Críticas de espectáculos

Los Pelópidas/Jorge Llopis/Suripanta/62 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Paradigmática puesta en escena 

Leí el texto de «Los Pelópidas» del alicantino Jorge Llopis en 1985, facilitado por Ramón Ballesteros que quería montarlo en el Romano. Este director teatral madrileño, dos años antes, había colaborado en «Golfus de Emérita Augusta», espectáculo donde la ironía, la crítica, el guiño y la sorpresa -en la línea del humor paródico e inteligente de Llopis- eran los pilares básicos de aquella obra extremeña que tuvo en Mérida gran éxito de crítica y de público. Ballesteros no tuvo ocasión de escenificar la obra porque Monleón, entonces director del Festival, polémico con «Golfus…» –que ni siquiera había visto- rechazaba todo lo que olía a parodia.

Si bien, tengo que decir que Ballesteros montó «Los Pelópidas» honrosamente en el Teatro Bellas Artes de Madrid en 1996 (30 años después de su estreno en el mismo teatro) y el ínclito teórico teatral Monleón, no siendo ya director, vendió en 2008 al Festival una relectura paródica de la tragedia «Ayax» del grupo griego Attis Theatre, que se representó (en griego) en el Anfiteatro y no funcionó bien (ya que se quedó casi sin público a mitad de la función). En fin, paradojas de este Festival.

«Los Pelópidas» de Llopis, chocante título que se entiende mejor si recordamos otro del teatro griego, «Los Átridas» (al que pretende bromear), es una joyita de obra en verso, ingeniosa y cachonda, repleta de juegos de palabras y golpes de humor, una reducción al absurdo de los elementos propios de las tragedias griegas bajo el prisma de la parodia. Una obra que pertenece a una época de grandes dramaturgos humoristas de la postguerra: Jardiel, Mihura, Fernández Montero, Tono, Muñoz Seca, Llopis…, casi todos redactores –con seudónimos- de la famosa revista «La Codorniz» (la de aquellos juegos burlescos -de crítica solapada- a que nos tenía acostumbrados para esquivar la implacable censura franquista) que merece un estudio a fondo que aún creo no se ha hecho con toda dignidad, porque ningún teatro se ha manifestado en conjunto con tan firme presencia de hacer gracia o de componer una comedia humorística.

La versión de la obra, por poco olvidada en un rincón oscuro de las bibliotecas, para esta ocasión, la ha realizado Florián Recio que demuestra aquí, una vez más, la calidad de su escritura perfeccionando –en más de un cincuenta por ciento- una trama emblemática, estrambótica, epigramática, cómica, melodramática, hiperbólica, poética, paródica y muy simpática. Un gran ejercicio de dramaturgia que -como en la famosa regla del circo del «más difícil todavía»- supera las anteriores versiones, al lograr actualizar expresiones o frases dominando las estrofas de la versificación castellana y el ripio al servicio de la risa. Todo articulado en torno a una intriga disparatada de las tragedias griegas, y en especial a la última parte de la Odisea y a las relaciones incestuosas que las obras clásicas acostumbran a presentar, que adquiere connotaciones intelectuales al unir los elementos detonantes del ayer y del presente en obvios anacronismos intencionados (que incluyen la alusión a la situación política actual y a los autores teatrales).

La puesta en escena de Esteve Ferrer consigue una paradigmática función, labrada con la farsa caricaturesca, la retórica del astracán y algunos gags que subrayan los diálogos conservando el aire fresco, de humor mordaz pero elegante, sin chabacanerías superfluas, festivo, lúdico, jocoso y de pleno disfrute que tiene la obra. Maneja perfectamente la dirección de actores a ritmo frenético de relojería, logrando singulares escenas (como en la tronante aparición de Zeus o en las continuas anagnórisis de la tragedia clásica que convierten la trama en un incesto criminal enrevesado y cachondo). Toda la acción teatral actoral está fantásticamente acoplada con el decorado (unas trampillas ingeniosas diseñadas por Ana Garay), la luminotecnia (de Juanjo Llorens), el espacio sonoro (de Juan M. Romero), los vestuarios (de Maite Álvarez) y caracterización (de Pepa Casado) que juegan también dependiendo mucho del chiste, de la broma que suele ser de retruécano y de deformación del lenguaje.

En la interpretación, los siete magníficos actores que conocen muy bien el espacio romano –Pedro Rodríguez (Ántrax), Paca Velardiez (Elektra), Simón Ferrero (Phideos y Arsinoé), Jesús Martín (Zeus, Mensajero y Coro), Ana García (Menestra y Coro), Juan Carlos Tirado (Faetón y Coro), Eva Gómez (Creosota y Coro) y una debutante –Eulalia Donoso (Yocasta y Coro)- que también es magnífica, exhiben con virtuosismo una actuación coral impecable en movimientos, gestos y declamación de los versos y ripios, dando una lección de teatro cómico a todos los actores televisivos de este año en las coproducciones comerciales de Cimarro oportunas para un público de marujas (que parecen gustar también a las autoridades extremeñas, ausentes en esta función del estreno). Estos roles de los extremeños, de los mejores en la historia del Festival, catapultan a Suripanta Teatro (compañía creada en el Centro Dramático de Badajoz hace 32 años y profesionalizada dos años después) al Parnaso de Melpómene y Talía, donde van los grandes artistas.

José Manuel Villafaina

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