Críticas de espectáculos

Los perros / Selu Nieto / Teatro a la Plancha

Paradojas de una existencia dual

Por definición, el concepto de paradoja implica un doble sentido, es dual en cuanto al significado. En la paradoja se afirma lo inverosímil y la apariencia de verdad; con la paradoja expresamos frases que contienen cierta contradicción. Aunque paradoja y contradicción no son sinónimos, resulta paradójico o contradictorio que para salvar el planeta no tengamos que hacer nada –según un vídeo que me ha remitido un amigo– llorar de alegría puede ser una paradoja, el pobre rico es una paradoja que muestra contradicción.

La compañía andaluza Teatro a la Plancha está representando “Los perros” en la sala Cuarta Pared de Madrid. Esta pieza es anterior a “La última boqueá” de la misma compañía que ya vimos hace unos meses en la misma sala. Puede parecer una paradoja temporal que hayamos presenciado en primer lugar la derivación de lo que ahora se nos presenta como el inicio en el devenir artístico de esta compañía. En este caso, la apreciación de paradoja no significa contradicción, sino coherencia que valida, justifica, el punto de partida y que vislumbra una fructífera y larga continuidad.

En “Los perros”, de Selu Nieto con un gran aporte del elenco de intérpretes, la compañía sevillana se adentra en el existencialismo puro y duro para hablar de la vida y de la muerte, de los sueños y la realidad, de la espera de Beckett y de la búsqueda absurda de una razón de existir, de la esperanza de quienes tienen todo perdido, del ser humano abandonado al desconcierto en su propia desolación.

El autor, que se confiesa seguidor del creador belga Maurice Maetelinck (1862-1949), aborda un mundo simbólico e irreal. Tres personas, o lo que queda de ellas, y un perro habitan en un hospicio, paradoja de asilo asistencial, donde están olvidados de la civilización; es un hospicio o quizá una prisión –sentido dual– donde se plantean salir por “la entrada de la puerta de salir” –maravilloso juego de palabras con un excepcional sentido conceptual–.

El juego de la existencia dual se muestra en el espacio, en las emociones y en las acciones, En cuanto al espacio, juegan con el significante y el significado de las palabras no solo equiparando las puertas de entrada y de salida, sino hablando de “las puertas abiertas” –metáfora de los deseos de libertad frente al encierro–, hablan de “los peligros de salir” –concepto de seguridad–, de “tengo el mundo a mis pies” –una maravillosa imagen de La Piojosa con los pies apuntando hacia las estrellas del firmamento mostrando el universo al revés–, dicen “nos vamos para afuera y buscar la salida” –tienen que estar fuera para encontrar la salida es una fantástica proposición–, hablan de “nuevos hospicios con la puertas abiertas y poder salir”. Vaya, todo un juego de lenguaje absurdo que encierra un significado poético de enorme profundidad.

Es decir, la pieza realiza un discurso poético para describir dos mundos –a vueltas con lo dual–, uno interno donde habitan los personajes con sus miserias y padecimientos, con sus dudas, sus miedos, sus sueños y esperanzas, y otro externo, desconocido que desean explorar. Pero, más que espacios físicos, los personajes nos remiten al ser humano en sentido genérico que está atrapado en su propio yo existencial.

Aparte de la existencia espacial, encontramos la existencia emotiva: “la suerte de los que ya se han llevado” –quizá sea una metáfora de la muerte–, “la alegría de llorar de alegría” –somos pura emoción–, experimentan el miedo de su propia sombra proyectada en la pared, “estamos perdidos, pero nos encontraremos” –tienen esperanza sin depresión–, “perdidos entre los sueños y ahora ¿qué?”. Tras esta frase, quedan mirando al público envueltos en un silencio largo que es un interrogante conmovedor…

Y en el apartado de las acciones, la pieza nos lleva a una puesta en escena que evoca a Ionesco, a Beckett, al mundo de los payasos circenses, pero sobre todo a la estética de La Zaranda. Los personajes giran alrededor de la estructura de madera que mueven como aquel viejo carrusel en “Ni sombra de lo que fuimos” donde parece que va a resonar aquel rotundo comienzo zarando, “¡Vaya panorama!”. Los personajes deambulan, rodeando la escena uno tras otro, guiados por El ciego y su perro en una tremenda paradoja existencial.

La compañía Teatro a la Plancha, bajo la dirección de Selu Nieto, ha realizado un soberbio trabajo de equipo donde se aprecia una puesta en escena rigurosa e intensa no solo en cuanto al proceso creativo, sino en cuanto al resultado poético. Y es que, la estructura de madera es un hallazgo sublime para el juego teatral. Según la posición de la estructura, aquello son fosas mortuorias, literas de campo de concentración, puerta para “entrar y salir”, túneles para una fuga que no vislumbra el fin, cloacas de la civilización, zanjas de excavación arqueológica donde yace la memoria colectiva, o puesta de perfil dibuja un muro que traza un espacio dual; en fin, también oficia de mausoleo y de catafalco ceremonial. Las prendas que han estado presentes sobre la pared durante toda la representación, al final explotan como un zurriagazo sobre la mirada del espectador hasta la conmoción. 

Vida y muerte, entrar y salir, abrir y cerrar, interior y exterior, búsqueda y esperanza, asilo y prisión, ser humano y despojo social, memoria y olvido, “Los perros” es un espectáculo sensible con una poética que conmueve y que invita a una profunda y seria reflexión existencial.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: Los perros. Autor: Selu Nieto. Reparto: María Díaz, Manuel Ollero “Piñata”, y Selu Nieto. Espacio escénico: Carlos Villarreal Colunga, Margarita Ruesga y Selu Nieto. Vestuario: Margarita Ruesga. Iluminación: Teresa Velázquez. Dirección: Selu Nieto. Compañía Teatro a la Plancha. Sala Cuarta Pared de Madrid, hasta el 14 de abril, en gira.

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