importante, y menos banal, como parece demostrar alguna de las programaciones veraniegas. Y en cualquier caso, que convivan todos los géneros, formatos y se lancen los mensajes claros para que cada nicho, segmento, grupo de posibles espectadores encuentren las motivaciones para acudir a los teatros. Así sea. Así nos tiramos los faroles.

 

 

 

 

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